Revista Velvet | Ignorancia, el peor de los enemigos
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Ignorancia, el peor de los enemigos

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Ignorancia, el peor de los enemigos

POR equipo velvet | 22 octubre 2020

Por Claudia Pérez Fuentes

Hace rato lo vengo pensando, y cada vez que ocurren cosas como las recientes, lo confirmo: el daño y destrucción que por décadas han afectado a nuestro patrimonio, lamentablemente, no se detendrá. Por más que lloremos, condenemos, repudiemos; hechos como los que el pasado domingo 18 de octubre afectaron a las iglesias de La Asunción y San Francisco de Borja, en el centro de Santiago, seguirán ocurriendo mientras no haya una educación, promoción y concientización efectiva y transversal sobre nuestro patrimonio cultural: lo que es y significa.

Sin esa base, difícilmente podemos esperar que el legado de las futuras generaciones no se siga dañando, ni siquiera con lo que algunos califican de “un simple rayado”; si no podemos transmitir a quienes no tienen cómo, ni por qué conocer la importancia de aquello que en apariencia puede no ser más que un edificio vetusto o un símbolo de ideologías y creencias no compartidas, como en el caso de las iglesias católicas, el panorama es bien oscuro.

Los que estamos involucrados en este tema, tenemos que ser capaces de comunicar que el valor de un inmueble de carácter patrimonial, va más allá del económico, emblemático, estético o añoso; lo tiene –y es por lo que debe preservarse y respetarse–, por el simple hecho de que cientos, miles de personas, chilenos como uno, dejaron parte de sus vidas en ellos: los que ayudaron a levantarlos –muchas veces utilizando técnicas y recursos constructivos que ya no existen–, los que los usaron, habitaron, lloraron, sufrieron o rieron en ellos; historias que finalmente dan cuerpo a nuestra memoria colectiva, a lo que, nos guste o no, somos como país.

Esta vez pueden haber sido “los vándalos”, como algunos se apuraron en decir, pero como la ignorancia es transversal, también habría que llamar “vándalos” a quienes por décadas han arrasado con la ciudad y su historia de manera indiscriminada a punta de las falencias, vicios y vacíos legales que abundan en el ámbito urbano y de resguardo patrimonial.

Por eso, por más que existan voces que luchen por la promoción y cuidado de la ciudad y sus distintos atributos, poco se puede avanzar sin la acción de quien es el primer llamado a hacerlo: el Estado, cuya obligación, así como la protección del patrimonio, están consagrados constitucionalmente. “Corresponderá al Estado, asimismo, fomentar el desarrollo de la educación en todos sus niveles; estimular la investigación científica y tecnológica, la creación artística y la protección e incremento del patrimonio cultural de la Nación”, dice el documento.

Ante esto, no hay mucho más que agregar, solo constatar que poco y nada se ha hecho al respecto; se ha avanzado, sí, pero es tanto lo que falta en relación a un asunto que además, en países como Chile, con miles de otras urgencias, entendiblemente, no es prioritario; aunque debiera serlo si la idea es entrar al mundo de las naciones desarrolladas al que tanto se aspira.

Sépanlo: sin un mínimo de conciencia cultural y patrimonial por parte de los ciudadanos, nunca seremos vistos de ese modo, y para eso hay que educar, acercar el tema a las personas, humanizarlo y sacarlo de ámbitos cerrados y hasta elitistas con el que a veces asocia.

Mi deseo es que cada vez sean menos las personas que digan “y a mí qué”, tal vez nunca van a estar los recursos económicos necesarios para un verdadero plan de promoción y apoyo a estas materias, pero sí sé, y lo he comprobado, que el ingenio y voluntad nunca faltan si se trata de darle la pelea a la ignorancia, el principal enemigo de todo país, sociedad, cultura y avance que se quiera emprender.

Sobre la autora:

Claudia Pérez es periodista con experiencia en medios de comunicación, así como en comunicaciones estratégicas internas y externas. “Amo lo que hago, en especial cuando se trata de promover y visibilizar una de mis pasiones, nuestro patrimonio cultural en su sentido más amplio: desde ese que nutre y sustenta nuestra historia e identidad como país; hasta el que da vida y fundamento a un grupo u organización, teniendo ambos como componente más valioso el capital humano”.

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