Meghan Markle se refirió a su familia política como “the firm”, para sorpresa de la animadora Oprah Winfrey. No fue una indiscreción. Tampoco idea suya: el término lo acuñó Jorge VI, el padre de Isabel II, cuando dijo “No somos una familia. Somos una firma”.
Los Windsor funcionan como una empresa bajo cuyo sello trabaja una inmensa plantilla de secretarios, funcionarios, asesores, mayordomos y cientos de empleados estructurados por departamentos denominados Royal Households, que en una institución cualquiera recibirían el nombre de finanzas, ventas, recursos humanos, marketing, logística, etc. Penny Junor, autora de The Firm: The Troubled Life of the House of Windsor afirma que es muy difícil diferenciar entre la familia y la maquinaria empresarial detrás.
La ruptura del príncipe Harry con su familia, provocada más por la presión de esa maquinaria que por cuestiones íntimas, según él mismo hijo de Carlos y Diana ha sugerido, ha generado no solo una crisis de imagen para todos sus miembros sino que nos permite ver con mucha más claridad cómo ejercen sus roles y qué posición ocupan en el tablero.
Y es que cualquiera que vea con atención la serie The Crown encontrará todos los elementos de una empresa familiar: el apellido, la sucesión, el liderazgo, las batallas. La institución de esta familia es muy rígida y estable. ¿Qué ocurre cuando hay rivalidades entre los hermanos? Vendes, te buscas un socio o cierras. Harry no puede y en esa institución no hay un puesto para el segundo –la reina Isabel II vivió algo parecido con su hermana Margarita– así que su núcleo buscó crear una marca propia junto a Meghan.
Curiosamente, en la empresa existe la figura del “monarca”, como la del fundador que se resiste a dejar el cargo para dejar la gestión en manos de sus hijos, y aun así sigue tomando decisiones. Esto debilita a su sucesor, como le ha ocurrido a Carlos III. Con la crisis de Harry, el patrimonio familiar no está en peligro pero sí el legado y la imagen de marca. Y es que el inmenso negocio que la marca Windsor genera a su alrededor, tanto de merchandising, pasando por el turismo o venta de diarios y revistas, no encuentra equivalencia en ninguna otra monarquía. Particularmente rentable fue la imagen de la reina Isabel II, cuya hegemonía fue siempre indiscutible.
Emma Roig, colaboradora de Vanity Fair, lleva décadas en Londres siguiendo los problemas de la familia real y encuentra muchos paralelismos con los dilemas empresariales: “Los llamados working royals son los miembros de la familia real que representan a la corona. No tienen salario pero sí acceso al fondo Sovereign Grant, que se emplea para cubrir sus necesidades de vivienda. Al no disponer de un salario propio, pueden surgir conductas inapropiadas, como ocurrió con ciertos negocios del príncipe Andrés y Sarah Ferguson. En cambio, ahora los Sussex disponen de dinero propio aunque el sello Windsor no validará nada de lo que hagan: ser comercial es un pecado para la casa real británica”. Así es: la marca Sussex Royal que pretendían poner en marcha no llegó a ver la luz.
Lo que sí ha recibido atención especial durante las últimas semanas es el tras bambalinas que ha develado Harry en su libro de memorias. Y es que cuando un miembro abandona la junta directiva y sale a ventilar las miserias que se viven dentro, un problema adicional surge. “Harry ha levantado la cortina y vemos las cañerías. Ese el mayor problema de Carlos III, que con 74 años se enfrenta a batallas que antes eran exclusivamente internas. Ahora mismo, todos están bajando en popularidad y Buckingham trabaja para contrarrestar esta crisis de imagen”.
Una vez fallecida Isabel II, lo que Harry se atreve a revelar en su libro Spare, posiblemente encuentra su origen en peleas familiares antiguas. Del mismo modo que un divorcio hostil o una sucesión difícil trae consigo que se puedan ventilar trapos sucios y con ello causar un daño a la imagen de la ex pareja, de los socios o de la familia dueña de la compañía, lo mismo les ocurre a los Windsor con la actitud de Harry y la publicación de este libro.