Por Silvia Peña Fotos Alejandro Araya
Lo meses que vienen serán los más duros en lo sanitario y en lo económico. Se espera que la cesantía llegue al 20%, cifra que trae de regreso los fantasmas de las crisis del ’29 y del ’82, que en Chile barrió con empresas y la banca. Aquí cuatro víctimas colaterales del Covid-19 cuentan cómo los impacta estar sin trabajo.
En cuarentena total, las filas de personas en las agencias de AFC (donde se tramitan los seguros de desempleo) no disminuyen. Son uno de los indicadores informales de que el 9% de cesantía, anunciado hace unas semanas por el INE, no refleja la real dimensión de lo que está pasando. De hecho, muchos de los que se arriesgan a infectarse en esos trámites ni siquiera tienen derecho al beneficio. “La cifra no considera personas disponibles, pero que —cansados— no buscan, ni a otros que tienen media jornada pero quisieran trabajar más horas. En Chile la mitad de la fuerza laboral tiene que conformarse con algunas horas de empleo. Eso suma unas 800 mil personas, y sitúa en 12% la tasa de desempleo integral”, explica Benjamín Sáez, investigador de Fundación Sol.
Las mujeres son las más afectadas con los despidos; 9.7% versus un 7.1% de los hombres. Entre ellas está la ingeniera en administración y relaciones públicas Taina Mayorga (36, casada, un hijo). El 29 de febrero pasado, después de un largo proceso de selección, estaba feliz porque comenzaba a trabajar en una empresa grande y —luego de los meses de prueba— podría tener un empleo pleno y una carrera profesional por delante.
Pero con la pandemia, la primera medida de esa compañía fue suprimir (a fines de abril) el nuevo proyecto para el que ella había llegado.
“Tengo la esperanza y todo el deseo de que cuando esto pase vuelvan a contar con nosotros, que me llamen”, dice Taina.
Casi tres años antes había renunciado a su trabajo para cuidar a Gaspar, su hijo recién nacido.
“Decidí quedarme en la casa con mi guagua porque teníamos la posibilidad y eso lo agradezco mucho. Llevábamos una vida tranquila, pero a mi pareja —el científico y académico Luis Cea— le encontraron un tumor y, entre la operación y tratamientos, se nos hizo muy difícil llevar la economía. Mi sueldo estaba destinado a cubrir varias de esas deudas adquiridas”, confiesa.
Por eso cuando le avisaron del despido, se derrumbó. “Me lo lloré todo, no paraba de preguntarme ¿qué vamos a hacer? Perdimos el arrendatario de un departamento que tenemos y debemos asumir ese costo, además estamos pagando una parcela. Los bancos están postergando por tres meses las cuotas, pero son deudas impostergables a largo plazo. Al día siguiente no me quedaban lágrimas, así que me levanté y me propuse reinventarme, dejar de lamentarme. Pensé ¿a qué echo mano? Y la respuesta era obvia: tengo competencias gastronómicas innatas. De hecho, mientras estaba en la casa con mi guagua, entregué dulces a una cafetería en Lastarria. Después lo dejé porque me demandaba mucho tiempo. Es un negocio probado. Justo vino el día de la madre y me fue muy bien, tuve que cerrar pedidos porque no tenía capacidad de producir”.
En paralelo modificó hábitos y consumos por completo. “Decidimos vivir con menos. Cambiamos la canasta, eliminé todo lo que no es indispensable, sacamos a Gaspar del jardín, y gastamos lo menos posible. Tengo un mes de renta guardado, del que quiero prescindir, tenerlo como ahorro todo lo que pueda. Porque a mí no me toca ningún bono, tampoco tengo seguro de desempleo. Es verdad que uno no es tan vulnerable, pero si dejamos de recibir un sueldo, perdemos lo que hemos ganado con esfuerzo y nos empobrecemos. De hecho, mis amigos emprendedores están pésimo. Me ha tocado ver caer sus cafés, emporios… es muy penoso saber que no hay apoyo”.
A pesar de su actitud positiva reconoce que en ciertos momentos la atrapa la angustia. “Hay noches en que me desvelo, me quedo pensando, sacando cuentas… Si llegan a echar a mi pareja… Porque hoy tener un trabajo hace la diferencia. La verdad es que mi tranquilidad no va a volver hasta que no tenga nuevamente un trabajo”.
MIRAR EN OTRAS DIRECCIONES
La pandemia está revelando la precariedad del sistema de empleo en Chile. “Por ejemplo, los 3.6 millones que tienen un convenio de prestación de servicios en lugar de un contrato de trabajo, que son la mayoría de las personas a honorarios, quedan fuera de los seguros y de las ayudas estatales. Es tan heterogénea la forma en que se trabaja en el país que el gobierno ha tenido que proponer medidas adicionales sobre la marcha para ir en auxilio de la gente”, explica Benjamín Sáez, experto en economía y sociólogo de Fundación Sol. Ninguna de esas ayudas le llegará a la diseñadora de vestuario Fabiola Urbina (34, dos hijos, separada). Fue despedida a mediados de marzo por necesidades de la empresa, después de tres años y medio trabajando para la marca de ropa femenina Matthew.
