“Arresten a los policías que mataron a Breonna Taylor”. La polera con la que hace algunas semanas el piloto de Mercedes-Benz Lewis Hamilton subió al podio de la Fórmula 1, no se prestaba para dobles interpretaciones. En medio de las protestas del movimiento Black Lives Matter, el deportista inglés hizo un claro llamado y encendió las alarmas. Tanto, que según informó la BBC, la Federación de Automovilismo Internacional inició una investigación porque ese tipo de conductas (considerada como una posible divulgación de mensajes políticos) están prohibidas por reglamento. Sin embargo, la Federación guardó la polémica bajo llave, como lo ha hecho históricamente, ya que se trata de una institución y no de política. Por su parte, desde Mercedes aseguraron que “No es política, son derechos humanos básicos”.
Lewis Hamilton no es el primero ni será el último en usar la ropa para opinar sobre un caso contingente. ¿Puede la moda ser política? La respuesta correcta sería, obvio que sí. El power dressing existe desde que el mundo es mundo; en la Edad Media, por ejemplo, las leyes prohibían a los plebeyos vestirse por encima de su posición.
“La moda funciona como un espejo de nuestro tiempo, por lo que es inherente a la política”, dijo Andrew Bolto, curador de Wendy Yu a cargo del Instituto del Traje en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, a revista Vogue. “Se ha utilizado para expresar tendencias patrióticas, nacionalistas y propagandísticas, así como cuestiones complejas relacionadas con la clase, la raza, la etnia, el género y la sexualidad”, agregó.
La diferencia es que ahora, tanto en el caso de Lewis Hamilton como en el de Michelle Obama –con su collar que dice “VOTE”–, los vemos todos, desde todas partes del mundo y al mismo tiempo. Es así como los diseñadores y líderes de distintos ámbitos pueden seguir generando cambios a partir de lo que usan. Y aunque no es algo nuevo, se vuelve cada vez más tangible, y también necesario.