La capital de la Provenza es un destino que conquista con su personalidad caótica y una belleza que se abre paso entre montañas escarpadas. Como buena ciudad puerto lo suyo es la diversidad, la bohemia y una historia que seduce a los pies del Mediterráneo.
La primera vez que la visité, me dijeron que Marsella era como una república independiente al sureste del país, ‘la ciudad menos francesa de Francia’. Que aquí se hacían las cosas a la marsellesa, que tenían su propio acento, forma de vestir y ritmo. Luego de dos años y medio viviendo aquí y tratando descifrarla, no puedo estar más de acuerdo. Marsella es un universo paralelo a los destinos turísticos más tradicionales de Francia. Es francesa por definición, pero en su ADN está la multiculturalidad, la idiosincrasia salvaje, y eso es lo que la hace especial y tan atractiva para los viajeros.
Fue fundada en el 600 a.C. por los griegos, lo que la convierte en la ciudad más antigua de Francia (título al que le sigue ser la segunda ciudad más grande del país, con 860 mil habitantes). Su historia la han escrito griegos, romanos e inmigrantes de todos los lugares del Mediterráneo, y en su personalidad no esconde su deseo por mostrarse distinta y separarse de la “Gran Francia”.
MIRADOR AL MEDITERRÁNEO
Su belleza arquitectónica es indiscutible y uno de sus principales atractivos turísticos. Para recorrerla, lo mejor es ponerse unos zapatos cómodos ¡y a caminar! Eso sí, las escaleras y subidas pronunciadas son la norma en esta ciudad de colinas que fue diseñada de cara al mar. Prácticamente toda la ciudad es un mirador hacia el Mediterráneo, y se tiñe de un tenue rosado en cada atardecer. Para quienes no sean amantes de las subidas o si tienen poco tiempo, una buena alternativa es tomar el bus o tren turístico.
El punto de inicio y centro neurálgico de la ciudad es el Puerto Viejo (Vieux Port), donde los griegos desembarcaron hace 2600 años, además la postal más característica de la ciudad. Ten listo tu celular, porque hacia donde se mire, ofrece una vista maravillosa digna de Instagram. Este puerto se adentra hasta el corazón de la ciudad, flanqueado por los dos imponentes fuertes de roca Saint Jean a la derecha y Saint Nicolas a la izquierda.
El Vieux Port invita a caminar en su amplio paseo y a perderse entre los cientos de barcos y yates amarrados en su marina. Además es el lugar perfecto para recargar energías en alguno de sus cafés, bares y braserías, y claro, para deleitarse con una copa de vino rosé y con la preparación emblemática de Marsella, la bullabesa, una sopa hecha con pescado fresco, mariscos y verduras, y condimentada con azafrán y pimienta de Cayena.
Desde el puerto se ve sin problemas la basílica Notre Dame de la Garde, imponente en lo alto de la ciudad, encaramada sobre una montaña. Se puede llegar caminando, con un recorrido en ascenso que vale la pena por los paisajes que regalan sus callecitas serpenteantes, pero también está la alternativa de tomar un bus o tren turístico. El taxi es otra opción, aunque debes saber que en Marsella los precios son bastante altos. Una vez en la emblemática Bonne Mère (así se le llama de cariño) no queda más que encantarse con su arquitectura neobizantina, su interior marinero y disfrutar de su impresionante vista, y si es al atardecer, mucho mejor.
¿Otros imperdibles de la ciudad? La catedral Santa María La Major, templo del siglo XIX que comenzó a construir Napoleón; la Corniche Président John F. Kennedy, un extenso paseo marítimo desde donde se pueden ver el archipiélago vecino de Frioul, y donde se están las principales playas urbanas (Des Catalans, Du Prophète, Du Prado y De la Pointé Rouge); y por supuesto, nadie se puede ir de la ciudad sin visitar algunas de sus jabonerías, porque el jabón de Marsella es uno de sus productos típicos, ¡y sí que saben hacerlo bien!
VIDA CALLEJERA
La bohemia y la cultura se funden en su mítico Cours Joulien, un barrio animado prácticamente todos los días del año, donde entre grafitis y callejones se reúnen decenas de bares, cafés, galerías, librerías, estudios de tatuajes, teatros y locales para escuchar música en vivo.
Para un paseo cultural menos bullicioso, el barrio perfecto es Le Panier, el enclave original griego, por lo tanto el barrio más antiguo de la ciudad. Con un ambiente artístico y mucho más íntimo, es el lugar perfecto para escapar del caos, recorrer con calma sus callecitas de adoquines, y disfrutar de algunas de sus plazas escondidas y restaurantes con comida tradicional francesa.
LAS CALANQUES, PUERTA DE ENTRADA A LA COSTA AZUL
Al sur de la ciudad, una imponente cordillera de piedra caliza salpicada por bosques de pinos da la bienvenida al Parque Nacional Les Calanques. Aquí el ruido de la ciudad se mitiga para darle protagonismo absoluto al sonido del mar y al soplido del viento, sobre todo cuando hay Mistral, un viento norte fuerte y frío, característico de esta zona.
Las Calanques son sin duda una de las postales más increíbles de la Costa Azul. Pequeñas playas escondidas entre montañas que aparecen protegidas por roca blanca, y con aguas color turquesa intenso que permite ver varios metros hacia el fondo. No hay un refugio en el sur de Francia tan paradisiaco como éste. Por algo en su novela El Conde de Montecristo, Alexander Dumas eligió este lugar para salvar a su protagonista Edmond Dantés cuando huyó del Chateau de If (fortaleza que está justo frente a la costa marsellesa, y que también se puede visitar).
Eso sí, la belleza de sus playas (en francés calanques) tiene su precio, y a la mayoría solo se puede llegar caminando por senderos de diferente intensidad. También es posible tomar un barco desde Marsella y hacer un tour vía marítima hacia las calanques principales como Port Pin, D’En Vau y Sormiou, pero sin desembarcar. ¿Mi consejo? Ponerse las zapatillas, llevar suficiente agua, ¡y a caminar!
Marsella es una sorpresa en todos los sentidos, una ciudad que conquista sin pretensión ni idealismos, y sacudiéndose los prejuicios de que es fea o peligrosa. Hay quienes dicen que Marsella no tiene término medio; o se le ama o se la odia. Yo diría que es más bien una conquista lenta, un destino que por sí solo es capaz de demostrar la belleza sublime que hay en lo rebelde y auténtico.
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