Revista Velvet | La caída final del príncipe Andrés: El exilio del hijo favorito
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La caída final del príncipe Andrés: El exilio del hijo favorito

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La caída final del príncipe Andrés: El exilio del hijo favorito

POR Rommy Buchholz | 13 diciembre 2025

Despojado de títulos, honores y residencia, Andrés Mountbatten-Windsor enfrenta la sanción más severa impuesta a un miembro de la familia real en tiempos modernos. Su caída no solo marca el final de una era, sino también el inicio de una monarquía que ya no se ampara en el silencio ni en el linaje.

El príncipe Andrés ya no es príncipe. Ni duque. Ni alteza. A comienzos de noviembre, el Palacio de Buckingham confirmó que el hermano menor del rey Carlos III había sido despojado oficialmente de sus últimos títulos y honores. Sellando el final de una caída que se extendió por más de una década. El hombre que alguna vez fue considerado el hijo favorito de la reina Isabel II deberá abandonar Royal Lodge, la residencia que compartió durante años con Sarah Ferguson. Y tendrá que trasladarse a una propiedad menor en Sandringham.

El gesto no es solo simbólico: por primera vez en tiempos modernos, la monarquía británica corta de raíz los privilegios de uno de los suyos.

El descenso de Andrés Mountbatten-Windsor –el nombre con el que ahora será identificado oficialmente– comenzó mucho antes de este último comunicado. En 2010, su amistad con Jeffrey Epstein, entonces ya condenado por abuso sexual, encendió las primeras alarmas sobre su juicio y conducta. Pero fue en 2019, cuando Virginia Giuffre, una de las víctimas de Epstein, aseguró que había sido obligada a mantener relaciones con él a los 17 años, que el escándalo alcanzó una dimensión irreversible. Andrés negó haberla conocido, pese a la existencia de una fotografía en la que ambos aparecen juntos. En su intento por limpiar su imagen, concedió una entrevista a BBC Newsnight que terminó hundiéndolo. Aquella conversación quedó grabada como uno de los mayores errores de relaciones públicas en la historia de la realeza moderna.

Pocos días después, el Palacio de Buckingham anunció que Andrés dejaría de ejercer funciones públicas “por el futuro previsible”. En los años siguientes, su reputación se hundió al ritmo de las revelaciones del caso Epstein: fotografías, testimonios y una demanda civil interpuesta por Giuffre en Estados Unidos, que culminó en 2022 con un acuerdo extrajudicial millonario. Aunque Andrés nunca fue juzgado ni condenado, la presión mediática fue insostenible.

Y finalmente, en abril de 2025, Giuffre se quitó la vida a los 41 años en Australia, lo que añadió un final trágico al escándalo que remeció a la familia real británica.

El historiador Raimundo Meneghello, director de la Escuela de Historia de la Universidad Finis Terrae, explica que lo ocurrido con Andrés inaugura un territorio sin precedentes para la monarquía británica. “Un grado de degradación como el que se le hizo a Andrés es totalmente nuevo. Nunca habíamos visto en tiempos de paz que se castigara de esta manera a un miembro de la familia real”, señala. La decisión, explica, fue tomada directamente por el rey Carlos III. “Efectivamente, hay muchas decisiones que son privativas del monarca. En este caso, fue una acción concreta que tomó Carlos respecto de su hermano. Ni el Parlamento ni el Primer Ministro intervienen, solo son informados”.

Pero la decisión de Carlos no se produjo en un vacío. En el Reino Unido, crece el debate parlamentario en torno al Removal of Titles Bill, una iniciativa que busca permitir al monarca o al Parlamento retirar títulos por conducta o reputación. Meneghello lo define como una señal de los tiempos: “Hay una presión fuerte en este momento por una propuesta de ley que lo que pretende es dar más control al Parlamento sobre las acciones de la monarquía (…). Cualquier modernización de un sistema en una monarquía que tradicionalmente ha sido muy poderosa, es un cambio importante en las reglas del juego”.

La caída de Andrés también reavivó una pregunta incómoda: ¿podría el príncipe Harry enfrentar un proceso similar? Para el académico, las circunstancias son completamente distintas. “Harry en este momento es el quinto en la línea [de sucesión]. Si pasara algo parecido, no habría una amenaza a la continuidad de la monarquía británica. Y por otro lado, siempre está la posibilidad de una reconciliación, porque fue un acto voluntario. Acá [con Andrés] estamos hablando de que no. Aquí hay una señal potente”, explica.

