Mariano Israelit fue íntimo del astro argentino del fútbol durante cuatro décadas. Lo acompañó en Cuba, en las fiestas, las crisis y, también, en el ocaso. Su testimonio reconstruye los últimos meses del ídolo, entre el deterioro físico, el aislamiento y su última petición. Una mirada clave sobre el juicio por su muerte, en el que ya declaró como testigo.
Por James Gatica Matheson, desde Buenos Aires
Aquel asado en marzo de 2020, en la previa de la pandemia, fue la última vez que lo vio. Fue una tarde de charlas íntimas, anécdotas compartidas y risas entre amigos de confianza. Así recuerda ese encuentro Mariano Israelit (57) con una mezcla de cariño, bronca y tristeza. “Nos gastábamos permanentemente. Yo a Diego lo trataba de ‘gordo hijo de puta’, con cariño, como lo hacíamos desde siempre. La gente que escuchaba ahí se escandalizaba, pero él se cagaba de risa. Me decía el Feo. Teníamos una relación espectacular”, describe a Velvet el lazo que los unía.
El testimonio es crudo y honesto. Refleja una relación sin adornos, donde la amistad verdadera resistió la fama, los excesos y las caídas del ídolo. Ese día, Diego Maradona (1960-2020) habló de todo: de su paso por Cuba, donde vivieron juntos bajo el ala de Fidel Castro, “con dos casas, cocinero, mozos, cancha de golf y comida las 24 horas”; de su retorno de México con más de 100 millones de dólares en el banco; y del dolor del pasado. Pero, sobre todo, dejó una frase que ahora resuena como un presagio. “Nos abrazamos y me dijo: ‘No me abandonen, no me dejen solo’”.
Y sí, el excampeón del mundo ya no era el mismo. “Estaba disminuido en el habla, tenía problemas en la rodilla por una operación mal hecha, y no había hecho la rehabilitación. Ya no era el Diego que vino a mi casamiento, con el que salía, convivía y me cagaba de risa. Lo habían ‘pastillado’, le daban cerveza…”.
El relato avanza con impotencia. Nombres aparecen y se desdibujan: un joven apodado “Charly”, marido de una prima de una exnovia de Maradona, le daba cerveza, ¡pese a su bypass gástrico! “Con tres Coronas ya balbuceaba, lo acostaban y le apagaban el celular”, revela. El deterioro era visible y, lo que más duele, evitable.
“Diego ya no podía decidir nada. No tenía celular. Yo llamaba a su sobrino Johnny para que me lo pasara al teléfono. La última vez que hablé con él fue para mi cumpleaños en septiembre. De ahí, nunca más”.
Antes de la gloria, los títulos y los escándalos hubo una comida. Mariano tenía apenas 16 años cuando conoció a Diego Armando Maradona, no en una cancha ni en un evento, sino en la cocina familiar del barrio de Devoto, en la acomodada casa que le compró a sus padres con sus primeros sueldos del fútbol profesional.
El destino quiso que se relacionara con Hugo Maradona, el hermano menor de “El 10”, con quien compartía el colegio (la Escuela Comercial 20) en el barrio bonaerense La Paternal. “Yo iba un año más adelantado y nos hicimos amigos en los recreos. Hugo era un desastre en la escuela y yo no era mucho mejor, pero alcanzaba para darle una mano”, recuerda Mariano entre risas.
La primera vez que fue a la casa de los Maradona fue para estudiar. “Ese día estábamos en la pieza y, tipo ocho y media, sube Doña Tota y me dice: ¿Te quedás a cenar? Yo no sabía qué hacer, me daba vergüenza, pero Hugo me insistió, así que me quedé”, cuenta. Diez minutos después, bajó a la mesa y ahí estaba él: Diego Maradona sentado con su familia en el comedor; ya campeón con Boca, ya vendido al Barcelona.
“Fue la primera vez que lo vi en persona. Me saludó con mucha calidez, me dijo que me relajara, que era el hermano de mi amigo. Se hablaba de fútbol, de los viajes a Corrientes a pescar con su padre…, cosas de familia”.
El momento que lo marcó fue simple y entrañable. Luego de un segundo plato del guiso que preparaba la madre de astro, el joven Mariano se sonrojó. Diego lo miró y le comentó a Hugo: Tu amigo vino con atraso, ¿eh? Se rieron todos. “Después me explicó que lo hizo para relajarme, porque me vio nervioso. Esa fue la primera vez que me tiró un chiste. De ahí en adelante, empezó todo”.
Pasaron un par de años hasta que volvieron a encontrarse. El futbolista ya había debutado en el Barcelona y regresaba a Buenos Aires a ver a la familia o para recuperarse de alguna fractura. En una de esas visitas, Mariano fue invitado nuevamente a la casa para comer con la familia. “Yo llegué con Hugo y el padre estaba haciendo la carne, un asador tremendo, de esos que no se ven más. Yo, muerto de vergüenza, me fui al baño para no sentarme en cualquier lugar. Cuando salí, el único asiento libre era al lado de Diego”.
