Por James Gatica Matheson
A casi tres años del recrudecimiento del conflicto en Ucrania, es quizás la figura más influyente de la economía de Rusia y quien se para de igual a igual frente a Vladimir Putin. Un personaje cuya discreción y capacidad técnica la han llevado a convertirse en la primera mujer en liderar el Banco Central de una nación del G8 y, de paso, tener en sus manos la manera de financiar los planes de expansión que sueñan en el Kremlin.
No sólo en Moscú, en todo el país seguir de cerca las variaciones del rublo –muy sensible a la contingencia mundial– es un pasatiempo nacional. Cuando cae por debajo de 100 por dólar, la gente empieza a preocuparse. Desde 2013, año en que Elvira Nabiullina (61) asumió la dirección del Banco Central de Rusia, esa incertidumbre ha tenido matices. Ella ha sido fundamental en la construcción de lo que muchos llaman la “fortaleza rusa”, una economía diseñada para resistir las sanciones occidentales.
Tras la anexión de Crimea en 2014, cuando Occidente impuso duras sanciones a Moscú, Nabiullina impulsó la flotación efectiva del rublo, una decisión audaz que permitió a su país capear las crisis económicas con mayor flexibilidad. También se encargó de reducir la dependencia del dólar estadounidense y desarrollar un sistema de pagos interno, conocido como “Mir”, que ha sido crucial en el manejo de las sanciones.
Además, es reconocida por su férrea disciplina y determinación. Bajo su liderazgo, el Banco Central cerró más de 300 bancos en apenas cuatro años, muchos de ellos involucrados en actividades ilícitas y considerados “crónicamente débiles”. Esta decisión le ganó enemigos en el sector financiero y, de paso, entre los oligarcas rusos que manejan con hilos el dinero que se mueve dentro (y fuera de sus fronteras); pero su compromiso con la estabilidad macroeconómica le aseguró el respaldo del jugador más importante: Vladimir Putin.
Dicen que su presencia “tranquiliza los mercados”. Aunque en ocasiones ha sido vista como una tecnócrata distante, ella ha demostrado ser una figura clave en momentos de crisis. Tal como las clásicas bereginia, esas muñecas rusas sin rostro que desde hace más de un siglo se utilizan como amuletos, como figuras protectoras de las personas y el hogar.
Nació en 1963 en Ufá, la capital de la apartada república de Bashkortostán, una región rusa situada entre el río Volga y los montes Urales. Elvira Nabiullina proviene de una familia trabajadora de etnia tártara, de tradición musulmana, la minoría étnica más populosa en Rusia. Su madre trabajaba en una fábrica y su padre era chofer. Aunque fue criada en un entorno humilde, destacó por su pasión por la ópera y la poesía, en particular, la del francés Paul Verlaine, que de joven recitaba en voz alta.
Ingresó a la prestigiosa Universidad Estatal de Moscú, donde estudió economía durante los últimos años de la desaparecida Unión Soviética. Como era costumbre para quienes buscaban avanzar profesionalmente, se unió al Partido Comunista, que luego abandonó. Su carrera despegó bajo la tutela de Yevgeny Yasin, su profesor universitario, y se unió al círculo de economistas liberales que impulsó las reformas económicas en la década 90. Allí conoció y se casó con Yaroslav Kuzminov, compañero de profesión con quien tuvo un hijo.
En 1994, Nabiullina tuvo su primera gran oportunidad laboral: se unió al equipo de Yasin durante el gobierno de Borís Yeltsin, pero Rusia ya enfrentaba una grave crisis económica. Tras la hiperinflación y el colapso del rublo en 1998, fueron despedidos, aprendiendo los límites de las reformas económicas en su convulsionado país.
Para entonces, un joven exoficial de la KGB llamado Vladimir Putin ascendía en la escala política rusa y también observaba los efectos de la crisis económica. Al igual que Nabiullina, él estaba decidido a que nunca se repitiera. Eventualmente, con la llegada del nuevo milenio, Putin asumió la presidencia y la nombró como viceministra de Desarrollo Económico y Comercio. Desde entonces, su determinación y talento la llevaron a ocupar puestos clave en la administración pública, lo que la catapultó a ser una figura cercana al poderoso presidente ruso.