“Con la crisis social habían bajado las ventas. Pero ahora, toda la actividad disminuyó. Despidieron vendedoras, recepcionistas y a mí. Para mi mala suerte, la Ley de Protección salió al día siguiente de mi desvinculación, así que no entro en el congelamiento de contrato”, cuenta.
A Fabiola aún no le pagan el finiquito, y recibió el sueldo de marzo recién a fines de abril.
“Los primeros días fueron caóticos. Partiendo porque en la empresa me dijeron que no tenían para pagarme y que ni siquiera habían redactado el finiquito. No sabía qué hacer. No conocía los términos legales ni mis derechos como trabajadora. Además, no tengo un piso económico. Si bien el papá de mis hijos aporta, yo me llevo casi toda la carga. Estaba tan tensa que pasé semanas sin dormir. Veía todo mal, mucha gente sin trabajo, miedo por todas partes. Todo parecía tan negativo que me consolaba pensando que si me ofrecían ir a barrer lo haría porque tengo hijos que alimentar”.
Pero ese primer impacto pasó. Se organizó y contrató a una abogada para reclamar sus derechos y eso le devolvió algo de la calma perdida. También la ayudó indirectamente que en enero, después de separarse, se había mudado temporalmente con sus padres. “A la larga fue la mejor decisión porque no tengo que pagar arriendo ni dividendo y, además, cuento con su apoyo emocional”, agrega. Estar sin trabajo es un estrés adicional a la pandemia.
“Si bien sigo con incertidumbre, estoy más tranquila desde que tomé acción y sé que en algún momento recibiré mi dinero”.
Ha tratado de mantener una rutina activa en la casa, especialmente porque sus hijos están con clases.
“Evité que se enteraran mucho de mis problemas laborales. Y también les raciono las noticias, porque el criterio de lo que se muestra en televisión no me parece que sea adecuado. Ellos ya tenían una vida muy de internet, así que siguen en contacto con sus amigos y compañeros de colegio”.
Justo antes de ser despedida, tomó un taller de redes sociales, así que hoy está buscando oportunidades en esa área también.
“Estoy en conversaciones con alguien que necesita una diseñadora y espero tener un ingreso por ahí. La clave hoy es moverse, mirar en otras direcciones. Pero mi estrés fue muy, muy fuerte”.
“SE ME VINIERON LAS CUENTAS ENCIMA”
Hasta el cierre de esta edición más de 66 mil empresas se habían acogido a la Ley de Protección del Empleo, dejando miles de contratos en puntos suspensivos. Katherine Rocuant (50, casada, 2 hijos) es uno de esos millones de trabajadores que están en pausa.
De un día para otro, después de 15 años como ejecutiva de ventas en Turismo Cocha, le avisaron —a través de un correo electrónico— a ella y a unas 300 personas más, que la empresa se acogería a la nueva Ley. “Fue inesperado, un cambio brusco (…) Se me vinieron las cuentas encima y prorrateé el monto en el tiempo, y la verdad que eso me sirve muy poco. Pensé ‘es un negocio más para la empresa, un arreglín’. Pero después reflexioné; es mejor tener esos pocos pesos a nada”.
Desde el minuto en que supo de su nueva condición reorganizó sus cuentas.“Revisé el plan de salud, el del celular, el crédito del banco, el seguro de vida que estoy pagando. Y emocionalmente empecé a tener una carga de estrés. A pesar de trabajar por comisión y estar acostumbrada a meses altos y bajos, igual me las arreglaba. Hoy no hay nada. Ojalá no tenga que meter mano a mis ahorros y, si es así, ¿cuántos meses podré sobrevivir con ellos ¿qué gasto suprimiré? Ahora que viene el invierno no me voy a comprar zapatos, por ejemplo”.
Afortunadamente su marido no ha sufrido cambio en los ingresos.
“Él fue el primero en decirme: ‘cuenta conmigo, no me han bajado el sueldo y aún tengo mi trabajo’. Pero hay que decir ‘todavía’, porque hoy todo es inseguro. Igual mi entrada era un aporte. Por eso después de ordenar mis gastos, hice lo mismo con la casa. La persona que me ayuda con la casa está con cuarentena, pero acordamos pagarle el 70% del sueldo mientras podamos, para ayudarla. La del planchado ya no viene más. Hicimos una nueva lista del supermercado, pensada en ahorrar y en que dure más tiempo (lo que compran), porque con la cuarentena uno tiene a ir una vez a la semana y el gasto casi se duplica. Porque si bien estoy ahorrando en peluquería, el café con las amigas, el almuerzo con el cliente… estamos gastando más en la casa. Hacemos todas las comidas acá. Además, estoy dispuesta a aprovechar todo; hacer pan, cocinar lo que haya y no necesariamente lo que más nos gusta”.
