Le tiembla la voz y la tensión se advierte en el sociólogo Eugenio Tironi al evocar la jornada del viernes 18 de octubre de 2019.
Hombre acostumbrado a diseccionar con frialdad los fenómenos políticos y sociales, reconocido por sus asertivas columnas en El Mercurio, con numerosos libros publicados, ese día este experto quedó perplejo. “A partir de ahí se inauguró para mí un período de un gran desconcierto… Había algo que no entendía”, reconoce.
Como una forma de explicarse lo ocurrido, Tironi comenzó a escribir un libro, el que acaba de publicar con Editorial Planeta bajo el título de El Desborde.
Hombre de izquierda, con una trayectoria política que se inició en el Mapu, luego fue uno de los artífices de la exitosa campaña del NO en el Plebiscito de 1988 y director de comunicaciones en el gobierno de Patricio Aylwin.
Tras su paso por La Moneda se volcó al mundo privado con Tironi y Asociados, con asesorías comunicacionales a grandes empresas. Desde esa posición no dudó en defender al llamado ‘modelo económico’ (“La transición no abolió el modelo neo liberal, ¡en buena hora!”, dijo en 2017 a revista Caras).
En esta entrevista, el sociólogo plantea su autocrítica y admite su shock tras el estallido. “Había algo que no entendía, algo respecto a lo cual había sido ciego, que me cuestionaba muy profundamente. Sentí que me volvía obsoleto…”.
–¿Cómo es eso?
–Era algo que me venía ocurriendo desde antes, pero que se acrecentó tras el desborde; la sensación de que no tenía las herramientas, el foco para ver lo que estaba pasando. Asumí el estallido como una rebelión contra mi propia generación. Fuimos nosotros los autores del orden frente al cual los jóvenes, que son hoy los principales protagonistas de este proceso, se rebelaron. Para usar la frase de Piketty (el economista francés, considerado el intelectual más importante desde Karl Marx), las nuevas generaciones se levantaron contra nuestra forma de justificar la desigualdad, contra nuestro relato.
–Y desafiaron el miedo al caos que inmovilizaba a sus padres y abuelos.
–Eso ha sido lo más impresionante. Cuando digo que me sentí obsoleto, es precisamente por eso; en mi caso, y al igual que muchos otros de mi generación, tengo que hacer un ejercicio diario para combatir el miedo al caos. Además, estoy en un momento de mi ciclo vital muy distinto al de los jóvenes y el miedo se va acumulando en la medida que nos acercamos as la muerte.
Añade:
–Somos una sociedad que pasó por el trauma de la dictadura, con violaciones sistemáticas y masivas a los derechos humanos. Es un trauma que no tiene que ver solo con un agente externo sino con nuestra propia capacidad de destruir nuestra convivencia. Para contener esos demonios es que creamos esta entelequia llamada “modelo”. Una construcción intelectual, un relato en torno al cual fuimos capaces de contener las pulsiones destructivas, gratificados por el acceso al consumo, las promesas de la meritocracia; el énfasis en la gobernabilidad sobre la representación. Así, le dimos mucha autonomía a las clases políticas para que actuaran a nuestro nombre.
–Hoy los jóvenes se oponen al concepto de la meritocracia, como se ve en los graffiti de la zona cero…
–Claro. Les aseguraron que bastaba con educarse pero no era así. Por eso este joven piensa: me esforcé, me endeudé pero esta cuestión depende de un montón de otros factores que no están bajo mi control, como la familia de la cual vengo, mi acceso a la cultura, la educación preescolar, etcétera. No era cierto que la educación borraba las diferencias, sino que las reproducía. Por otra parte, hay un efecto en que las nuevas generaciones dicen “ok, mis padres quisieron entrar al sistema capitalista, pero yo no; no quiero hipotecar mi vida como ellos, ni poner en riesgo el planeta; este no es el tipo de vida que quiero vivir y no sigan diciéndome ‘haz méritos individuales para acceder a un modelo que no me interesa’”. Esto se expresó muy fuerte en 2011 (con las marchas en contra del lucro) y se masificó en quienes quieren entrar por una puerta que está cerrada y otros que no quieren entrar por ahí nomás.
–El estallido produjo un duro cuestionamiento contra quienes defendieron el famoso modelo y usted fue señalado con el dedo…
–Desde que tengo uso de razón que me han apuntado con la mano; no es algo que me asombre ni que me alarme; siempre he nadado contra la corriente. Me siento incómodo frente a los clichés, el rebaño… Vengo desde hace muchos años analizando estos fenómenos que se expresaron con una virulencia inesperada el 18-O. Hace mucho tiempo que venía planteando la idea del Modelo con mayúscula, como artefacto intelectual que nos unía. Este tabú respecto del cual no había deliberación posible pero que ya venía quebrado, fisurado.
–En su libro compara al estallido con lo ocurrido en Chernobyl.
–La energía nuclear soviética era el chiche de la ex Unión Soviética. En su competencia con Estados Unidos, era uno de los campos que la hacía más competitiva. Por lo tanto, ponerlo en duda era cuestionar el poder soviético, equivalente a rendirse frente al enemigo, algo inaceptable.
