Revista Velvet | Edith Fischer: “Estoy llena de proyectos. ¡Con 90 años es un lujo!”
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Edith Fischer: “Estoy llena de proyectos. ¡Con 90 años es un lujo!”

Edith Fischer: “Estoy llena de proyectos. ¡Con 90 años es un lujo!”
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Edith Fischer: “Estoy llena de proyectos. ¡Con 90 años es un lujo!”

POR equipo velvet | 24 febrero 2025

Por Alfredo López Fotos Diego Bernales, álbum Edith Fischer

El pasado 18 de febrero, la pianista chilena celebró nueve décadas en medio de una gira internacional. Con una vida dedicada a la música, desde los ocho años, no entiende cómo logró articular su rol de madre con el de artista. Considerada como la heredera natural de Claudio Arrau, confiesa que no es la misma persona cuando toca a Beethoven o Chopin.

Ensaya por las mañanas, muy temprano. “Idealmente, cerca de las 8.30, cuando ya están todos despertando. No me gusta molestar a ninguno de mis vecinos, pienso que debe estar todo en movimiento para comenzar a tocar. Por las noches, jamás, a menos que tenga una visita especial”, dice sentada frente al enorme piano que ocupa todo el espacio del comedor de su departamento en calle Holanda. Más que su casa, pareciera ser la sala de ensayos capitalina de una mujer que, entre Providencia y Curacaví, divide su tiempo entre partituras, conciertos y el entusiasmo que despierta en estos días como una de las mujeres pianistas más importantes del mundo.

Mientras acomoda su collar de lapislázuli sobre un largo vestido de lino blanco, la intérprete que obtuvo el Premio Nacional a la Música Presidente de la República en 2022, cuenta que viene llegando de un festival en Bariloche. “Fue una experiencia muy linda, junto a más de cincuenta estudiantes, un certamen que fue creado hace muchos años por pianistas argentinos. Fuimos varios profesores y compartimos con los más jóvenes. El lugar es un ensueño”, relata.

Es solo un adelanto del intenso año que la espera, con una sobrecargada agenda internacional de presentaciones. Una de ellas tiene especial sentido: el próximo 29 de abril en el Teatro Municipal de Las Condes. “Este concierto será posible gracias a la Corporación de Amigos del Teatro Municipal, quienes entregan becas para los nuevos talentos musicales del país y financian la Orquesta de Cámara del Teatro”, dice confiada en que su oficio debe prologarse en las nuevas generaciones.

Cada año, la pianista actúa como jurado en la selección de los becados junto a extensas audiciones. Ese trabajo voluntario la enorgullece. “Siempre voy a estar presente mientras pueda, escuchar a la gente joven es un gran estímulo para ellos”.

Mientras su gira internacional continúa en Suiza, España, Holanda y el famoso Festival Wagner –además de un recital en la fábrica de pianos Steingraeber & Söhne, en la ciudad alemana de Bayreuth–, pudo celebrar su cumpleaños junto a sus hijos y amigos en Suiza. Una fecha que, además, coincidió con el homenaje que le hizo Radio Suisse Romande con más de tres horas de programación dedicadas a ella y donde tocaron amigos y exalumnos.

CUANDO EL PADRE MUERE EN EL ESCENARIO

Ese espíritu viajero ha sido un pilar en su vida, al igual que sus antepasados. Sus bisabuelos, por parte materna, llegaron de Rusia y su padre, Zoltan Fischer, primera viola de la Orquesta Filarmónica de Chile, emigró desde Hungría. “Trabajó mucho junto al Cuarteto de Chile y murió muy joven, arriba del escenario, durante una gira por México. Tenía 61 años”.

Ella estaba viviendo en Suiza y fue Gabriel Valdés, el expresidente del Senado, quien le confirmó la trágica noticia con una llamada telefónica mientras le festejaba un cumpleaños infantil a uno de sus hijos. “Me tuve que ir a esconder para que los niños no me vieran llorar”, recuerda.

Fue un quiebre en su vida, al igual que aquella vez que dejó Chile, específicamente la comuna de Ñuñoa, con solo 17 años. “Obtuve una beca para ir a la Universidad de Columbia, en Nueva York, y estudiar con Claudio Arrau… Él, por supuesto, me ayudó mucho, me dio muchas cartas para que me presentara ante sus contactos. A los dos años, ya era una intérprete y me establecí en Europa. No puedo negar que me fue bastante bien”, repasa.

–¿Qué tanta influencia de Arrau hay en usted?

–Él tenía una forma de ser que te incentivaba a desplegar un estilo; era una persona increíblemente abierta y respetuosa de sus alumnos, que eran muy pocos. No más de tres o cuatro. Obviamente, tuvo alumnos antes y después, pero no tanto. Porque tenía unos horarios que le impedían dedicarse a hacer clases. Era muy abierto y curioso de lo que uno le proponía. Quería que fuésemos nosotros mismos, que identificáramos lo que queríamos hacer. No se trataba de una enseñanza por imitación. Para nada.

–¿Pudo después interactuar con él en una dimensión más humana? ¿Más social?

–Por supuesto. Al principio, era tal el respeto que poco me atrevía a intercambiar ideas, uno siempre estaba ahí admirando. Cuando ya estaba más grande, haciendo conciertos y grabando, la relación cambió y me atrevería a decir que se transformó en una verdadera amistad.

