A mediados de marzo de 2009, Liam Neeson recibió una llamada de su mujer, la actriz Natasha Richardson. Se había ido unos días a esquiar mientras el actor rodaba en Toronto y durante una clase había sufrido una caída. Según ella le contó, no había de qué preocuparse: había sido un pequeño accidente sin importancia. Liam Neeson jamás volvió a escuchar su voz. Después de aquella conversación, Richardson fue trasladada por una ambulancia a un hospital de Montreal, luego de sentirse desorientada. Cuando el actor llegó al hospital tras dejar a sus hijos de doce y trece años al cuidado de su abuela, la legendaria actriz Vanessa Redgrave y madre de Natasha, se encontró a su esposa conectada a muchas máquinas de supervivencia. Había sufrido un derrame y su situación era de muerte cerebral.
“Fui a su lado y le dije que la amaba”, recordó el actor durante 2014 para una entrevista con Anderson Cooper. “Le dije: Mi amor, no vas a salir de esta. Te has golpeado la cabeza. No sé si puedes oírme. Te llevaremos de regreso a Nueva York y todos tus familiares y amigos irán a despedirte”. Neeson y Richardson se habían hecho una promesa: si alguno de los dos se encontraba en una situación de vida irreversible, el otro no permitiría que le mantuviesen conectada artificialmente. Firmó la desconexión y sus órganos fueron donados. Neeson, con dos hijos adolescentes, se había convertido en el personaje que interpretó en la muy navideña Love Actually: un viudo incapaz de lidiar con la muerte de su gran amor.
La pareja se enamoró mientras participaban del montaje teatral Anna Christie. Él, un actor recién aparecido. Ella, miembro de una dinastía con más de un siglo de tradición. En ese momento, Natasha Richardson estaba casada con el productor Robert Fox, pero tuvieron una química tan potente que al año siguiente, estaban casados y filmando su primera película juntos, Nell con Jodie Foster. Nominado al Oscar por La lista de Schindler, Liam Neeson pasaba por el mejor momento de su vida. Pero en pleno duelo durante esa primavera de 2009, la primera decisión del actor para afrontar el duelo, fue restarse del proyecto al que estaba comprometido hace cuatro años y que volvería a reunirlo con Steven Spielberg: Lincoln. El director entendió las razones. Pero después confesaría que se refugió en el alcohol y en el trabajo. Pero un año antes, había filmado la película que le cambiaría su carrera.
Taken lo convertiría impensadamente en un héroe de acción gracias al éxito de una producción hecha en Europa, cargada de clichés, acerca de un hombre con habilidades muy concretas que se enfrentaba a una mafia de trata de blancas para salvar a su hija. Ese rol de justiciero se volvería el karma pero a la larga, una suerte de marca registrada en su carrera. Un giro que jamás esperó, la construcción de un personaje duro, implacable pero extraña mirando la trayectoria actoral de Liam Neeson para atrás. Además, ya estábamos ante un hombre que había superado la barrera de los cincuenta y hasta ese momento, personajes como esos no se le solían dar a alguien de ese rango etario. Lo cierto es que al actor irlandés le gustó el guion y cuando se cruzó con el productor Luc Besson en un festival lo abordó directamente y se lo propuso: “Mira, estoy seguro que no estoy ni cerca de tu lista de actores para esto, pero fui boxeador, me encanta hacer escenas de pelea y hasta he hecho algunas películas de brujería con espadas y todas esas mierdas. Por favor, piensa en mí para esto”, contó en la revista Entertainment Weekly.
Obviamente nadie siquiera imaginó negarle tal oportunidad a una estrella de su nivel y el papel fue suyo: “Me sentí como un niño en una juguetería haciéndola, entre especialistas y en escenas de acción y el entrenamiento con armas. Me encantó”. Pero era una película hecha para el arriendo, nunca una gran apuesta, sin embargo pasó lo impensable: “Recuerdo que el primer fin de semana llegó al número 3, la siguiente al 2 y luego al 1. Luego bajó al 4 y volvió a subir al 3. Tuvo un ciclo extraordinario. Así es como empezó, y luego hubo planes para una segunda parte y, por supuesto, para una tercera”. Taken recaudó 226 millones de dólares y sus secuelas que superaron los 300, le situaron como uno de los actores mejor pagados de Hollywood.
A lo largo de sus más de 40 años de carrera, Neeson ha trabajado con los mejores directores. Además de Spielberg se ha colocado bajo las órdenes de Martin Scorsese, Ridley Scott, Clint Eastwood y Woody Allen. Pero ni todo ese currículum hizo pensar que el éxito de Taken sería el inicio de un cambio radical en la carrera de Neeson, cuyas últimas producciones tienen en común la figura del actor, una pistola y la palabra “venganza” en algún lugar del poster de sus películas. De hecho ya se habla de un género en sí mismo: las películas de Liam Neeson. Pero además de la venganza hay otro elemento que las une: la pérdida. Cosa que podría leerse como una suerte de penitencia o de expiación del propio Neeson cargando el duelo de su esposa.
Fuera de la pantalla, Liam Neeson no tolera las armas. En su última película que se estrena este jueves The Ice Road, Neeson interpreta a un conductor de camiones que debe enfrentarse a un océano de hielo para rescatar a un grupo de mineros atrapados. Y según la sinopsis “luchando contra el deshielo y una tormenta masiva, descubren que la verdadera amenaza está por llegar”. Pero hay más, porque el papel como el gran héroe de acción no lo abandona: Blacklight, Retribution y Memory son tres películas que ya filmó y que se encuentran próximas a estrenar donde reparte balas y se enfrenta a enemigos que no serán tan peligrosos como la soledad que lo aqueja y de la que jamás ha dejado de hablar porque hablar de Natasha es una manera de mantenerla viva.