“Todas las familias felices se parecen. Pero las infelices lo son cada una a su manera”. Así comienza la célebre novela de Léo Tolstoi, Anna Karenina. Un inicio que podría ajustarse muy bien para hablar sobre la familia Tenenbaum, que el director Wes Anderson termina retratando de manera tan particular y única, en la que sería la tercera película de su filmografía, hace ya 20 años, y con la que demarcaría todo un estilo visual y narrativo, que es su sello hasta el día de hoy, el que le ha sumado detractores pero también un grupo fiel de fans que no se pierden ninguna de sus singularidades, hoy por hoy, todas muy similares entre sí. Todo lo que se llama, un “autor”.
Los excéntricos Tenenbaums, como se tituló en Chile, se estrenó un 14 de diciembre de 2001 en Estados Unidos, y estaba protagonizada por un elenco cargado de estrellas. La primera de sus películas corales y que será su marca de fábrica de lo que el director norteamericano ha producido hasta el día de hoy. Encabezada por los fieles Bill Murray y los hermanos Luke y Owen Wilson, esta es una historia profundamente melancólica, a ratos triste, pero de la misma manera, hilarante y encantadora, acerca de una familia sepultada por dos décadas de fracaso, depresión y rencores personales, en busca de un camino o de un momento de reconciliación que evite más decepciones a futuro. Wes Anderson, como ya hemos visto en una filmografía cargada de éxitos como Moonrise Kingdom, Isla de Perros y El Gran Hotel Budapest, es un experto en comprimir grandes emociones en pequeños gestos. Son películas llenas de sentimiento pero que expresivamente son muy económicas y reacias al sentimentalismo.
Y aquí están esos encuadres tan andersonianos. Los barridos de cámara que le dan una agilidad tan particular a cada escena y los decorados en tonos pasteles con personajes que se quedan en la memoria para siempre: como Gwyneth Paltrow cargando una melancolía a cuestas pero llevando un abrigo de piel, con una prótesis de madera en su dedo meñique y fumando compulsivamente. O Ben Stiller con sus hijos gemelos vestidos como si fuese un uniforme, con un buzo Adidas rojo modelo retro; o el vecino escritor, caracterizado por Owen Wilson, vestido de vaquero; o Luke Wilson como el hermano tenista frustrado, enamorado de Margot, que es su hermana, pero Margot es adoptada, así que quién es uno para juzgar. Esas parecen ser las indulgencias de esta familia de niños genios que fueron eternas promesas pero que ahora viven una frustración que les hace llevar la vida en una suerte de anti climax permanente. Pareciera que los tres (Paltrow, Stiller y Wilson) están al borde de la depresión mientras tienen que lidiar con un padre, Royal, que es la razón de todos sus males pero también el que le da vida a esta familia.
Un patriarca cruel, casado con Etheline (Anjelica Huston), quien fue la principal impulsora del éxito de sus hijos precoces. Todos ellos alcanzaron el éxito a muy temprana edad, y quizás ese sea el karma que cargan, porque ahora como adultos jóvenes cargan con una apatía pero también con una involución de sus talentos de los que, pareciera, ellos mismos en algún momento se cansaron de tener. Todo esto puede sonar tristísimo, pero Wes Anderson, le da un frescor cáustico, un humor nostálgico, negro pero cargado de ternura. Y en buena parte esa luz proviene de este patriarca maldito, caracterizado por Gene Hackman, en un rol clave, que llena una película repleta de diálogos ingeniosos, de detalles encantadores y de un diseño de arte que llega a ser empalagoso. Wes Anderson con sus mejores armas contando una historia, que en lugar de telón de fondo, se abre con la página de un libro como de esos sacados de una biblioteca, una narración separada por capítulos, tal como una obra literaria, una idea que permite flashbacks y a ratos detenerse en recuerdos que aportan datos clave para entender a estos personajes tan extraños como queribles. Por ejemplo, cuando sabemos porqué Richie tuvo un colapso en una cancha de tenis y que es la manera de subrayar lo poco que Royal entiende a su hijo. O cuando se hace referencia a la prótesis de madera del dedo meñique de Margot y que se explica a través de un divertido flashback.
The Royal Tenenbaums es una película sobre una familia que no ha cumplido los sueños que tenía para sí misma. Y ese rasgo en común con familias como la tuya, la mía o la de algún conocido o familiar, es lo que la hace tan conmovedoramente adorable. Musicalizada con canciones de Nico, Nick Cave y Elliott Smith, este filme que estuvo nominado al Oscar en la categoría de Mejor Guion Original para el propio Wes Anderson, ha sido mencionado por Gwyneth Paltrow como el favorito de su carrera.
Y aunque finalmente esta familia logra recuperar algo de su brillo, al menos para reavivar algún vínculo familiar, queda la idea rondando si en realidad los chicos Tenenbaum fueron realmente genios. Tal vez Margot siempre fue una dramaturga mediocre o Richie llegó lo más lejos que pudo en el tenis. En una nota al pie casi al final de la película, se nos dice que la nueva obra de Margot se estrenó con críticas mixtas y que dos semanas después no hubo más funciones. Pero parece importarnos poco. Los Tenenbaums vuelven a ser familia y esa es toda la magia que la película necesita para volver a reunirnos 20 años después.