Esta economista no es sólo conocida por su capacidad técnica, sino también por su sutil forma de comunicar sus posturas a través de los símbolos. Con frecuencia, su look, en particular sus prendedores, ha sido interpretado como mensajes sobre su pensamiento económico. Por ejemplo, durante la pandemia, usó un broche en forma de casa para aludir a la importancia de permanecer dentro de los hogares y, más tarde, otro en forma de paloma adornó su solapa al anunciar una reducción en las tasas de interés.
Aunque nunca ha explicado abiertamente el significado de estos símbolos, su audiencia ha aprendido a descifrarlos con atención. “Hay algo en cada símbolo, pero no voy a explicarlo”, fue lo único que dijo en una oportunidad a la televisión rusa.
Sin embargo, después de la invasión a Ucrania en febrero de 2022, la imagen de Nabiullina cambió. En una aparición junto a Putin en televisión, vestida de negro y sin su característico prendedor, su rostro reflejaba una expresión sombría y distante. Para algunos observadores, esto fue un claro indicio de su descontento con ese conflicto. Analistas aseguran que ella odia la guerra y que “está de luto por la Rusia que ayudó a construir”.
Dato no menor, cuando sobre los hombros de esta presidenta del Banco Central recae el peso del movimiento bélico que no afloja el presidente, que le cuesta a los rusos más de 300 millones de dólares al día, según la investigación del Instituto Alemán de Asuntos Internacionales y de Seguridad.
El papel de esta alta autoridad económica ha sido cada vez más complejo. Aunque se le atribuye el mérito de haber mantenido a flote la economía rusa, a pesar de las duras sanciones internacionales, muchos se preguntan cómo se siente realmente respecto a las decisiones geopolíticas de Putin.
Sergei Guriev, economista ruso, hoy decano del London Business School, comenta que, aunque Nabiullina ha sido fundamental en la creación de una economía más resistente, probablemente no formó parte del círculo íntimo que decidió ir a la guerra.
Desde que comenzaron las hostilidades, el Banco Central ruso ha enfrentado desafíos sin precedentes. Occidente congeló más de 200 mil millones de euros en activos del Banco Central y las sanciones han golpeado duramente los sectores bancarios, energético y de defensa. Razones por las que ella ha tenido que tomar medidas drásticas, como el control de capitales y el aumento de las tasas de interés, para intentar proteger la economía local del colapso.
No obstante, mientras los economistas rusos se cuestionaban en junio si esta tártara seguiría en su cargo, la sorpresa vino cuando fue confirmada en el puesto. La prioridad que la motiva parece ser proteger a sus compatriotas de las consecuencias económicas de las decisiones políticas de presidente. “Es una brillante gobernadora. La guerra no es su culpa”, comenta Guriev.
La invasión a Ucrania ha puesto en jaque casi una década de trabajo de Nabiullina. Durante años, su gestión se destacó por promover reformas económicas que buscaron atraer inversión privada y abrir la economía rusa al mundo. Sin embargo, las sanciones occidentales y el aislamiento global de Rusia han deshecho gran parte de ese progreso. Hoy, el rublo está bajo constante presión y la economía rusa enfrenta una crisis de credulidad.
Un panorama desfavorecedor que mantiene alerta a esta mujer, definida como una figura intrigante y persona de confianza de Vladimir Putin que ha demostrado tener la habilidad y el coraje para manejar las crisis económicas más severas.
A medida que el conflicto en Ucrania se prolongue, el papel que juegue Elvira Nabiullina en el futuro de Rusia será fundamental para determinar si el país podrá encontrar una salida a la turbulencia económica. Una de las economistas más influyentes de su tiempo, ya se instala como una pieza clave en la historia económica de ese país, tan hermético como ella.