Cuando Blake Lively fue invitada al popular programa de televisión de Jimmy Fallon, un par de meses después de dar a luz a su tercera hija, Betty, fue ella misma quien se encargó de elegir su look para la ocasión. Situación inusual, ya que en la mayoría de los casos una marca es la encargada de vestir a la celebridad. Sin embargo, en esa oportunidad, la actriz se topó con un gran problema: ninguna marca que solía vestirla tenía una talla que correspondiera a sus nuevas medidas tras el parto.
Ahora, un año después, la pareja del también actor, Ryan Reynolds, subió a sus stories la foto de aquel look acompañada de un texto, para visibilizar el problema que experimentan muchas mujeres con la ropa.
“No es un buen mensaje el que se manda a las mujeres cuando sus cuerpos no entran en la ropa que las marcas tienen para ofrecerles. Es confuso. Me hubiese gustado sentirme en aquel momento más a gusto con mi cuerpo, como lo estoy ahora. Ese cuerpo me dio un bebé. Y estaba produciendo toda la comida que este necesitaba. ¡Qué gran milagro! Pero en vez de sentirme orgullosa, me sentía insegura”, expresó la actriz de Gossip Girl.
No es la única vez que una estrella de Hollywood ha denunciado el problema al que se enfrentan las mujeres con tallas superiores a la 36, ya sea durante un momento vital como el posparto o de forma permanente.
La modelo Ashley Graham confesó que no acudió a la gala Met 2016 porque ningún diseñador pudo hacerle un traje a medida a tiempo y las marcas tampoco tenían algún diseño acorde a su cuerpo. Una historia similar a la que han experimentado nombres como Leslie Jones, Melissa McCarthy, quien fue rechazada hasta por seis firmas para vestirla en los Oscar de 2012, o Christina Hendricks. “Todo se vuelve difícil cuando llega la temporada de premios, necesito encontrar un vestido y solo hay disponible de la talla cero a la talla dos (es decir, 34 y 36). Entonces es molesto ver a los diseñadores diciéndote: ‘Nos encanta Mad Men, nos encantas, pero no te haremos un vestido’”.
El caso de Blake Lively llama aún más la atención, teniendo en cuenta su fuerte vinculación con el mundo de la moda y su consagración como icono de estilo. Su nombre es habitual en las semanas de la moda, en las listas de mejor vestidas, y ha sido considerada la mujer más sexy del mundo, por lo que las marcas se han peleado por vestirla en los estrenos de sus películas o las de su marido, Ryan Reynolds.
Que una celebridad de su calibre se enfrente a problemas para encontrar ropa que se adecue a su figura, visibiliza uno de los problemas de la industria que a estas alturas ya no debería existir.