“ARRAU SIGUE SIENDO MI MAESTRO”

Recuerda que alguna vez pasó mucho tiempo sin saber noticias suyas, a principios de los 90. “Me puse nerviosa. Llamé a su manager, luego a su sobrino en Estados Unidos y, finalmente, su secretario me contestó. Estaba en Múnich y se escuchó que él dijo ‘¡¿quién es?!’ y tomó el teléfono… Nunca olvidaré que tuvimos una conversación excepcionalmente larga, porque normalmente hablábamos para fijar una cita o saludarnos. En ese momento, yo tenía tres hijos y tenía que hacer muchas cosas para equilibrar mi vida familiar con el piano”.

–¿Qué le decía él?

–Que tenía que tocar mucho más, que era algo importante para mí y la música. También me contaba que estaba un poco preocupado porque tenía un problema en un hombro, pero que retomaría su trabajo con unas grabaciones en Suiza. Quedamos en vernos en un par de semanas. Sin embargo, a los pocos días murió.

–¿Fue su maestro hasta el final?

–Yo creo que sigue siendo mi maestro, sobre todo, en su actitud como artista y sus principios éticos. Me enseñó que no puedes interpretar a un compositor si no eres capaz de ubicarlo en el tiempo, de identificar su historia, su contexto e, incluso, sus ideas esenciales. Cuando en una partitura leemos las notas y los ritmos, todavía no hemos llegado a ninguna parte.

–¿Hay que ponerse en la piel del compositor?

–Claro, la labor de un músico es como la de un actor que tiene que interpretar un personaje y transformarse en él. Yo no soy la misma si estoy tocando una obra de Beethoven, de Ravel o de Chopin.

–¿Qué pasa por ejemplo cuando toca a Beethoven, a Chopin…?

–Beethoven da mucha valentía, él era extremadamente directo. He tocado sus sonatas más de trece veces en distintos escenarios del mundo. Creo que hizo mi carácter más fuerte. Chopin, a su vez, adoraba la voz humana y pareciera llevar el canto al piano en un plano de libertad. Ravel y Debussy, que vivieron en una época muy influenciada por la pintura, están llenos de colores e imágenes que se transforman en sonidos.

–Por el contrario, ¿hay compositores menos afines para usted?

–Simplemente toco lo más cercano posible a lo que cada compositor creía.

Para lograrlo estudia hasta siete horas diarias. “Aunque depende de las épocas, cuando estaba en Estados Unidos, por ejemplo, era más. Tomaba muy buen desayuno a la americana y después dividía el tiempo para mis tareas familiares, como mamá. Recuerdo que recién a las doce de la noche iba al cine. Tuve tres hijos, Patricia, Isabel y Roberto, y lo único que dejé de hacer, por un momento, fue programar más conciertos, al menos al ritmo que me hubieran exigido los empresarios. Ahora miro para atrás y no sé cómo lo hice. En Suiza fue mucho más complicado, porque no tenía a nadie que me ayudara”.

–¿Cree que todo fue más difícil por ser mujer?

–No, para nada. ¡Cómo se te ocurre! Todo lo contrario. Estoy segura que todas esas cosas son experiencias que te hacen crecer como ser humano y, en consecuencia, como músico también.

–¿Agradece haber podido vivir gracias la música?

–No desconozco la dificultad que significa mantener un nivel y seguir progresando. Son cosas que logré gracias a la educación que tuve como niña pequeña. Mis padres, mi abuelita y otros parientes más lejanos, todos músicos, decidieron que tenían que retirarme del colegio, ya en tercera preparatoria. Claro, hice todos los exámenes de manera libre en el Instituto Nacional. Un día, a los ocho años, mi mamá me fue a buscar y me dijo: Ya no vendrás más al colegio, pero eso no significa que no vayas a tener un horario. Al día siguiente ya estaba en clases en mi casa, con profesores como Rosita Renard.

“HE ENSEÑADO POCO EN CHILE”

En el 2006 decidió dejar Suiza, país donde desarrolló gran parte de su carrera musical, para establecerse definitivamente en Chile y dividir el tiempo entre sus casas de Santiago y Curacaví. Lo hizo junto a su tercer marido, el compositor y pianista argentino Jorge Pepi-Alos, quien en principio fue su alumno. “Son cosas que pasan”, desliza con humor.

“No me he arrepentido en ningún minuto, regresamos porque mi marido quiso volver a Latinoamérica. Nos gusta porque podemos mantener un lazo permanente con la naturaleza, el ambiente, los olores y la manera de ser de la gente. Aunque quiero mucho a Suiza y estoy convencida de que es un país precioso, aquí siento que el contacto con la naturaleza es más fuerte, me emociona de otra manera”.

–A la hora de los balances, ¿siente cosas pendientes?

–La verdad es que siento que he enseñado muy poco en Chile. Debido a que tengo muchos conciertos, seguramente. Me gustaría hacerlo más. Solo he alcanzado a formar a tres alumnos y eso, siento, es muy poco. Pero, en general, estoy muy agradecida de la vida. Estoy llena de proyectos hasta marzo de 2026. ¡Con 90 años es un lujo!

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