Revista Velvet | Dos rutas por el corazón de la cultura atacameña
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Dos rutas por el corazón de la cultura atacameña

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Dos rutas por el corazón de la cultura atacameña

POR equipo velvet | 21 mayo 2021

Por Dani Urrizola

El desierto de Atacama es tan grande (tiene casi 105 mil km2) como sorprendente. Además de sus destinos más conocidos, en él se pueden encontrar lugares aún más pequeños y menos explotados turísticamente, como Caspana, Ayquina y Chiu Chiu. Sin duda, tres joyas del Norte Grande de Chile y de la llamada ruta Alto El Loa (región de Antofagasta), donde uno se sumerge en la historia y en lo más profundo del patrimonio de los pueblos de origen prehispánico. Al caminar por sus calles se puede palpar lo más profundo del corazón de la cultura atacameña.

Chiu Chiu, por ejemplo, formó parte del Camino del Inca y hoy es un poblado de no más de mil habitantes, principalmente atacameños. Aquí se conserva la que se supone que es la iglesia más antigua de Chile, San Francisco de Asís de Chiu Chiu (1650); un lugar que sobrecoge por su simpleza, al mismo tiempo que impacta por su belleza. A pocos kilómetros se emplaza la Laguna Inka Coya. ¿Quién podría imaginar que en medio del desierto de Atacama podríamos encontrar una especie de cenote de agua dulce? Bueno, ni científicos ni investigadores han podido descifrar el misterio de cómo se formó esta laguna que según los lugareños “no tiene fondo”. Mientras uno se acerca a la cordillera, la carretera de la ruta Alto El Loa hace retroceder en el tiempo. El ejemplo más claro se da cuando uno se encuentra con el llamado Pukará de Turi, la ciudad-fortaleza más grande de la cultura atacameña. De ella se dice que es el último vestigio del Imperio Inca que sobrevive en la región de Antofagasta. Impactante por donde se le mire, sobre todo al caminar entre rocas que alguna vez fueron parte de un hogar para miles de personas.

Un poco más al sur está Ayquina, un poblado precioso, de muy po- cas personas, que a principios de septiembre recibe a los fervientes seguidores de la Virgen de Guadalupe de Ayquina y vive una animada y bailada fiesta religioso-cultural.

Caspana, en tanto, es una aldea de agricultores y pastores con casas de piedra rosada, barro y techos de paja, todas en medio de sus impecables cultivos de hortalizas, frutas y flores en terrazas. Su iglesia, de piedra y barro, es del siglo XVII.

¿La guinda de una jornada que puede ser más que sorprendente? Terminar en el Observatorio Paniri Caur mirando las estrellas en los cielos más puros de Chile, donde hay 300 días al año sin nubes, y está más del 40 por ciento de los observatorios del mundo.

CORDILLERA ARRIBA

Otro de los grandes atractivos del desierto de Atacama es la denominada Ruta de los Salares o de los Volcanes Andinos. Un recorrido de 150 kilómetros, entre los cuales se alcanza la no despreciable altura de 4.810 metros.

Para esta experiencia se necesita algo más que ganas, ya que la cordillera del desierto no perdona errores. Mi recomendación es hacer la ruta acompañado de un operador turístico con experiencia de montaña, y para ello Sernatur cuenta con una validación que denominan “Sello de Confianza Turística”, una pequeña garantía de que el operador cumpla con las normativas dispuestas por la autoridad. Y hay que tener el equipamiento respectivo: buenos zapatos, alimentación liviana, líquido, ropa de abrigo y un estado físico acorde a actividades de mediana intensidad. Difícil, pero no imposible. Más bien es un llamado a bajar las revoluciones, respirar bien, avanzar lento y seguro, disfrutar y fluir con la Pachamama.

El recorrido comienza a los pies del volcán Licancabur, pasa por rutas y paisajes sorprendentes –como los Monjes de la Pacana, formaciones de rocas como traídas de Marte– y por dos de los secretos mejor guardados del desierto de Atacama: el Salar de Aguas Calientes, puerta de entrada al Salar de Tara. Un espectáculo lleno de colores, vegetación y fauna. Un sampling perfecto de la madre naturaleza en el desierto más árido del mundo.

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