Llevábamos un mes de citas por Zoom y estaba algo aburrida. Pero no de él, sino del formato. Mis ganas de verlo y escucharlo, en la vida real, se hacían cada vez más grandes. Sin embargo, lo habíamos dejado súper claro. Sería cuando todo esto pasara. Pero a este paso, nos terminaríamos viendo el 2021, por lo que empecé a idear la forma de encontrar el vacío legal y entusiasmarlo para vernos.
¡Me demoré, pero se me me ocurrió! El supermercado fue el lugar. Por lo que habíamos hablado, él va una vez a la semana y yo también. Entonces, pensé “¿qué pasaría si hacemos nuestras compras en el mismo lugar, hora y pasillo? Sería una cita-compra, llena de beneficios. Primero, nos conoceríamos ¡por fin! en persona. Segundo, podríamos tener una conversación en tiempo real, sin la repentina ‘pegada’ de pantalla o el clásico “¿me escuchai?”. Y por último, saber qué productos compra me iba a decir algo más sobre él, porque no es lo mismo elegir ketchup que mayonesa.
Convencida de que mi idea era un hit, ahora solo me quedaba pensar en el “cómo lo invito”. Porque me parecía aburrido mandar un WhatsApp: “Hola, veámonos en el super”. Tengo que agregarle emoción a esta cuarentena.
Busqué un momento de inspiración. Abrí Spotify, artista: Azúcar Moreno, canción: “Solo se vive una vez”, volumen a todo chancho. Con este tremendo temazo de fondo agarré mi celular y le pedí su dirección ¿para qué? No sabía muy bien qué mandarle, pero sabía que dentro de eso iría mi invitación.
¡Ya sé! Le voy a mandar un ramo de flores, sí o sí se va a reír. Justo la semana pasada me había insinuado que me quería mandar uno y, yo haciéndome muy la cool acabé con el amor Disney: “no soy de flores, ni de chocolates”, le dije. Y a los dos nos dio risa.
Entonces, esta idea era perfecta. Llevando el cliché al máximo, porque con todo sino pa qué, pedí un ramo de rosas rojas. Y para terminar con broche de oro, pedí que le agregaran una tarjeta en donde iría lo más importante, mi propuesta: Joaquín, te espero mañana a las 16.00 hrs. en el pasillo 6B cervezas, vinos y destilados del supermercado de la esquina de Bilbao con Pedro de Valdivia, para nuestra primera cita-compra. Obvio que busqué el local que queda justo al medio de ambas casas, además de proponer el pasillo del trago como punto de encuentro siendo un símil de bar, igual ¿quién sabe? Nos podríamos haber motivado y abierto algo.
Listo, apreté confirmar pedido. De fondo la playlist del dúo español continuaba y de forma aleatoria ahora sonaba la clásica canción de la teleserie Brujas “ese hombre tiene algo que me nubla la razón”. Sin quitar la mirada de la aplicación que me mostraba cada paso de mi repartidor, seguí cada movimiento de los 15 minutos de recorrido hasta llegar a la puerta de su casa. Cuando lo hizo, di vuelta el celular lo dejé sobre mi cama y me fui de mi pieza. Necesitaba liberar mi nerviosismo, caminar me ayuda. Pero en menos de 5 minutos, tomé nuevamente el celular esperando respuesta y…. NADA, pasaban los minutos y ¡no me mandaba nada!
Me picaban los dedos por decirle “¿te llegó? ¿te gustó? ¿nos vemos mañana?”. Pero no, así que me dije a mi misma: “Misma, él te está siguiendo el juego, se está haciendo el interesante, así que ahora tú te vas a tomar una copa de vino, vas a poner Fiesta de Rafaella Carrá, vas a bailar y te vas a dormir porque mañana a las 16.00 tienes una cita en el supermercado”. En ese momento llegó: “jajajaj gracias por el regalo las puse en agua, nos vemos mañana 😏”.
Me desperté con la sonrisita, esa que aparece cuando se está entusiasmada. Te miras en el espejo del baño o el reflejo del microondas y ahí está recordándote que estás en todo, pero aún no es momento de admitir. La misma que en la vida pasada, aparecía reflejada caminando por la calle o en el vagón del metro al levantar la mirada del WhatsApp que te acababa de llegar.
Ansiosa una hora antes del encuentro, partí mis preparativos. Mis ojos se tenían que ver en llamas, si era lo único que se iba a ver, y tuve que elegir algo que no fuera el buzo roñoso que usaba para el super. Dispuesta, saqué el permiso, agarré mi mascarilla y partí. Llegué antes, porque nunca llegó después. Para mi sorpresa no me hicieron ningún tipo de control. Entré, desinfecté mi carro y enfrentada al pasillo pensé “tomo un par de cosas y doy la impresión de que la tarea va en serio” o “no tomo nada y asumo a lo que en verdad vinimos”.
Entregada a la opción uno, que probablemente a mis nervios les hacía sentido, tomé un par de productos de ese desfile de cosas inconexas que siempre están de oferta en el pasillo principal. Un 2×1 en shampoo, unos cereales y un guatero fueron mis escudos para presentarme en el pasillo 6B y esperarlo.
¡Menos mal apareció! no te voy a mentir en algún minuto fantaseé con el plantazo. Pero venía ahí, caminando hacia mi (por fin en HD). Es como de mi porte, de pelo castaño y ojos cafés. Y su mirada fuerte. En la pantalla no se veía así, es de esas personas que una no puede mirar fijo mucho rato, porque como que te están leyendo los secretos más profundos. Además, aunque traía una mascarilla que era simplemente negra, su ojos destacaban.
Entonces, mientras yo estaba hipnotizada mirándolo, él estacionó su carro en paralelo al mío, listo para la cita-compra y me preguntó:
-¿Veamos qué tienen en la carta?…