El exministro más popular del gabinete de Sebastián Piñera evalúa su compleja historia familiar. También desclasificó conversaciones para convencerlo de ser una carta a La Moneda.
–¿Cómo es eso de que se tatuó una loica cuando salió del gabinete?
(Al otro lado de la pantalla, con dos enormes cuadros de Balmes a sus espaldas, el actual presidente de BancoEstado sonríe. Sólo bastó esa simple pregunta, al comienzo de esta entrevista, para que Sebastián Sichel –43 años, casado, tres hijos, abogado de la UC– diera cuenta de cada una de sus marcas).
“Antes de entrar al gobierno quería hacerme ese tatuaje; tenía el dibujo y todo… La loica tiene que ver con mi libertad, con tratar seguir siendo quien soy. Por eso, dos o tres días después, llamé al tatuador y partí. La sesión fue larga, duró cuatro horas”.
–Los tatuajes suelen marcar ciclos en la vida…
–Sí, y yo tengo tres; uno muy grande en la espalda que es un pez koi, una especie mítica japonesa, junto a una flor de lis. Me lo hice a los 30, cuando conocí a mi papá y me cambié el apellido. El koi representa la perseverancia, es el pez que nada contra la corriente y se transforma en dragón cuando logra superar los obstáculos… Lo hice cuando sentí que ya no tenía que andar luchando contra mis fantasmas. Fue cuando conocí a mi padre, Antonio Sichel, y me cambié también el apellido, como una forma de asumir mi historia.
Sichel muestra uno de sus antebrazos. “Esta trucha me la tatué después de que murió mi papá, diez años después de que nos conocimos… Es loco; tuvimos una vida muy intensa juntos. Lo conocí cuando él tenía 50 y murió a los 60 años. Fue maravilloso, la mejor parte de mi vida. Gracias a él pude conocer a mis hermanos. Él logró eso: juntarnos a los cinco, que provenimos de tres camadas distintas. Cuando Toño murió, todos nos hicimos este símbolo”.
–¿Cómo es la relación con sus hermanos?
–Total. Mi papá me dejó a cargo, como el hermano mayor. Hasta para eso se las arregló (ríe). Somos una familia diversa, unida. Bárbara, mi señora, se ríe porque me conoció sólo con mi mamá y mi hermana, y luego aparecieron los Sichel, todos desordenados, gritones.
–¿Usted buscó a su papá?
–Sí. Sentí que era el momento: estaba casado, ya tenía un hijo; era abogado y había hecho mi magíster. No tenía rencores ni necesitaba pedirle nada; simplemente sentía curiosidad, saber, por ejemplo, si cuando viejo iba a ser pelado, o gordo, porque no tenía ninguna referencia genética, ni siquiera una foto.
A sus entonces 29 años Sichel encontró a un hombre a quien describe como “un salvaje”. Un ingeniero forestal que vivía en el bosque junto a su pareja. “Murió de un infarto cortando un árbol, con las manos manchadas de negro porque lo había marcado recién”.
Reflexiona: “Siento que la vida me prestó 10 años a un papá, me encariñé con él y me lo quitó por segunda vez. Es como una broma… De hecho me costó harto venirme al gobierno, porque él falleció el 15 de marzo de 2018, justo cuando el Presidente me había ofrecido encabezar la Corfo. El pencazo fue tan grande que recién me sentí capaz de asumir en mayo.
Silencio. Agrega: “Imagínate. Me prestaron a un papá y me lo quitaron. Mi vida es un poco así. Le tengo un poco de miedo a esas cosas”.
–También tiene una relación compleja con su mamá. Ella es bipolar…
–Así es (dice sin muchas ganas de referirse al punto). Es una relación especial, la quiero mucho, pero debo estar siempre con un ojo encima, cuidarla… Al final, la vida me ha dado más de lo que me ha quitado. Por eso soy tan intenso; vivo con la sensación de que las cosas se acaban. Aquí en el banco, por ejemplo, es igual: llevo dos meses y he hecho un montón de cosas porque se puede terminar mañana y hay que hacerlo lo mejor posible, sin aferrarme a nada.
“NO LE TENGO MIEDO A LA RESISTENCIA”
Tal vez ha sido esta forma de hacer las cosas lo que ha marcado aquello que se considera una exitosa —aunque interrumpida— trayectoria dentro del gobierno. Primero un año a la cabeza de la Corfo y luego –también por un año– como ministro de Desarrollo Social, cargo en el que enfrentó dos crisis históricas: el estallido social y la pandemia.
