“El alpinista es quién conduce su cuerpo allá dónde un día sus ojos lo soñaron”, es una de las frases más célebres del destacado alpinista francés Gaston Rébuffat, quien participó en la primera ascensión de un ochomil, el Annapurna en 1950.
Juan Pablo Mohr tenía en la mira los 14 ochomiles sin oxígeno, y en su carrera se consagró con cuatro de ellas: el Annapurna (8.091), el Manaslu (8.163), el Lhotse (8.516) y el Everest (8.849). En diciembre de 2020, Juan Pablo llegó hasta el campamento base del K2, la segunda montaña más alta del mundo, pero considerada la más peligrosa. Su plan: lograr el K2 invernal sin oxígeno suplementario.
Pasaron semanas de aclimatación en la espera de una ventana de buen tiempo, y la montaña se las dios, pero cobró un alto precio. Primero, por la repentina muerte de la cordada de Mohr, el alpinista catalán Sergi Mignote. Luego, su compañera Tamara Lunger decidió abandonar la carrera por la cima y más tarde la desaparición de JP y los dos alpinistas que habían decidido continuar con él: el islandés John Snorri y el pakistaní Ali Sadpara.
Cuando se cumplen 12 días desde la última vez que tuvieron contacto con la base, el día 5 de febrero, el grupo el grupo a cargo de la búsqueda de los escaladores, compuesto por autoridades de Pakistán y expertos en alta montaña, anunciaron que ya no hay expectativas de éxito.
En la conferencia en la que se declaró muertos a los escaladores estuvieron presentes algunos familiares y el ministro de Turismo de Gilgit-Baltistán, Raja Nasir Ali Khan. A partir de ahora, la operación de rescate se ha transformado en una misión de recuperación de cuerpo. Sin embargo, eso hoy depende directamente del K2, una montaña que quisiera guardar en los más profundo de su inmensidad a los aventurados alpinistas que sueñan con su cumbre.
Juan Pablo Diban, uno de los amigos de Mohr que viajó hasta los Himalayas, leyó una carta a nombre de las familias de Mohr y Snorri, agradeciendo a las autoridades por la intensa búsqueda de los montañistas. “Los tres eran montañeros fuertes, dispuestos, capaces y con el coraje de hacer historia al pararse en la cima del K2 en condiciones invernales. Según el último contacto conocido por teléfono de John Snorri, estamos seguros de que los tres hombres llegaron a la cima del K2 y algo sucedió en el descenso”, expresó Diban.
Por su parte, su mejor amigo y primo, Federico Scheuch, quien viajó a Pakistán tras el rastro de Mohr, destacó la importancia de seguir con la gran misión del montañista. “Tenemos que honrar a JP, seguir su legado”, agregó.
Tamara Lunger, alpinista italiana amiga de Mohr, publicó un emotivo mensaje en sus redes sociales en memoria de su amigo, antes dejar la montaña.
“Decir adiós al Campo Base y dar la espalda a la montaña había sido duro. Ahora que toda esperanza se ha esfumado, queríamos despedirnos de JP con una ceremonia. Pude mirar la foto de ‘Jesu’, como le llamaba, con tristeza pero también con gratitud en mi corazón. Su sonrisa y su amor por la vida se reflejaban en su expresión”, dice parte del mensaje de la italiana.
Y agrega, “Estarás en mis pensamientos todos los días JP y prometo esforzarme por seguir adelante con tu bondad y generosidad, con esa pasión y amor que dabas cada día y no olvidarme nunca de decir “te quiero” cuando me despido de alguien“.
Hoy despedimos a Juan Pablo, pero en su vida, el chileno conoció la muerte en todas sus formas. Su padre, siempre presente en sus pensamientos, falleció de un cáncer fulminante, en el dormitorio de su departamento. Mohr dejó tres expediciones para no separarse de su principal inspirador y poder despedirse de la persona que motivó su vida de deportista. “A mi papá le encontraron cáncer pulmonar cuando yo estaba en la cumbre del Everest (24 de mayo de 2019). Recién lo supe siete días después de haber bajado. Por suerte, me vine y pude compartir con mi viejo en sus últimas tres semanas”, comentó en una entrevista a La Tercera.
Un brutal mensaje para recibir en le techo del mundo. Donde, además, experimentó por primera vez, la muerte de un colega. El 18 de mayo, luego de conquistar el Lhotse (8.516 m), en su ruta hacia el Everest, se encontró con una pareja. “Nunca supe sus nombres, eran un búlgaro (Ivan Yuriev Tomov) y una rusa (Nastya Runova). Sentí a unos tipos afuera de mi carpa, salí a mirar y estaban estos dos con principio de edema. Los caché porque no podían conectar palabras. Ahí los amarré, les dije a unos amigos que me ayudaran y empezamos a bajarlos al campo 2. Él empezó consciente, yo lo iba ayudando, caminaba como curado, pero después se desmayó. Se transformó en peso muerto, eran 90 kilos”, reveló Juan Pablo Mohr en la misma entrevista. “Lo cargué como hora y media y se me murió. Nunca se me había muerto una persona en mis brazos“, comentó sobre el búlgaro.
Juan Pablo dijo en varias ocasiones que la montaña y la vida misma lo prepararon para la muerte. “El búlgaro se murió exactamente igual que mi papá. Se le puso la cabeza tiesa y después de 40 minutos, se fue. Fue cuático, porque cuando me pasó esto en el Everest, fue una de las experiencias más duras de mi vida. Pero después me pasó lo mismo con mi papá y lo comparaba con lo otro y me decía: ‘En verdad, el Everest no es nada comparado con lo que pasé acá con mi viejo. Como que la montaña me entrenó y me avisó, sin que yo lo supiera. Hoy le doy las gracias por eso”, compartió a La Tercera.
El lema de JP era “Más que la cumbre, lo importante es el camino”, y dejó una huella que no se borrará con el tiempo. El escalador nacional de 34 años, arquitecto de profesión y padre de tres hijos, deja este mundo solo físicamente. Su espíritu generoso, las ganas de vivir y su constante esfuerzo por llevar el deporte y la cultura de montaña a cada rincón, permanecerán para siempre, inspirando a las generaciones que vengan.
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