Gracias a Meg Ryan, a Julia Roberts y a Sandra Bullock, la comedia romántica vivió su momento de máximo esplendor durante los años noventa. Por diversos motivos, el género no ha logrado semejantes niveles desde entonces. Tienes un e-mail, Notting Hill o Miss Congeniality están a la altura de clásicos de toda una época. Pero hay un filme que guardamos en el corazón y que debe estar dentro de los mejores de su clase. Llena de momentos inolvidables, La boda de mi mejor amigo es la anti comedia romántica perfecta y te explicamos -y la celebramos- porqué.
La boda de mi mejor amigo está pronta a cumplir 25 años desde su estreno, pero lo que la hace grande y lejos de lo que se puede suponer, es que muchos de los elementos que la hicieron grande en 1997, no han envejecido nada de mal como quizás muchos lo piensan. Por ejemplo: Rupert Everett interpreta al amigo gay arquetípico, el prototipo de la figura divertida y que brinda color dentro de una historia que fundamentalmente está dedicada al amor heterosexual. George, su personaje, es un amante de la moda, de las divas y de Broadway. Y sí, mirada con distancia, puede ser una representación demasiado básica y a estas alturas repetida de la figura que una persona muy tradicional tiene en su cabeza de lo que significa un hombre gay. Ya, se lo perdonamos. Por otro lado, la película presenta una contraposición entre sus protagonistas: una angelical -y a veces detestablemente adorable- Cameron Díaz y la femme fatale-moderna pero insegura, Julia Roberts. Pero hay algo visionario ahí, porque el personaje de Roberts se sitúa en el paradigma de “yo no soy como las demás”, en una época donde la regla de estas películas románticas previas a esta cuarta ola feminista, dictaba lo contrario. Hoy, ser distinta es un valor pero La boda de mi mejor amigo intenta transgredir ese prototipo aunque, también en un acto muy de este tiempo, el personaje de Julia termine empatizando y aceptando a su rival.
Otro elemento. Nunca ha habido un carisma como el de Julia Roberts y como el elenco completo de esta película. La Roberts, que una vez más ilumina todo a su paso desde su aparición, exudando una energía electrizante y perfecta, dándole coherencia, credibilidad, humor y generando toda la empatía del mundo con su protagonista, la sigue un Rupert Everett con un encanto y luz que nunca más vimos. La escena del restaurant donde toda la familia, previo a la ceremonia, termina cantando el clásico de Dionne Warwick, Say I little prayer for you es de antología en la historia del cine. La hemos visto una y otra vez y no cansamos de verla, de gozarla y cantarla. Cómplices inesperados estos dos, que el propio Everett por este rol debió haberse llevado un Oscar por Mejor Actor Secundario, sin dudarlo. El mérito de hacer reír, cantar y emocionarse a la audiencia en una sola escena, que es lo que logra, es simplemente un acto de magia.
Hay momentos realmente inolvidables dentro del filme, como cuando Jules le envía un mensaje telefónico a George y es escuchado por toda la mesa de amigos en plena cena y que es lo que gatilla que él corra a asistirla al lugar de la boda de su amigo Michael, un Dermot Mulroney cuya carrera extrañamente e injustamente no explotó después del éxito de este filme, donde se luce en otro momento junto a un hasta entonces desconocido Paul Giamatti, haciendo de botones del hotel donde se hospeda Jules y que junto a Mulroney protagonizan una escena desopilante afuera de las habitaciones cantando después de absorber aire desde un globo de helio. O la escena, entre patética y encantadora, donde Cameron Díaz tiene que cantar obligada una canción en karaoke como parte de las artimañas de Jules para dejarla en vergüenza en frente a su próximo marido.
La pregunta que, después del final del filme cabe hacerse es ¿Es La boda de mi mejor amigo una comedia romántica? Seguramente sí, pero si hurgamos más, quizás no. Porque su éxito radica básicamente en el fracaso del amor. La película subvierte la norma del género y no nos regala un final feliz como lo podríamos esperar. Jules no se queda con Michael, pero ¿Es ese un final infeliz? Finalmente el personaje de Julia Roberts termina celebrando su soltería. Con esa otra escena final, bailando en la boda con su amigo George, termina festejando cómo se salvó de todo esto. Quizás Jules no ganó un marido, pero si mantuvo su independencia. Porque ya sabemos que “no habrá sexo, no habrá amor, pero sí habrá baile” ¿Díganme si no es un buen final para aplaudir?