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El último hombre verde

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El último hombre verde

POR equipo velvet | 07 diciembre 2019

Por Claudia Paz González y Silvia Peña P. Fotos Sebastián Utreras

Luis Pino Irarrázabal (71, casado dos veces, 4 hijos) es un sobreviviente. Aunque hoy no reside en la zona, lleva años movilizándose contra la contaminación de Quintero, Ventanas y Puchuncaví, porque siempre vivió allí y trabajó toda su vida en la Fundición Ventanas. Hace 13 años fundó la Asociación gremial regional de ex funcionarios de Enami fundición y refinería Las Ventanas V Región (Asorefen) para denunciar la contaminación por metales pesados sufrida por él y otros trabajadores.

Todo partió cuando se dio cuenta de que sus compañeros se enfermaban y morían de lo mismo: cáncer al estómago, garganta o pulmones. Otros presentaban accidentes vasculares y problemas a la piel. “Estábamos literalmente destruyéndonos por dentro, con las vísceras teñidas de verde cobrizo”, cuenta Pino.

Eran unos 500 socios, pero 210 han muerto. Son los hombres verdes, llamados así porque sus cuerpos manifiestan los efectos de la exposición a gases tóxicos y metales a través de dolorosas llagas de color verde intenso, ampollas expandidas por toda la piel y tejido verdoso al interior de sus órganos. 

El propio Luis Pino muestra los estragos en su cuerpo, producto de años expuesto a los hornos de la fundición de plata y oro. Contaminado con plomo, perdió la visión de su ojo izquierdo, tiene escaras en la piel a causa del arsénico y una serie de otras secuelas como crisis respiratorias, mareos permanentes y alteraciones de memoria.

Su rostro es el de la indignación y su historia, la cara oculta del Chernobyl chileno que hoy denuncian las organizaciones medioambientalistas. Pero hace tres décadas él era un solitario que tocaba las puertas en busca de ayuda.

ZONA DE SACRIFICIO

 En la bahía de Puchuncaví el paisaje es dominado por chimeneas, estanques, relaves y faenas. La contaminación abarca desde Mantagua hasta Catapilco, pasando por Horcón, Maitencillo, Cachagua y parte de Zapallar. Ventanas, con unos 6 mil habitantes, es uno de los principales centros laborales de la zona y un símbolo de crisis medioambiental. Pero antes de las industrias, esa era una tierra fecunda dedicada a la pesca y a la agricultura. 

Eugenio Silva, pescador y concejal por Ventanas -oriundo de La Chocota, cerca de Horcón- cuenta que sus padres y tíos murieron de cáncer. Recuerda que ya en los 70 los dirigentes agrícolas reclamaban por la contaminación. “Las lentejas se pusieron amarillas por el sulfato de cobre que venía en una nube desde la costa y caía en abundancia sobre las plantaciones. Los alambres de púas se cortaban solos y los animales se enfermaban. Recuerdo que cazábamos conejos y, al abrirlos, eran verdes por dentro. También el agua se contaminó y llegó a las napas subterráneas. En los 90 muchos pescadores emigraron al sur y se quedaron por allá”, cuenta. 

En 1961 fue inaugurado el complejo. Se anunció como un polo de desarrollo económico y fuente de empleo para la zona. En 1964 el presidente Eduardo Frei Montalva cortó la cinta de la refinería y fundición Ventanas dependiente de la Empresa Nacional de Minería (Enami) —hoy administrada por la Corporación Nacional del Cobre (Codelco) y, meses después, entró en funcionamiento la Central Termoeléctrica Ventanas I de ChilgenerS.A, actual AES Gener S.A.

“Se eligió ese lugar porque estaba a la mano, pero no en la ciudad de Valparaíso. Además, Quintero y Ventanas tienen una bahía muy protegida, ideal para embarcar suministros”, explica Hernán Ramírez, ingeniero en pesca, consultor de Terram y activista por Quintero-Puchuncaví. 

En 1968, el primer informe de la autoridad decía que había muchos reclamos de la municipalidad de Puchuncaví respecto al efecto que generaba la fundición en la zona agrícola. “Les pidieron buscar solución, pero no hubo cambios hasta 1978, cuando, como gran medida, se amplió en 50 metros la altura de la chimenea, para que el desecho no cayera en el sector de Los Maitenes, sino un poco más al interior”, explica Hernán Ramírez.

En 1993 la zona fue declarada saturada de contaminación por anhídrido sulfuroso y material particulado respirable. Sin embargo, hasta hoy se aprueba la instalación de industrias. Ya suman 19. Y a la polución del aire se agregan derrames de carbón y petróleo en el mar, muerte masiva de peces, contaminación de los causes de aguas dulces y erosión de los campos.

EL SOBREVIVIENTE

 En su casa, en Talagante, Luis Pino muestra papeles que documentan su lucha. Cajas con fichas médicas y certificados de defunción de sus compañeros de faena —representados por sus viudas— recursos judiciales, certificados, exámenes, historiales médicos propios y ajenos.

Cuenta que jubiló a los 38 años porque su cuerpo no resistía un día más en el laboratorio donde trabajaba como analista químico. 

Su condena había comenzado a los 17 años, cuando, entusiasmado por trabajar, dejó sus estudios de mecánico tornero para entrar a la Enami. Comenzó como gallero (junior) en el laboratorio central ubicado en Quinta Normal. Fue ascendiendo en diferentes oficios hasta llegar al puesto de refinador. Cuando la sede de Santiago se cerró, postuló a la V Región y entró a Ventanas como analista químico. “No usábamos instrumental ni ropa de protección, ni máscara antigases. Cuando se juntaban muchos vapores, se abrían las puertas para producir corrientes de aire y limpiar todo. A nadie le parecía anormal. Los gases salían por el pasillo por donde transitaban los trabajadores”, recuerda.

