Revista Velvet | #Cuentosvirales por @autoraschilenas: Mañana
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POR equipo velvet | 30 abril 2020

Nací en una pequeña cabaña en el límite entre San Diego y Tijuana, justo el día en que terminó la pandemia que, por años, había azotado al planeta. Una matrona ayudó a dar a luz a mi madre quien, pese a todos los presagios de las brujas, no tuvo problemas para cumplir con la misión. Su enfermedad crónica se había mantenido a raya con el embarazo, según supimos después.

Ella, una renombrada científica, se dedicó a mi cuidado y educación emocional, a la vez que buscaba la medicina para el futuro. A través de cuentos y conversaciones pude imaginar los medios de transporte y comunicación, las formas de vida de las personas y los errores de antaño. Mi padre siguió trabajando desde casa, como lo había hecho al inicio de la catástrofe, pero su labor se orientó al bien colectivo, más que a la ganancia de una empresa en particular. Conectaba personas que requerían servicios en trueque o donaciones de artículos básicos, generando las únicas cadenas efectivas con la tecnología disponible. Sin pretenderlo siquiera, consiguió que esa misma red se encargara de abastecer a nuestra familia. Así, cada mañana encontrábamos en la puerta de entrada una botella de leche, harina, frutas y verduras, mantequilla, queso o algún huevo para el día. Nunca nos faltó nada; no necesitábamos más.

Cuando las medicinas que tomaba mamá se acabaron, hubo un tiempo de pánico en casa pero pronto recuperamos la razón y, de un día para otro, ella mejoró.

A los 6 años, pude salir y aventurarme en el bosque aledaño a nuestra casa. Desde entonces, nunca más dejé de hacerlo. Cada día, después del desayuno, me calzaba las botas de goma que papá me había fabricado con las llantas de un camión abandonado años atrás y salía a conversar con aves y animales que vivían en los alrededores de la cabaña. Amaba el verdor de plantas, arbustos y árboles; el aroma de las flores silvestres y el sonido de todo tipo de criaturas que solían vivir en el área. Pasaba horas disfrutando y luego volvía a casa a leer, escribir o dibujar lo que había visto.

El tiempo avanzó, terminé la escuela digital y mi entrada a la universidad me contactó con estudiantes de todo el mundo que percibían la importancia de salir nuevamente a las calles. Participé de los grupos que exigían la libertad. La población había disminuido a menos de la mitad y los riesgos quedaban en el pasado. Después de un tiempo nos impusimos y la población mundial retomó su derecho a circular. Todo mutó otra vez.

Los antiguos canales de televisión se llenaron de historias primero, con el material que había quedado en espera durante años y luego surgieron nuevos programas en vivo. Se inició la reconstrucción de espacios públicos y los gobernantes de antaño comenzaron a hablar de la normalización económica, su importancia y del futuro.

Hubo un nuevo boom de nacimientos y el planeta se pobló casi en su totalidad. Fue una buena época y, por un tiempo, no me arrepentí de haber participado en su recuperación.

Más tarde, cuando comprendí que la amenaza éramos nosotros, ya era tarde para promover la vuelta atrás.

No sé cuántos más hay afuera, pero aquí sólo quedo yo.

 

Sobre la autora:
Escritora, periodista y compositora. Ha desarrollado su carrera en prensa, radio y televisión. Rostro de programas de conversación, música  y shows infantiles. Obtuvo varios reconocimientos incluido el Premio APES.  Autora de “Fango Azul”, “Entre radios y Medianoche”, “La cofradía de la luz” (Premio Creación CNCA) y “La casa de Kyteler” (Desastre Natural Editorial), entre otros. Realizará talleres virtuales a partir de abril mrogersg@gmail.com

 

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