Revista Velvet | #MalasMadres: Dress code & homeschooling, ¿quién tiene que aprender?
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#MalasMadres: Dress code & homeschooling, ¿quién tiene que aprender?

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#MalasMadres: Dress code & homeschooling, ¿quién tiene que aprender?

POR Vanina Rosenthal | 29 junio 2020

Si Malas Madres tenía que volver en algún momento, claramente era en cuarentena. Porque no hay nada peor para una mujer que no quiere vivir las 24 horas del día encerrada con sus hijos, que no tener otra alternativa que vivir las 24 horas del día encerrada con sus hijos, sin poder hablar en 4D con nadie más.

Y no, no soy un monstruo, amo trabajar fuera de mi casa. Intenté ser mamá tiempo completo y fracasé. Pero el covid-19 me obligó a darme una segunda oportunidad.

Como tenía pocas responsabilidades, pocas ocupaciones y pocos problemas, ahora también tengo que repasar los números primos, tener reuniones virtuales con profesores, y mamarme los chats de apoderados convertidos en spam, pero de los que obviamente no puedo salirme.

Tengo dos hijas y como nueve chats de apoderados. No entiendo por qué los chats de apoderados no son directamente proporcionales a la cantidad de hijos. Pero bueno. Esta es la verdad. 

Ahora, a lo que nos convoca. Dress code & homeschooling. Mis hijas nunca más usaron uniforme de colegio. Una se pintó el pelo de fucsia y la otra se hizo unas mechas azules que con los días se pusieron un poco verdes. Cuando la cuarentena todavía era flexible todas fuimos a pintarnos las uñas en distintos tonos de morado, y cuando las veo conectadas a sus clases, sus pintas a mí me dan risa.

A la más chica se le dio por el tie-dye por culpa de mi amiga Fer, y en cuestión de semanas todos perdimos poleras y polerones. La casa está pasada a cloro pero ella y su creatividad sin límites transformaron toda nuestra ropa en crop tops y bandeaus clorados. Eso, con calzas hasta la rodilla, zapatillas Skechers tipo chunky de esas que usaba Britney Spears que me regalaron en un evento (calzamos lo mismo) y con suerte algún polerón corto de la flamante marca Brandlezz de lunes a domingo. El ombligo siempre está al aire. No entiendo cómo no le da frío. Pero no le da frío. Eventualmente algún gorro por donde asoman sus rulos fucsias que ya están desteñidos.

Además del tie-dye se ha dedicado a plantar tomates, rúcula, aprendió a hacer mosaicos y mejoró su tiempo para armar puzzles de 1500 piezas. También descubrió que el líquido newtoniano (una mezcla de agua con harina de maíz que se deja reposar) sirve para matar los hongos típicos de la plantas frutales. Lo aprendió en Youtube y funcionó.

La mayor, que claramente es mi versión mejorada en todo sentido, eventualmente se saca el pijama y se pone calzas. Pero a diferencia de lo que yo hacía a su edad (casi 16), que era usarlas con un polerón gigante para taparme entera y que no se me viera nada, ella las usa con poleras enanas y polerones que para mí le quedan chicos, pero ella insiste en que nada que ver, así que nada que ver. Además de sus clases online que a mi entender son un abuso (empiezan a las 8 de la mañana), es delegada académica de media y tutora de alumnos de tercero a sexto básico. Les hace clases de reforzamiento a niños de su mismo colegio, cuando las mamás trabajan y no pueden ayudar ni pagar por un apoyo externo. Armó un grupo con cinco amigos igual de mateos y buena onda e hicieron correr un flyer por toda la básica, hasta que completaron la agenda. No tiene un segundo libre, y se me cae la baba de orgullo. 

Sus clases de música son un momento de estrés para todos, y especialmente para mí que trabajo en la pieza de al lado, porque el ukelele se escucha aunque me encierre en el baño con el secador de pelo prendido. Pero ella es feliz tocando con pantalón de pijama y medias de lana, mientras la profesora la califica y la ve vestida de la cintura para arriba. ¿Hace falta que la hagan tocar el ukelele por Zoom en horario laboral? ¿No se les ocurre que tal vez alguien al lado necesita silencio?

Las faldas cinco centímetros arriba de las rodillas y los pantalones Efesis apitillados pero no ajustados (van a diferentes colegios) que compré a principios de año están juntando polvo, como las zapatillas negras horribles sin ningún detalle de color y esos polerones con cuellos angostos hechos para personas con cabezas tamaño alfiler que nos sacan canas verdes cada mañana. 

Odio los uniformes. Odio las etiquetas. Yo fui a un colegio sin uniforme (en Argentina). El que quería usaba buzo y el que no, iba con jeans. A nadie se le ocurría vestirse de gala, y para arte usábamos delantal. Ropa de calle, nada especial. No era sinónimo de status. Estaba permitido el pelo suelto (para hombres y mujeres) y tener la cantidad de aros que cada uno creyera conveniente. 

Creo que es hora de asumir que estamos entrando al segundo semestre del 2020 y la ropa no define nada, entonces el famoso dress code de los colegios ya no tiene razón de ser. La cuarentena y el homeschooling lo dejaron más que claro. Como leí por ahí, nadie ha aprendido menos por tener cinco aros en cada oreja, la polera corta o las uñas puntudas. Ni ha aprendido más por haberse hecho depilación láser.

Si vamos a estar 24/7 en la casa, hagamos que el homeschooling valga la pena. Y aprovechemos para replantearnos cómo vamos a querer que vuelvan al colegio. Porque en algún momento van a volver, y lo más probable es que la ropa de marzo nos les sirva, así que encima nos la tendremos que entubar.

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