El papel no era para él. Buscaban a un actor para interpretar a Greg Hirsch, un veinteañero ingenuo y medio torpe, que viajaba desde las afueras de la ciudad al epicentro de la Gran Manzana donde se libra esta guerra shakesperiana entre los miembros de la disfuncional y muy millonaria familia Roy. Cuando recibió el guion del piloto de la serie en 2016, Kieran tenía 35 años. Ya era muy viejo para interpretar a Greg. De hecho, el papel terminó en manos de Nicholas Braun, pero los productores algo vieron. Fue así como audicionó para el personaje que le cambiaría la vida. La serie era Succession, un juego de palabras entre “Sucesión” y “success”, que en inglés significa éxito. Un fenómeno televisivo que tiene a Kieran en el centro de todo como Roman Roy, el benjamín de la familia, irreverente, provocador, inmaduro, pero con unas líneas de parlamento que brillan por su agudeza: “me pareció muy divertida la forma en la que hablaba. Y aunque aun no estaban buscando actores para encarnar a Roman, escogí las tres escenas que más me gustaron, me grabé interpretándolas y le envié el vídeo a mi agente. Jessie Armstrong, el creador de la serie, las vio y decidió contratarme” recuerda Kieran.
La serie, ganadora de siete premios Emmy, ha terminado convenciendo a Kieran, después de 23 películas, varias series de televisión y con nominaciones al Emmy y al Globo de Oro incluidas por su papel de Roman Roy, es que definitivamente quiere dedicar su vida a la actuación. “Recuerdo el momento exacto en que lo sentí. Fue al terminar de rodar la primera temporada. Estaba volviendo a casa y pensé: Esto es lo que quiero hacer con mi vida, quiero ser actor”. Tenía 36 años y llevaba 30 dedicados a este oficio.
Esta actitud y la incapacidad de verse así mismo como un buen actor a pesar de su enorme talento puede sorprender pero se entiende si miramos su apellido. Los Culkin fueron una familia dominada por un padre tirano -una suerte de actor fracasado que buscó realizarse explotando a sus hijos- y sucedió que Kieran conoció muy pronto y muy de cerca la fama, pero no por él sino por su hermano, Macaulay, que se convirtió a comienzos de los noventa en una de las estrellas infantiles más exitosas y problemáticas de la década.
Esta historia comienza en un diminuto departamento de Manhattan donde vivían los Culkin. “Apenas cabía para vivir una pareja”, contó Kieran en Vanity Fair. “Era un pasillo, sin puertas, excepto el baño que ni pestillo tenía. Ahí mis padres criaron a siete hijos”, recuerda.
“Algunos iban al colegio, otros no. Veíamos todo el tiempo las peleas de la lucha libre por la tele. Shane, Macaulay y yo imitábamos a los luchadores. Los cuatro hermanos mayores nunca terminaron el colegio a pesar de los esfuerzos que hizo mi madre por tener algo parecido a una familia normal, esforzándose por juntarnos a todos a comer, instalando el árbol de Navidad o celebrando Thanksgiving”.
En una entrevista con el comediante Marc Maron y su célebre podcast WTF, Macaulay relató cómo su padre había sido un tirano con él y con sus hermanos, humillando y amenazando a sus hijos. Kieran ha reconocido que su padre nunca se comportó con él tan mal como con su hermano, “pero mi padre no era una buena persona y seguramente no fue un buen padre”. El recuerdo que conserva de su progenitor es el de una presencia constante y desagradable en casa, que a veces desaparecía durante varias semanas y que nadie echaba de menos. Por suerte para él, según dice: “Se esfumó de mi vida cuando tenía 15 años”.
Solo se han vuelto a ver en una ocasión, cuando en 2014 Kit asistió a una obra de teatro en Broadway protagonizada por Kieran. El patriarca de los Culkin se encontraba en un estado físico lamentable tras haber sufrido un infarto cerebral, algo que no conmovió especialmente al actor. Ser testigo del ascenso del estrellato de su hermano y del autoritarismo de su padre con solo ocho años influyó en su visión acerca de la fama y que en su mente se asoció a algo profundamente desagradable. “Creo que las personas inteligentes y con la cabeza en su sitio que experimentan la fama de forma directa o indirecta, no la desean. Entre mi felicidad personal y el éxito, elijo lo primero, sin duda”, ha dicho en entrevistas.
La fama de Macaulay y su abandono eclipsó los constantes avances que intentaba Kieran con su carrera como actor. No fue fácil brillar bajo el eclipse de su hermano que se cernía sobre él. En 1991 lo eligieron para interpretar al hijo de Steve Martin y Diane Keaton en El padre de la novia, o ser la co-estrella de Sharon Stone en The Mighty en 1998. Por ambos roles fue nominado a actor revelación en los Globos de Oro. En 1999 apareció en The Cider House Rules, que estuvo nominada a varios Oscar ese año, pero no fue hasta en Igby goes down, donde compartió pantalla con Susan Sarandon, Jeff Goldblum y Bill Pullman, que su nombre no empezó a sonar con fuerza en un rol que le permitió liberarse casi definitivamente del estigma de ser el hermano de Macaulay.
Tras esa película vinieron más ofertas, se suponía que llegarían roles más ambiciosos para conseguir más nominaciones, pero Kieran “no estaba preparado. No habría podido manejar el éxito ni la atención que se habría generado si hubiera seguido con mi carrera, así que literalmente renuncié a ella”, confesó en su momento.
Hoy, tres años después del estreno de Succession, con una tercera temporada en exhibición y una cuarta recién confirmada por HBO, la fama vuelve a llamar a las puertas de Kieran Culkin. ¿Logrará convencerse ahora? Por el momento, todo parece indicar que Kieran seguirá concentrado en encontrar su lugar en el mundo del cine, pero como un actor de carácter. El mundo de las celebrities y sus excesos lo dejó algo traumado.