Por Carolina Arias, madre de dos.
El lunes 15 de marzo decidí anticiparme y cerrar con total incertidumbre, mi tienda Bazar la Pasión, esa que mantuve abierta sin pausa desde en 2006. Contrariamente a lo que hacen muchos de mi rubro, decoradores y diseñadores, no tuve cabeza para mantenerla on line; Sentí que no me daba el corazón, so pena de quebrar, he intentado hasta el momento resistir, junto al pequeño equipo que trabaja conmigo.
Con esa misma incertidumbre, partí al día siguiente junto a la Augusta y la Julia, mis hijas de 5 y un año, a la casa de mi mamá en Mantagua, a pocos kilómetros de Valparaíso. Mi mamá tenía que irse a un lugar más central para cuidar a su marido enfermo y para no dejar la casa sola, nos instalamos con mi hermana y su hijo.
Ahí estaba, en la casa y en la pieza que habité durante mi época universitaria, ese lugar que se trasformó en Tara cada vez que necesité asilo. Esta vez, junto a mis dos niñitas durmiendo prácticamente arriba mío fascinadas por esta especie de vacaciones y con la mamá solo para ellas.
Los primeros días los pasamos recolectando moras y cocinando kuchen, cual Laura Ingalls. Después, y en honor a la Casita en la Pradera, seguimos con la tierra. Compleja misión en zona arcillosa, llena de conejos que se comen sin piedad toda planta. Chuzo, pala y azadón, pasaron a ser mis herramientas de trabajo, mientras las niñitas se llenaban de tierra los calcetines, bolsillos, pañal incluido.
Deje atrás las aprensiones, tuve que aceptar que la Julia viera en los dos enormes perros, esos que tienen prohibida la entrada a la casa, a una especie de amigos nuevos u osos de peluche a quien abrazar, morder, usar de almohada en momentos de cansancio e incluso luchar por agarrar y comer los pellets antes que ellos. Aun no le llega un ladrido fuerte que la asuste, sí lengüetazos varios.
Veo a mis amigas intentando hacer lo mejor posible en departamentos pequeños, con hijos arriba de la cabeza y teletrabajo incluido. Y pienso “Carola agradece eres afortunada, estás protegida y tienes patio”. Pero es imposible no darle vueltas. Nunca pensé que extrañaríamos tanto la rutina, esa que nos tenía aburridos. Es imposible no sentir la angustia de la posible quiebra y la cesantía de las personas que trabajan conmigo. No obstante, me he preocupado que no les falté nada.
Hace unas semanas, fui con todas las precauciones necesarias, a la casa de Margarita, la señora que trabaja en costura conmigo desde los 13 años. La que hacía realidad todos los diseños en mi adolescencia, por más absurdos y con las telas más improbables. Le llevé mascarillas certificadas y desinfectantes, quería explicarle cómo debía protegerse.
Estaba trabajando en nuestra colección de invierno, esa que había olvidado, pero que ella tenía anotada. Solitaria como siempre no había soltado el pedal de la máquina. Creo que me dio más pena tener que controlarme y mantener la distancia en vez de abrazarla. Lo que prometimos el día que esto termine. Tremenda lección me dio Margarita, hay que seguir trabajando, y eso trataremos. Salvar Bazar la Pasión.