La única ‘medida de protección’ era un vaso de leche que tomaban para mejorar el sabor ácido y amargo que quedaba en la boca por la inhalación de gases.

Con menos de 30 años ya se sentía mal. “Me ahogaba, apenas podía respirar. Comencé a sufrir de insomnio, fallas en la memoria, disminución de la libido…Entonces me hicieron análisis, pero los resultados se iban directo a la empresa, nunca los vi. Supuse que estaban mal porque me cambiaron de puesto por dos meses”.

Estos episodios se repitieron una y otra vez durante años. Con el tiempo comenzó a recibir tratamiento por trastornos síquicos a raiz del insomnio y problemas de memoria. “Me quedaba en blanco, fue terrible. Entonces, algunos compañeros de turno ya habían muerto. Luis Miranda Besolo fue el primero, se lo llevó el cáncer. Después Fernando Godoy que estaba contaminado con arsénico. Irma Zavala también enfermó y, al poco tiempo, murió. De ese grupo sólo quedamos dos vivos”.

Asegura que todos aguantaban porque la paga era buena y se acostumbraron a trabajar con malestar en el estómago, la boca agria y ese olor particular pegado a la piel. “Imagínese que habíamos normalizado las cosas. No nos extrañaba que, al ducharnos, nos saliera un poco de agua verdosa por los poros o que cuando íbamos de vacaciones extrañáramos los gases porque éramos adictos a ellos”. 

 Pero una mañana antes de partir al trabajo sintió un diente suelto y luego otro más. “Me toqué y quedé con dos en la mano… no hubo sangre, nada. Las encías parecían secas, solo un hilo de tejido colgaba de la boca… A los 38 terminé sin ninguno”.

Estuvo un año y medio con licencia médica antes de jubilar por invalidez. Todavía no cumplía los 40.  

Por indicación médica, siguió viviendo al lado de la chimenea.

“Me dijeron que, por ningún motivo, saliera de la zona altiro porque me iba a pasar lo mismo que a los fumadores empedernidos o adictos. Debía bajar la cuota lentamente. Le encontré sentido porque, estando ahí, claramente se produce una costumbre. Sin embargo, nunca reconocieron la contaminación como motivo de la jubilación”. 

Fue entonces que Luis Pino comenzó a unir fuerzas. Golpeó mil puertas, hasta que creó la agrupación Asorefen. Y en 2013 logró la exhumación de los restos de cuatro extrabajadores. Los informes del Servicio Médico Legal confirmaron la presencia de metales pesados como arsénico y mercurio. Esas viudas aún esperan una indemnización.

“Fuera de los fallecidos, tenemos gran número de trabajadores en sus casas, en cama. Dígame usted qué más pruebas necesitan. El Estado es culpable del genocidio que sufrieron los obreros de Enami”.

Luis Pino despliega las fichas médicas de sus compañeros difuntos. Toma una y dice: “Este fue el caso más dramático, Clemente Bastías se reventó en la urna. Los flujos verdosos mancharon el suelo de la capilla”. 

A LO ERIN BROCKOVICH

 En 2010 presentaron la primera querella por cuasidelito de homicidio múltiple en contra de los quienes resulten responsables por las muertes de ex funcionarios de Enami Ventanas, todos fallecidos por enfermedades crónicas y terminales directamente vinculadas a la exposición prolongada a metales pesados. Durante ocho años, la fiscalía de Quintero buscó el sobreseimiento de la causa. Pero en 2013 la corte de Valparaíso ordenó continuar con las investigaciones y autorizó la exhumación de los cuerpos de exfuncionarios. 

Desde 2015 están pendientes las exhumaciones de otros ocho cuerpos de trabajadores y se espera un informe del SML en el que se determinará la relación entre las causas de muerte de los funcionarios y la presencia de estos metales en sus organismos.

Hoy Luis Pino prepara nuevas querellas, una por delito de lesa humanidad en contra de quienes resulten responsables de los daños provocados producto de sustancias tóxicas de las empresas que funcionan en Quintero y Puchuncaví. De ser acogida tan solo una de ellas, podría venir una oleada de demandas similares a las que Erin Brockovich emprendió contra la compañía Pacific Gas and Electric (PG&E) de California (en 1993, por contaminación masiva del agua con cromo). Y otra que busca restituir un informe de la Comisión de Recursos Naturales, Bienes Nacionales y Medioambiente de la Cámara de Diputados (sesión del 6 del abril del 2011), que dice que la responsabilidad de Enami-Codelco es recíproca, por lo tanto los ex funcionarios deben ser indemnizados. “Pero no hubo movimiento porque el abogado que teníamos, Raúl Meza no nos informó a tiempo, el caso fue votado en pleno y rechazaron la indemnización. Eso sí que es una burla”, acusa Pino.

Hoy la propuesta del diputado DC Daniel Verdessi, que plantea una reparación a las víctimas de las zonas de sacrificio, le da un poco de esperanzas a Luis Pino, aunque de todas formas mantiene su escepticismo; ha vivido demasiados años pidiendo audiencias, levantando querellas y dando vueltas en círculo. Toma la cruz que cuelga de su cuello, la besa y mira al cielo. “Es mi protección y guía. Este ha sido un camino ingrato, en el que muchas veces la unidad de los compañeros se ha quebrado, pero siempre hay alguien que me dice: ‘ojalá usted no se muera nunca, porque quién va a seguir dando la pelea por nosotros’”.

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