En ese último cargo se transformó en la figura más popular y mejor evaluada del gabinete. De ahí que pocos entendieran la decisión presidencial de sacarlo de su rol para que asumiera en BancoEstado, donde también ha movido fuerte el piso.
“He conocido a muchos políticos acostumbrados a flotar, sin hacer ruido, para ver qué otro cargo viene. A mí no me molesta generar ruido, no le tengo miedo a la resistencia”. Sebastián Sichel es, lo que se diría un “bicho raro” dentro de los tradicionales circuitos del establishment: no milita en ningún partido político, aunque anteriormente fue miembro activo de la DC; trabajó en la campaña presidencial de Claudio Orrego y luego renunció para fundar Ciudadanos, el partido de centro liberal donde aún mantiene férreos lazos con los empresarios Juan José Santa Cruz y Jorge Errázuriz.
–Hoy se habla de usted como una posible carta presidencial. Su nombre ha aparecido en varias encuestas, entre ellas Criteria, Cadem (entre un 2 y 3% de mención espontánea) y una de la empresa Black & White, de la economista Paula Assael, directora del banco, lo que generó cierta polémica.
–Es lo que genera no haber hecho la carrera tradicional. Molesta cuando no estás predefinido por un tercero, creen que entraste por la ventana y eso resulta raro para el sistema; “este gallo está ahí y no entendemos por qué”.
–¿Es eso solamente o les parece eventualmente “peligroso” que alguien con su perfil, con tatuajes, que no viene de la élite, pudiera llegar a La Moneda?
–Los ambientes diversos le hacen bien a la sociedad, pero tienen que ver con la ruptura de la élite tradicional. Personalmente quiero un país donde los migrantes tomen decisiones de poder, donde se reconozca el matrimonio igualitario, que los gays sean protagonistas del debate. Le hace bien al país que las mujeres copen todos lo espacios públicos o que personas con distinto origen social participen de la toma de decisiones. Pero hay otros a quienes esa diversidad le provoca pánico e intentan excluirte. Ese es el verdadero cisma que está viviendo nuestra sociedad. Espero que lo que les molesta de mí sea el síntoma del surgimiento de otros tipos de liderazgo no tradicionales que le hagan bien a la política. Y que aquellos que se sienten amenazados vayan cediendo espacio a quienes sienten que hay una oportunidad.
–¿Le seduce la idea de La Moneda?
–Nunca me sirvieron el desayuno diciéndome “usted va a ser presidente de Chile”. No está en mi diseño. Abandonar mi vida, dejar de lado a mis tres hijos, todo en pos de una carrera que por lo demás es incierta… No, no me lo imagino. Tampoco es parte de mi proyecto de vida en el corto plazo. Aunque han venido varios a conversar conmigo. He escuchado atentamente a quienes me lo han planteado para entender por qué creen que podría hacer una diferencia.
–¿Qué tipo de personas han ido a verlo?
–Emprendedores, arquitectos, líderes de opinión que me ven como un sujeto exógeno y, por lo tanto, les parezco atractivo. Es sorprendente porque son gallos que nunca se han involucrado en política pero me han dicho, si tú vas, yo estoy dispuesto a involucrarme. También hay algunos del mundo político.
–¿De Ciudadanos, por ejemplo? Juan José Santa Cruz ya lo proclamó en una entrevista en La Segunda.
–De todo un poco, de la centro derecha, otros del mundo socialdemócrata. Le tengo mucho cariño a Juanjo. Él vio algo en mí cuando yo era muy joven.
–¿Votará por el Apruebo?
–No sé si deba decirlo, pero sí. Nos jugamos la vida en la calidad de la Constitución que construyamos y debemos hacerlo sin barras bravas, no como ahora. Dejar la polarización y centrarnos en los temas que habrá que discutir ante una eventual convención constituyente. He visto poco debate y ya no queda mucho tiempo.
–Usted es abogado constitucional. ¿Qué temas le parecen fundamentales de incorporar?
–Reconocimiento constitucional a los pueblos indígenas, urgente, con participación efectiva mediante cuotas o escaños. Nuestra idea de nación es absolutamente colonial. Una carta que garantice nuestros derechos personales con facultades para poder ejercerlos, con pisos mínimos de dignidad; y evitar la intervención del Estado en ámbitos que son propios de las personas, como el matrimonio, libertades individuales, derecho de propiedad, de emprender, de innovar. Espero que, en este poco tiempo que nos queda, no se transforme en otra discusión moral respecto de quienes son los buenos o malos, en una guerra donde cualquier posición niegue al del frente y convierte cualquier debate en un asunto moral. Nos estamos jugando nuestro futuro.