Revista Velvet | Perdidos en Cusco
Cultura Pop

Perdidos en Cusco

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Perdidos en Cusco

POR equipo velvet | 14 febrero 2021

Por Daniela Urrizola.

Lo fundamental, a la hora de viajar, es tener información sobre cómo llegar, cuáles son los protocolos, cuál es la situación actual del destino. También si efectivamente podremos visitar todos los lugares que queremos y en qué condiciones. Este contexto previo es muy importante para entender como comenzó nuestra travesía hacia una de las maravillas del mundo. Solo teníamos las ganas, motivados por la opción de conocer este destino con un aforo limitado y, por lo tanto, con menos gente que la habitual.

Para viajar a Machu Picchu, la antesala de lujo es Cusco. En mi opinión, es mucho más que una simple antesala, ya que además de ser una conexión obligatoria tiene tanto más que ofrecer. Incluso un viaje a Cusco puede ser una experiencia completa por sí sola. Es que la Roma de América es lo más parecido a una ciudad museo en altura (está a 3.800 metros sobre el nivel del mar). Esta mezcla perfecta hace sentir que el lugar tiene algo más que especial.

La capital del Imperio Inca se ha encargado de mantener su identidad: sientes como si hubieras retrocedido a la época de la Colonia. A simple vista, uno creería que ha podido sobrevivir al paso de los años sin la intervención del mundo moderno. Pero no es así. Ha logrado imponerse y convivir con lo moderno de una manera tan elegante que sorprende. Nunca verás el logo de una cadena rápida de café o comida a menos que pongas esfuerzo en encontrarla: para que la ciudad conserve su esencia, está prohibido poner carteles. Esto no quiere decir que no estén, sino que la estrategia es que pasen desapercibidos, sin alterar la escena del lugar. Un lugar donde la historia y cultura se superponen a todo, y donde el resto se adecúa a esa condición.

No es de extrañar que un hotel llegue a ser un verdadero museo y que cada uno de sus rincones tenga una historia centenaria, de la época inca e incluso preincaica. Es el caso, por ejemplo, del Hotel JW Marriot, que en tiempos coloniales fue un convento y que, con un trabajo de restauración y preservación única, hoy mantiene gran parte de su estructura original. Accesos, pasillos y pisos históricos, todo ello se mezcla con la modernidad y estilo de un hotel de alta gama.

Lo que más sorprende no es solo esta perfecta armonía entre estilo e historia, sino que su mayor secreto se encuentra un piso más abajo, en el subterráneo. Ahí se puede ver evidencia concreta de que, debajo de esta construcción, se encontraba parte de una ciudad inca. Perfectamente protegido con estrictas medidas de seguridad, JW Marriot ha sabido conservar esta evidencia histórica. Incluso, si bajamos unos metros más, se pueden ver vestigios de casas preincaicas, todo intacto por cientos de años. Seguramente se mantendrá así hasta que, en miles de años más, otros seres humanos tomen desayuno sobre nuestros vestigios.

EL CAMINO DEL INCA

El hotel te hace entender dónde estás. Decidimos disfrutar esa ciudad un par de días antes de iniciar el camino a Machu Picchu, porque entendimos que Cusco es parte de la experiencia.

Aclimatarse a la altura es un proceso que te obliga a la calma, pero ya era momento de iniciar nuestro propio Camino del Inca. Había que madrugar, ya que la distancia y el recorrido no es una mera anécdota, sobre todo en época COVID.

La citación fue a las 04:30 AM en la oficina de Inca Rail en Cusco, una de las cadenas de ferrocarriles que llegan a la ciudad arqueológica. Primera incidencia pandémica: los trenes hoy sólo funcionan desde la estación de Ollantaytambo, a más de 60 kilómetros de Cusco. Para llegar ahí, la misma empresa habilita buses que hacen este primer tramo en cerca de dos horas y media. Las autoridades peruanas han implementado protocolos para sus medios de transporte aún más estrictos que los nuestros, y las empresas los hacen valer. Realmente es una persona por línea: en el bus, con capacidad para 40, no íbamos más de 15 personas. Está prohibido comer y tomar agua y es obligatorio el uso de mascarilla, además de un escudo facial.

El segundo tramo contempla hora y media en el tan esperado tren a Machu Picchu. El tren es parte de la mística de este viaje: los paisajes y la forma en la que transcurre el tiempo en el tren es distinta. Van todos separados, se hacen tomas de temperatura en dos puntos antes de abordar el tren, había que llevar impresos una serie de permisos y documentos que eran parte del protocolo y, como turista, incluso un PCR negativo, necesario para poder ingresar al país. No me había tocado ver tantos protocolos. Si se les abre el apetito en los viajes, coman antes de abordar cualquier medio de transporte, porque uno de los grandes cambios es que ya no hay servicio a bordo.

El recorrido en Inca Rail termina en Aguas Calientes, un último tramo que es obligatorio en estos buses, los que suben por media hora entre quebradas y montañas que entregan vistas únicas.

BIENVENIDO A LA CIUDAD SAGRADA

Ya en la cima, es el momento de caminar para encontrar la zona arqueológica, y desde el acceso las reglas están sumamente claras: RESPETO. Sí, así con mayúsculas. Machu Picchu es una ciudad sagrada y las restricciones son muchas: no se puede consumir alimentos, no se permite llevar trípodes ni palos de selfie, no cantar, no gritar, menos hacer tik-tok (así de específico), no sacarse la ropa, no ir con vestido de novia, y no saltar. Todas medidas estrictas que nada tienen que ver con el COVID. La única medida que sí fue tomada como protocolo de salud es que hoy, para conocer Machu Picchu, debes reservar tu visita para ser una de las 500 personas diarias que tienen acceso. Además, hay un circuito de recorrido único. No puedes caminar libremente como en el pasado, debes avanzar por donde está definido y no puedes retroceder.

Cuando llegamos, llovía sin parar. Caminamos media hora y alcanzamos, sin darnos ni cuenta y sin mayor esfuerzo, el punto fotográfico de la ciudad, que en ese momento estaba completamente cubierto por una densa bruma. “Caminemos y después volvemos”, dijo alguien por ahí. Grave error, porque al avanzar, ya no puedes volver ahí. La foto es ahí, y ahora, o más rato dependiendo del clima.

Después de una hora, cuando ya habíamos perdido la esperanza, la ciudad mágica se dejó ver. De un segundo a otro, y por sólo quince minutos, como si fuera un show calculado, desaparecieron las nubes y ahí estaba uno de los lugares más impactantes del planeta.

Lo recorrimos por algunas horas y ya nos tocaba el regreso. Tomamos la opción de bajar en bus y tomar el tren de regreso hasta Ollantaytambo, para buscar un alojamiento en Valle Sagrado. Elegimos el famoso Hotel Tambo del Inka, en el corazón de la ciudad, considerado como uno de los diez mejores hoteles de Sudamérica. No sólo es un perfecto punto intermedio para alivianar el regreso a Cusco; además entrega una experiencia única de relajo en uno de los mejores spas del país y una aventura gastronómica digna de una de las cocinas más celebradas del mundo. Ah, y como dato adicional, el hotel cuenta con una estación de tren dentro del recinto, que permite que la experiencia de viaje a Machu Picchu sea mucho más cómoda. Porque placentera, mística e impactante, ya lo es.

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