Esta historia empezó mucho antes, cuando desde el primer día de clases en 1° Medio las palabras PSU, NEM, puntaje… comienzan a ser parte de tu vida.
Soy Catalina Quezada, tengo 18 años y el año pasado egresé de 4° Medio de un colegio particular de Huechuraba. Me siento afortunada al tener la posibilidad de hacer preuniversitario en Matemáticas, Lenguaje e Historia, de marzo a noviembre, tres veces a la semana y me sentía lista para dar la Prueba de Selección Universitaria (PSU), el lunes 18 y martes 19 de noviembre.
Seríamos una generación privilegiada que, por primera vez, tendría los resultados antes de Navidad, para que esa tensa espera no interfiriera en las celebraciones de fin de año, según los profesores. Las postulaciones serían a principios de enero del 2020 y seríamos libres!
Se produjo el estallido social y compartí la postergación de la prueba para los primeros días de diciembre: con todo lo que estaba pasando en el país muchas personas no pudieron terminar los contenidos en sus colegios y no estaba el ánimo para estudiar.
Se anunció una segunda postergación para la primera semana de enero y ya muchos dejamos de estudiar. Perdí mi ritmo de estudio y lo único que quería era dar la prueba y liberarme de una vez por todas.
Hasta que esta semana llego el esperado 6 y 7 de enero, donde al fin parecía que después de tanto estudio, cambios, estrés y esfuerzo, todo iba acabar. Los llamados en redes sociales a boicotear la prueba, a tomarse locales y a no rendirla sumaron un nervio adicional. Pero seguía tranquila.
El lunes, a diferencia de otros estudiantes, pude rendir tranquilamente la prueba de Lenguaje. El martes, cuando terminé Matemáticas me sentí aliviada, a pesar de que no me fue bien. Pero estaba con toda mis energías para dar Historia, la prueba en la que tenía todas mis expectativas. Fui a almorzar con mi papá, me fue a dejar al colegio y unas amigas que les había tocado en la misma sede que yo, se acercan y me dicen: “¿cachaste, supiste? Se filtró la prueba”. Nos fuimos a sentar un poco más allá y me muestran que andaba circulando la prueba en las redes. Al principio no dimensioné lo grave que era, y empecé a verla.
“Ya muchos la tienen, algo va a pasar…”, me dijo otra amiga. En ese momento volvieron los nervios y dimensioné lo grave de la situación: la PSU se había filtrado y estaba en Twitter, Instagram y las respuestas llegaban a todos los whatsapps.
Faltaban alrededor de 15 minutos para entrar a la sala y por whatsapp un compañero nos dice que en su colegio ya le habían comunicado que se cancelaba. No lo podía creer, me desesperé y me dio una angustia tremenda. Cuando ya no quedaba nada para empezar, una examinadora comenta que ellas no tenían ninguna información al respecto y que nos quedáramos tranquilos, porque a ellos no les habían comunicado nada, así que lo más probable era que sí la diéramos.
Más personas nos decían por whtasapp que en sus colegios les estaban informando que se fueran. La incertidumbre era enorme. Hasta que uno de los examinadores informó que, debido a la filtración de la prueba, ésta se cancelaba a nivel nacional.
Me puse a llorar, no lo pude aguantar, lo único que quería era dar la última prueba y terminar con todo. No nos dieron ninguna respuesta, solo que nos fuéramos a nuestra casa y que esperáramos que el Demre y el Cruch hablaran.
Llegué a mi casa derrotada, a la que esperaba llegar feliz y aliviada, prendí la tele y solo dijeron que las pruebas rendidas eran válidas, lo que fue al menos fue un alivio.
Estoy de acuerdo con el movimiento y su trasfondo, pero boicotear la PSU el mismo día, creo, no era el camino. Muchos estudiantes y miles de familias salimos perjudicados.
La espera continúa y, a pesar de la angustia, estoy orgullosa de pertenecer a esta generación que demostró de lo que es capaz al dar un paso grande para que este sistema de admisión desigual cambie y mejore.
Mientras tanto, sigo con la esperanza de poder hacer la prueba, y cerrar esta historia.