Cuando la reina Isabel II vino a Chile (1968) lo hizo acompañada del príncipe Felipe y mientras ella se paseaba por todas partes con el presidente Eduardo Frei Montalva y sonriendo a los chilenos, el duque –“ el guapetón “ de la familia–, se arrancó por unos días a pescar al sur, específicamente al Lago Ranco, que en esa época era considerado el paraíso de la pesca.
En esa oportunidad, el duque de Edimburgo se alojó donde un inglés, que se había comprado una casa en Chile para dedicarse a este deporte. De esa estancia se recuerda que aunque lo habría pasado muy bien con sus anfitriones, el príncipe era bastante callado y se tomaba su whisky al atardecer. Como recuerdo, el dueño de la casa dejó puesta una plaquita de bronce el la puerta en el dormitorio que ocupó el duque. Sin embargo, esa casa se quemó a mediados de los años y no quedó ningún vestigio material de la ilustre visita.
Su visita a Chile fue bastante anecdótica y más allá de los actos oficiales hay quienes recuerdan conversaciones particulares como el día en que pidió una cerveza Escudo. En esa época Gabriel Valdés era el ministro de Relaciones Exteriores y su hijo, el ex canciller Juan Gabriel Valdés, recuerdo que su padre organizó en su casa un almuerzo campestre en honor a los invitados. “Cuando llegó a la casa, el príncipe Felipe pidió una cerveza Escudo, cosa que sorprendió al protocolo y obligó a elegantes funcionarios de la Cancillería a correr a la única botillería que había en el pueblo, a comprar cervezas”, comentó a ex-ante.cl.
El duque de Edimburgo s conocido por sus comentarios desubicados y sin filtro, y Juan Gabriel Valdés recuerda en el mismo medio un curioso diálogo entre el príncipe Felipe y Salvador Allende, presidente del Senado en esa época. “Luego de darse cuenta de quién tenía al lado, el príncipe le dijo: ‘Si entiendo bien, ¿usted es el que ha perdido tres elecciones presidenciales?’. Y Allende respondió: ‘Sí señor, y le cuento lo que dirá en mi tumba: Aquí yace Salvador Allende, futuro presidente de Chile. Aunque quizás no, porque pienso ganar la próxima'”.
El duque de Edimburgo no tenía pelos en la lengua y mucho menos filtro. Sin embargo, más allá de alguna mirada fruncida de la reina o un llamado de atención, esa chispa irónica, y muchas veces desubicada, era parte de la esencia de Felipe.