Durante la tarde, el crack desapareció un momento y volvió con bolsas llenas de regalos para sus familiares. “Cuando me vio, me dijo: Mariano, no sabía que venías, así que no tengo nada para vos. Le respondí que no hacía falta, que yo era amigo del hermano”.
Pero antes de que se fuera, Diego le pidió que pasara por su habitación. “Cuando subí, le pedí si me podía autografiar unos posters del Barcelona. Me dijo que sí, me senté en su cama y me los firmó. Cuando me estaba yendo, me para: Esperá, inventé un regalo para vos. Y me tira una bolsa del Corte Inglés. Cuando la abrí, era una camiseta del Barcelona. Me cuenta: Con esta le hice un gol al Real Madrid…”.
Mariano no podía creerlo. “Ahí fue la primera puteada que le tiré: ¡Qué hijo de puta que sos! Gracias a Dios que no sabías que venía, porque este es el mejor regalo que me pudieron haber hecho. Fue algo inolvidable”.
Tantos años después, esa camiseta sigue siendo uno de sus tesoros más preciados. “Me ofrecieron 35 mil dólares por ella. Pero no la vendo. No tiene precio”. Israelit asegura que es custodio de unos de los ‘museos de Maradona’ más grande del mundo.
Hablar de Diego Maradona sin mencionar las adicciones sería contar solo una parte de su historia. Pero hacerlo sin matices, sin comprender el tormento que enfrentó, sería una injusticia. Mariano lo vivió de cerca y, aunque mantiene un profundo respeto por la intimidad de su amigo, no evade el tema. “Lo contó él. Su adicción a la cocaína fue algo que le costó mucho dejar. Hizo un gran esfuerzo. A veces podía, a veces no…”.
Israelit no revela detalles personales, pero confirma que el consumo comenzó temprano, durante su etapa en España, entre 1982 y 1984. “Él me decía: Quise probarlo, y cuando me di cuenta, ya era tarde. Yo pensaba que lo manejaba, pero eso no se maneja, eso te maneja a vos. Así me lo contaba”.
Diego nunca culpó a otros por sus caídas. “Jamás le echó la culpa a nadie. Sabía que estaba haciendo cagadas. Era consciente. Tenía peleas, separaciones, gente a su alrededor que no lo ayudaba, pero nunca se victimizó”.
Hubo momentos de quiebre, como en 2004, cuando regresó de su segunda internación en Cuba. “Ahí dejó completamente la cocaína. Estaba enfocado en su salud, en sus hijas, en salir de ese mundo. Arrancó el programa ‘La noche del 10’, y estaba entusiasmado, con ganas de vivir”, recuerda su gran amigo, quien trabajó como su productor cuando “El Diego” incursionó como presentador en la TV.
Aun así, la relación con el ídolo no siempre fue fácil. “Yo mismo me peleé con él por este tema. En una de las idas a Cuba discutimos mal, agarré mi bolso y me volví. Pero después entendí… Diego luchaba contra algo más fuerte que él”.
Cuando Maradona murió, el 25 de noviembre de 2020, las noticias sobre el abandono y las irregularidades en su entorno estallaron. “Yo fui a declarar a la fiscalía. Conté todo lo que vi. No voy a mentir ni inventar. No vi a Matías Morla (exabogado y representante de Maradona) darle cerveza, pero sí al otro pibe. Vi cómo le cambiaban camisetas por marihuana. La casa era un desastre”.
Los detalles de la causa avanzan lentamente, con sospechas que pesan sobre médicos, custodios y apoderados. “Me gustaría creer en la justicia, pero para mí preso no va a ir nadie”.
La situación con la familia tampoco fue sencilla. “Hace mucho que no hablo con Dalma (primogénita) ni con Claudia (su exesposa). Hubo un altercado. Se creyeron las únicas con Giannina (la segunda hija). Pero Diego reconoció a otros tres hijos (Diego, Jana y otro Diego). Lo sabían. Claudia incluso pagaba la mensualidad del hijo de Italia”.
El tiempo ha pasado, pero las heridas siguen abiertas. Y aunque el mundo siguió girando, para Mariano hubo algo que se detuvo aquel 25 de noviembre. “Ese día se fue Diego, pero también se fue una parte de mi vida”, señala a Velvet con la voz entrecortada. Su gratitud es profunda y sin medida: “Es infinito, es imposible poder calcular lo que le debo”.
Cuando habla de Maradona, lo hace con respeto, con amor y con una tristeza que no se disimula. Dice que su recién publicado libro, “El amigo de Dios”, no busca revelar intimidades ni alimentar el morbo; quiere que se entienda que, detrás del mito, había un hombre que cargaba con sus luchas. Un ser humano que cometió errores, pero que también supo darlo todo por los suyos.
Y aunque el Diego público ya no esté, para Mariano hay algo que permanece intacto: la promesa de no abandonarlo. “Nunca lo hice. Nunca lo voy a hacer”.