Su ‘congelamiento’ partió en mayo y se prolongará por cinco meses. “Me van a pagar la AFP, la salud y el complementario de la isapre. Eso tendré que verlo, porque no me ha llegado nada oficial que lo diga. Uno tiene que rearmarse también psicológicamente y es imposible no sentirse en menoscabo. Al principio tuve mucho miedo y, sumado a eso, un cliente, que me da el piso del sueldo, me avisó que no seguiría con nosotros. Eso me tuvo con insomnio varios días, hasta que decidí tomar todo esto y tirarlo por el water, entregarme, porque no está en mí la solución. Lo que sí está en mí es evitar ponerme depresiva, negativa. Debo pensar en nuevas cosas, por último aprovechar de desarrollar habilidades que uno empieza a ocultar porque se vuelve dependiente del celular, del computador. Ser pro, no quedarme sentada viendo las noticias, y empezar a aportar”.
Una vez asumido el desempleo temporal, lo que más le ha costado es asumir una nueva rutina, centrada en las labores domésticas. “Me levanto entre 7 y 7:30 y, antes a esa hora, nadaba. Hay días que siento que sólo hago cosas en la casa, que no me puedo poner cualquier ropa porque la puedo manchar con cloro… (ríe). No me aproblema quedarme en la casa, estar con mis niños, mi marido, es el cambio en la rutina, es bien distinto asumir toda esa pega que uno no hacía”.
LA OTRA CARA DE LA MONEDA
Sólo la mitad de los asalariados en Chile tiene un empleo protegido. Esto quiere decir que el 50% de trabajadores dependientes no tiene contrato laboral; no es indefinido; o no posee prestaciones de seguridad social. El periodista Felipe Ramos (39, soltero) pertenecía al primer grupo y si bien es un desempleado, su situación es la que deberían tener todos los cesantes.
Fue despedido el 5 de marzo, después de 17 años de carrera en El Mercurio. Fue subeditor de la sección Vida Actual, un suplemento que desapareció en abril de 2019. Ahí comenzó el cambio. “Regresé a ser reportero, pero sin variación en el sueldo. En ese sentido mi situación era precaria. De alguna manera me regalaron un año extra y lo de la pandemia quizás aceleró mi salida o sólo fue una coincidencia”, cuenta.
“Tengo la fortuna de que me pagaron todos los años, lo que me da un colchón. La gracia sería poder invertir, pero así como están las cosas, no puedo hacer nada todavía”.
Esa indemnización hace la diferencia. Y habla de una situación de empleo pleno, es decir como los economistas dicen “debe ser”. Por ello las primeras semanas de Felipe fueron de descanso.
“No me puse depresivo, me lo tomé con mucha tranquilidad. Eso es lo que más me ha sorprendido, porque siempre pensé que me iba a desmoronar. Mi vida era bien soñada, pero siempre lo tomé como la pega y nada más. Cuando se acabó, el teléfono dejó de sonar”.
Una semana después de quedar sin trabajo se declaró la pandemia y dice que eso lo ayudó más.
“Para mi tranquilidad mental ha sido mejor porque si todos hubiesen seguido a su ritmo, yo me sentiría muy desempleado. No soy el único cesante, no soy el único que está dentro de su casa. Y, si no existiera la cuarentena, quizás habría significado más gasto porque tendría tentaciones. Al final, no ha sido tan malo ser despedido en esta época. Sentí más pena cuando, a fines de abril, echaron a un montón de gente del diario. Es un momento único, ni siquiera la generación de nuestros abuelos vivió algo así. Y los medios son una industria que está en crisis dentro de un escenario global en crisis. La tormenta perfecta”.
Por ello, no tiene prisa en lo laboral, por ahora está asesorando en con- tenidos a una plataforma orientada a la familia de emprendedores.
“Voy a buscar alguna forma de seguir escribiendo, pero mi futuro no creo esté ligado a los medios de comunicación. Hay que tomárselo con calma porque no está para andar en la calle. Una semana después de que me despidieron, tuve una entrevista para un trabajo soñado, pero luego todo quedó congelado”.
Mantener una rutina activa dice le ayuda a llevar una vida más armónica. “Me levanto más temprano que cuando trabajaba, me ducho, nunca me quedo en pijama, desayuno sentado como si fuera a ir a la oficina. La mayor parte de la mañana la ocupo en unas reuniones de zoom interminables, muchas de ellas podrían haber sido un mail. A medio día hago yoga o rutina de ejercicios. Llevo años entrenando de manera funcional, así que tengo varios implementos. Eso ha sido bacán. También toco guitarra y he empezado a componer, veo series, leo, salgo a caminar cuando se puede. Y empecé a hacer cócteles por Instagram para entretenerme. Curiosamente se me pasa muy rápido el tiempo”.
Modificó algunos hábitos para ahorrar y también para estar más en la casa.
“Después de muchos años, volví a meditar. Y en los gastos me adecué a las circunstancias; disminuí la compra de vinilos; y gastaba harto en libros así que retomé el kindle para ahorrar. He dejado de comer fuera y no he caído en el delivery. No tengo hijos, aunque me encantaría, pero resultó que hoy es una ventaja no ser papá y ahorrarme colegio y otras cosas. Igual ya venía en un cambio medio Marie Kondo de vivir con menos cosas… Mientras tenga mi práctica de yoga, libros y ejercicios, bacán”.