Que existe una relación entre la temperatura y la alimentación, no es algo nuevo. En invierno solemos escuchar “con frío me da más hambre” y bajo ese fundamento, el aire acondicionado hace su entrada triunfal en la historia.
Si bien los expertos afirman que no hay ningún estudio que demuestre específicamente una relación entre el uso del aire acondicionado y el aumento de la obesidad, podría deberse a que no se hayan hecho aún. Y así lo confirma el investigador del Instituto de la Grasa del CSIC Javier Sánchez Peron a El País de España. Eso sí, destaca que está comprobado científicamente que hay una relación entre la temperatura y el apetito. “A mayor temperatura, menos apetito. Así que parece obvio que si vivimos, y comemos, con aire acondicionado, comeremos más y engordaremos más”, explica al medio.
Y en esta evidencia de comer más a menor temperatura, coinciden varios expertos. La explicación se basa en nuestro organismo, el cual en reposo tiene un determinado gasto energético: la tasa energética basal. Los seres humanos somos homeotérmicos, es decir, regulamos nuestro metabolismo para mantener constante la temperatura del cuerpo, independientemente de la temperatura del ambiente. Y lo que utiliza el cuerpo para generar esa energía que mantiene la temperatura constante son precisamente los alimentos.
Esa relación y sus estudios datan desde hace años. Ya en el año 1963 se demostró que ratones expuestos a 35° C, comieron solo un 10% de lo que lo consumido a 24° C. Mientras que a 40° C, dejaron de comer.
Otra investigación, más reciente, realizada en 2015 en la Universidad de Birmingham (EE.UU) demostró que por cada grado que subía la temperatura ambiente, los participantes del estudio comían 85,9 kcal menos del alimento que les daban.
Si bien no hay estudios que demuestren específicamente que el aire acondicionado engorda, sí hay investigaciones que reflejan que vivir en ambientes con temperaturas poco variables hace que se gane peso. Y esas temperaturas poco variables son las que se logran a través de los aires acondicionados verano y la calefacción en invierno. Para los expertos, estos inventos han provocado un “sedentarismo térmico”.
Un estudio publicado en 2014 por la Universidad de Birmingham concluye que “con la adopción generalizada del control del clima, los seres humanos están protegidos de temperaturas extremas y pasan cada vez más tiempo en un estado térmicamente cómodo en el que se minimizan las demandas energéticas”. Es decir, al pasar menor calor y tener menos frío, necesitamos menos energía para mantener la temperatura constante del cuerpo. Y, según la investigación, “el tiempo pasado en esa zona termoneutral podría contribuir a una mayor eficiencia energética con una disminución de la tasa metabólica y un consecuente aumento de peso”.
Llevado a palabras más simples: si comemos lo mismo, pero nuestro cuerpo gasta menos, el exceso de alimentos se convierte en kilos extra.