Con los primeros del 2021 ya superados, observo que los hábitos que he adquirido en mi cuarentena se sostienen. Diría que incluso empiezan a dar frutos. Todo este tiempo socializando casi exclusivamente con mi núcleo familiar, volcada hacia adentro y abocada a estar conmigo misma en la quietud de nuestro hogar (un lujo que agradezco a diario) me ha vuelto adepta a las rutinas.
Mi infancia no fue de rituales ni ritmos específicos y mi vida adulta siempre ha sido imprevisible, compuesta de cambios y movimiento. En esta etapa, estoy descubriendo el placer de lo predecible, la calidez que genera en mí el evento esperado y repetitivo.
Como madre, noto que las rutinas que pautean la vida de mi hija Luna la ayudan a sentirse más segura en este mundo, pandémico e incierto. Sus comidas se rigen por un calendario predecible. Así mismo sus actividades; tanto los placeres como los deberes van creando una semana que ella reconoce y espera. Los que han sido expuestos a la filosofía de Rudolf Steiner y la educación Waldorf reconocerán los beneficios de este “ritmo”.
En el podcast de Jay Shetty aprendí que mucha gente exitosa y de alta productividad tiene una rutina mañanera cuidadosamente pauteada. Así es que me propuse encontrar la mía. Fui cultivando este jardincito personal que ahora me espera cada amanecer. Conquisté mis madrugadas, porque tengo el dominio completo de esa hora antes de que salga el sol, me trague la vorágine de la vida y me empiecen a pedir cosas.
Amo tanto ese espacio, que sacrifico feliz esa hora de sueño. Por eso lo quiero compartir. Así ojalá ustedes también se animen a encontrar el suyo.
Mi rutina es una mezcla de cosas pragmáticas para la salud y bienestar del cuerpo; también hay otras espirituales, para el alma. Lo primero que hago al despertar NO es agarrar mi celular (que duerme en el living, ¡lejos de mi cama para no tentarme!), sino tomar harta agua, entre 2 vasos y un litro. Luego me siento a meditar 20 minutos con mi mantra: yo practico la meditación TM, que se ajusta maravillosamente a mi estilo de vida. Te invito a investigarla y si sientes interés, a encontrar un profesor certificado que te la enseñe. A mí me ayuda a empezar el día desde mi misma, como punto de partida, cultivando mi habilidad para estar presente con mis emociones y mi estado ese día.
Luego viene una taza grande de agua tibia con limón. Esto ayuda al cuerpo a eliminar toxinas y alcalinizar. Soy adicta. Omitiré el detalle de lo que luego transcurre, pero sí les comparto la alegría de sentir mi cuerpo sano, limpio y funcionando como reloj.
Ahora estoy lista para escribir tres páginas en mi diario. Este ritual se ha convertido en mi “lavado de dientes” interno. Son páginas que libero sin pensar, sin propósito ni fin, dejando fluir mi lápiz. Ahí aparecen ideas, asociaciones maravillosas. Este ritual cotidiano establece un espacio en el cual mi YO interno puede hablarme y sabe que será escuchado sin censura ni juicio.
La madrugada se ha convertido en uno de mis momentos favoritos del día pues es solo para mí, no de forma egoísta, sino que de una manera “sana”. Me nutro, me escucho y sobre todo me conecto con la fuente de mi creatividad, con la fuente de la vida misma, con el universo. O Dios. O como te guste llamarlo. A mí todas las formas me gustan, por que reconozco una sola inteligencia divina que crea la vida, anima la naturaleza, mi alma y el amor.
La fuerza del ritual es volver una y otra vez a algo que sabemos nos hace bien; algo sobre lo cual podemos apoyarnos. Ese gesto repetitivo se convierte en un músculo fuerte, una memoria sensorial a la cual acudir en momentos de turbulencia. Y termina por crear el carácter –o personalidad–, lo que al final permite que nuestra luz interna brille mejor.