Desde épocas muy antiguas, la comida ha tenido que ver con elementos afectivos que muchas veces trascienden al solo hecho de alimentarse, transformándose en un ritual que informa más de cómo vivimos y no solo de lo que comemos.
De hecho, siempre hemos tenido los afectos ligados a la alimentación y los trastornos relacionados con ella nos muestran cómo se manifiestan también en la necesidad de controlar nuestra realidad. Es así como la anorexia es el exceso de control a través de la comida, la obesidad es la pérdida total de este y la bulimia oscila entre un punto y otro, configurando un ejemplo dramático de cómo la alimentación está unida a los afectos desde el inicio de la vida. Además, muchas veces expresamos el cariño con comida y ésta se transforma en premio cuando nos portamos bien, en compañía cuando estamos aburridos, en consuelo cuando tenemos tristeza. El tema es que –para bien o para mal– la comida siempre está ahí, porque la necesitamos para vivir.
Los sabios plantean tres ritos que habría que hacer con la comida. Si los aplicáramos, tal vez la relación con ella sería más sana y saludable. Por sobre condiciones muy generales –como bajar las grasas y las azúcares, aumentar frutas y verduras, y que el agua es fundamental–, lo que plantean es que, en primer lugar, habría que colocar las manos, cerradas y juntas, encima de lo que vamos a comer o lo que estamos cocinando, y pedir amorosamente que se aumente la frecuencia de la comida, para que todo lo que vayamos a ingerir no nos haga daño y solo traiga beneficios a nuestro cuerpo. Después habría que pedir que lo que vamos a ingerir se divida, para que solo ingrese a nuestro cuerpo lo que nos hace bien; que eso se quede dentro, y lo que nos hace mal lo eliminemos para que no nos deje secuelas.
Por último, habría que pedir para que toda la humanidad reciba –al igual que nosotros– el alimento cotidiano, recordando aquellos antiguos ritos en los que se hacía la bendición de la comida antes de ingerirla.
Cuando me enteré de estas tres reglas, lo primero que sentí era que al seguirlas se disminuye la ansiedad en forma notoria e importante. Evidentemente la relación con la comida sería muy distinta si esto lo aprendiéramos de pequeños. Así, la comida no solo tendría que ver con elementos afectivos, sino también espirituales. Podríamos entender que ella ingresa a nuestro cuerpo para hacernos bien, no para dañarnos. Esto nos haría más selectivos. Podríamos elegir solo alimentos sanos, porque estaríamos conscientes de lo que comemos, no como ahora, cuando lo que ingresa a nuestra boca pocas veces es percibido como tal, dada la rapidez y la no conciencia de lo que estamos haciendo para alimentarnos.
Quiero invitarlos, incluso a los más escépticos, a que hagan el ejercicio por lo menos una vez. Descubrirán que algo extraño pasa cuando comemos con consciencia y sobre todo cuando agradecemos lo que ingerimos.
En un continente donde la obesidad es una pandemia, creo que humildemente, por lo menos, debiéramos intentarlo. Los sabios saben; lo han hecho durante siglos. Qué cuesta imitar- los un poco; tenemos mucho que aprender.