Y siguiendo con este ejemplo, continúa:
–El modelo chileno fue una construcción intelectual hecha por economistas, donde todos participamos y nos sentimos confortables porque nos permitía funcionar automáticamente y nos diferenciaba en el mundo. Cada vez que surgían voces críticas, eran estigmatizadas; en el caso de los soviéticos los metían en un hospital psiquiátrico y acá los mirábamos bien sospechosamente. Cuando el modelo comenzó a mostrar sus fallas, no lo aceptamos. Hasta que la central termonuclear estalló.
–Siguiendo con este símil, sobre la reacción de Sebastián Piñera ante la crisis, usted dice en su libro: “Sólo un jerarca de Chernobyl pudo hacerlo peor”.
–Sí pues. Estaban todas las señales del quiebre, de la desesperación, y no las vimos (dice a modo de autocrítica)… Cuando salió electo, él tendió a minimizar el asunto, a creer que eran puras cuestiones materiales, como lo reflejó en su programa de gobierno. Luego, tras el estallido, acusó que era una “guerra” y deslizó la posibilidad de que estuviesen involucrados agentes extranjeros.
Agrega:
–Pero tiendo a ser indulgente con él porque en ese momento también pudo haber dado paso a decisiones que rompieran con la democracia; saltarse ciertas normas institucionales para sacar a los militares a la calle, por ejemplo. Todos los días le demandan que ‘restablezca el orden público’… ¿Qué significa eso, qué quieren decir? Como si esto fuera un problema de voluntad, esta idea medio machista de que le faltan cojones. ¿Quieren que haya más represión, más muertos? Y si lo hace, ¿qué pasa con el sistema político? Además, ¿acaso creen que los militares van a estar dispuestos a subsidiar a la policía en su rol? Somos nosotros, la sociedad civil, quienes debemos hacernos cargo del orden público y condenar la violencia enérgicamente, sin medias tintas. En el libro digo que una sociedad que no es capaz de condenar la violencia sufre de falla del sistema inmunológico y está condenada a la autodestrucción.
–De acuerdo a encuestas como la última CEP y Cadem, un tercio de las personas sondeadas este año, valida la violencia.
–Son cifras muy altas. Tiene que haber otra manera de canalizar esa energía y en ese sentido el proceso constituyente es muy valioso e importante. Toma un poco de agua y agrega:
–Bendita la hora en que teníamos el tema constitucional abierto, todavía sin resolver al momento del desborde. De esta forma, en la izquierda se levantó la idea de que lo sucedido el 18-O tenía su origen en la Constitución de Pinochet. A partir de ahí se encontró un camino para construir un relato compartido, incluyendo mujeres, jóvenes, pueblos originarios que se sentían excluidos, generando una sensación de futuro común más allá de las protestas o la violencia. A eso me refiero cuando digo que es una bendición. Y esta división entre el rechazo y el apruebo me parece muy civilizada; es un debate entre opciones válidas.
–Uno de los rasgos muy presentes durante estos casi cinco meses ha sido la fuerte presencia del movimiento feminista. La performance de Lastesis surgió como una forma de expresar la desigualdad y los abusos que hemos vivido las mujeres. Visibilizó un problema global.
–Ha sido una feliz sincronía. El estallido ha sido protagonizado por grupos que se sentían el margen, y aquí uno muy importante es el de las mujeres. Que para definir una nueva Constitución se requiera un órgano paritario, es un paso tremendo y una muy buena señal. Le da una épica muy particular.
–Usted participó activamente en el plebiscito del 88. ¿Qué similitudes ve respecto del actual proceso?
–Este plebiscito cambiará el escenario político. Algo muy parecido ocurrió en el referéndum de 1988. Claro que ahora habrá gente de derecha que va a votar por el Apruebo, entre ellos candidatos presidenciales como Joaquín Lavín y Manuel José Ossandón, o el timonel de de RN, Mario Desbordes. Es súper importante porque rompe con una barrera invisible que era infranqueable para muchos. Como también habrá gente de centroizquierda que optará por el Rechazo.
–¿Cómo ve el futuro de Sebastián Piñera? ¿Quedará bien o mal parado en esta historia?
–Por ahora no está calificando… Pero todavía tiene posibilidades. Por ejemplo, si en el marco de los próximos dos años se realiza con éxito el proceso constituyente; si éste se aprueba con una participación del 85% de la población; si por otra parte se hacen reformas fundamentales como las enviadas al Parlamento (en pensiones, ingresos, previsión, salud); si luego de esto tenemos elecciones presidenciales y parlamentarias donde se vislumbre un nuevo reordenamiento de fuerzas, distinto al que se fundó tras el plebiscito del 88. Si todo eso se produce… Y si Piñera actúa como un facilitador de este proceso más que como un protagonista; si logra una profunda remodelación de su propio personaje… En fin, de ocurrir todo aquello, podríamos salir bien parados de esta. Pero como dice Carlos Peña, para ello el Presidente tendría que pensar en el bien de la República y no en sí mismo.
–¿Lo logrará?
–No tiene otra alternativa.