UNA MONARQUÍA QUE APRENDE A HABLAR EN VOZ ALTA

Más allá del protocolo y las prerrogativas del monarca, el caso de Andrés expuso algo más profundo: una transformación en la forma en que la realeza británica enfrenta la opinión pública. El comunicado del Palacio de Buckingham, en el que se expresaba apoyo explícito a las víctimas, rompió con décadas de silencio institucional. «Sus Majestades desean dejar claro que sus pensamientos y su más profundo apoyo han estado y seguirán estando con las víctimas y sobrevivientes de todo tipo de abuso», se leía en el texto oficial.

“Más que la presión social, fue una decisión consecuente con el trabajo que durante años ha efectuado la reina Camilla. Visibilizando y apoyando a organizaciones y víctimas de violencia sexual y doméstica. A la luz de las últimas noticias de los duques de York y su relación con Epstein, la que mantuvieron aún habiendo sido este último condenado por abuso sexual, la permanencia de Andrés y Sarah restaba credibilidad al trabajo de la Corona. A la que al final del día todos representan y forman parte”, explica Pilar Aranda, abogada y creadora de @royalcriolla.

Pero el giro más visible no ocurrió dentro del palacio, sino en la esfera privada. Sarah Ferguson, la exduquesa de York, fue durante años el rostro de una lealtad silenciosa: compartió residencia con Andrés en Royal Lodge, lo acompañó en actos familiares y defendió su figura incluso en los momentos más difíciles. Sin embargo, tras la destitución de sus títulos, se ha informado que no volverán a vivir juntos y que ella buscará independencia.

“Creo que el factor decisivo para Sarah en tomar esta decisión ahora va más por lo económico, no es capaz de solventar su nivel de vida por sí misma. Menos aún ahora que será Carlos quien financie directamente los gastos de solo su hermano. Jeffrey Epstein la habría financiado durante varios años, también es muy conocido el video en el cual ofrecía acceso a su exmarido a cambio de altas cifras. Su patrimonio siempre ha sido tema de conversación. Tanto así que el Palacio de Buckingham ha salido a decir que no tienen relación alguna con los emprendimientos que ha llevado a cabo Sarah. Lo veo como estrategia de sobrevivencia”, asegura Pilar.

Por otro lado, y en medio de la reconfiguración familiar, las hijas del duque caído, las princesas Beatriz y Eugenia, parecen ocupar ahora un espacio intermedio entre la continuidad y la distancia. “Si bien no las mencionan directamente en el comunicado sobre la remoción de títulos de Andrés, a ellas les corresponde el título de princesa por derecho propio (porque al momento de su nacimiento, eran nietas de la monarca, según establece la Patente Real de Jorge V de 1917). Por lo que no se verán afectadas en ese sentido”, explica la experta en realeza. “Dado que cada una tiene su carrera y se dedican a ellas como cualquier ciudadano y que nunca han sido ‘working royals’, pienso que seguirán en la misma posición que han estado los últimos años. Esto es, involucradas en distintas organizaciones, participando en algunos eventos familiares como Royal Ascot o la Navidad en Sandringham. Pero en ningún caso representando al rey”.

Muestra de esa estabilidad silenciosa es que, hace solo unos días, la princesa Beatriz fue nombrada patrocinadora adjunta de la organización Outward Bound, mientras que el duque de Edimburgo asumió el rol de patrocinador real. Ambos asistieron juntos a una recepción en el Palacio de St. James, en una imagen que parece resumir la nueva realidad de los York: lejos del centro, pero aún dentro del cuadro.

EL FIN DE UNA ERA, EL COMIENZO DE OTRA

La decisión de Carlos III de retirar los títulos a su hermano no solo reordena los protocolos, sino también las sensibilidades de una institución que por siglos se resistió al escrutinio. Para el historiador Raimundo Meneghello, este episodio simboliza una adaptación obligada. “Lo que estamos viendo es eso: una monarquía británica que está adaptándose a lo que es el siglo XXI y la presión mediática que te puede caer en el siglo XXI, que durante muchos años a la monarquía británica no le afectó mayormente”, explica.

Esa evolución se refleja hoy en los príncipes de Gales. Con William y Kate cada vez más cerca de asumir el centro simbólico de la monarquía, la Casa de Windsor parece ensayar una versión más empática y contemporánea de sí misma: menos rígida, más narrativa. “El propio príncipe William ha dicho que el cambio está en su agenda. ‘No demasiado radical, pero cambios que creo deben ocurrir’, dijo en el programa The Reluctant Traveler With Eugene Levy de Apple TV+. Y además, resaltó la importancia de la tradición en el sistema que están insertos, lo que resume bien lo que acabo de explicar”, concluyó Pilar.

Lejos del respeto que alguna vez inspiró su apellido, Andrés Mountbatten-Windsor se ha convertido en el recordatorio más incómodo de que, en la monarquía moderna, el linaje ya no basta. En tiempos donde la reputación pesa más que los títulos, la Corona británica libra su batalla más decisiva: mantener la confianza pública.

 

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