Es el mayor destino turístico de Perú, a donde acuden cientos de miles de turistas y viajeros anualmente. También llega su buen porcentaje de chilenos, todos fascinados por la historia y cultura andina, pero, además, por la multiculturalidad y la nueva escena gastronómica que no tiene nada que envidiarle a la de lima. Jorge Riveros Cayo, curtido periodista peruano, ofrece viajes y experiencias en Cusco y aquí comparte su exclusiva, particular y divertida mirada sobre la ciudad.
Por Jorge Riveros Cayo Fotos Yayo López
Cusco es una ciudad cosmopolita. Siempre lo ha sido. Imagínense, por un momento, recorrer esta ciudad de piedra, por sus calles y plazas, en el apogeo del Imperio inca, hace 500 años. La nobleza asentada, desde reinos y señoríos lejanos; eruditos, políglotas y amautas, como se les llamaba a los sabios incas; y autoridades políticas y administrativas que venían de la franja costera, de las serranías lejanas, de lo que hoy es el sur de Colombia, Ecuador, Bolivia o el norte de Chile y Argentina, pero también de la Amazonía, el lugar menos explorado por los incas. Se entretejía un contrapunto de idiomas y dialectos que apenas reflejaban lo complejo de un territorio tan vasto y diverso.
Hoy, medio siglo después, sucede algo similar. Miles de personas nacidas en lugares cercanos y lejanos aterrizan diariamente en la Ciudad Imperial, incluidos chilenos, porque Chile es el país que más contribuye con turistas al Perú. En 2024 llegaron 645 mil. En el primer trimestre de 2025, Chile aportó con el 27% de turistas. Hay vuelos estacionales, pero directos y sin escalas entre Santiago y Cusco.
Los visitantes llegan para dejarse llevar por siglos de historia, una energía cósmica alucinante y una multicultu- ralidad apabullante, que se entremezcla con la fascinante cultura andina que lo impregna todo. En el Cusco todos somos extranjeros, en el mejor sentido de la palabra.
Hasta los mismos peruanos que –como yo– no hemos nacido en la antigua capital del Imperio inca. Podemos estar de paso o quizás nos dejemos seducir por la magia que emana de este lugar. Así, muchos se quedan. O se inspiran, como Neruda. O se dedican a promover la ciudad, como yo, que trabajo haciendo viajes personalizados a través de mi cuenta @the.peru.travel.expert. Y que, por lo mismo, conozco de primera fuente los lugares que están fuera del circuito turístico tradicional: la Ruta del Barroco Andino, Huchuy Qosqo, el Niño Compadrito, el acueducto de Sapantiana o Pallay Punchu, la nueva montaña de colores.
“Cusco tiene una identidad muy particular. Es una ciudad profundamente andina y, al mismo tiempo, muy cosmopolita”, asegura Alex Klinge, un gran amigo limeño, propietario de cuatro restaurantes, incluyendo Oculto, un imperdible por su propuesta de cocina de autor y la buena selección de vinos. Klinge llegó hace una década a la ciudad, donde además conoció a Dannia Palacín, otra limeña, instructora de yoga y madre de su hija, Aluna.
“Llegamos desde Lima con mucho respeto por esa mezcla y con la intención de ser parte del tejido social, no de imponer una mirada externa”, dice.
Tammy Gordon, una australiana nacida en Melbourne, a quien conozco por más de 25 años, llegó a Cusco hace casi treinta. Se quedó y abrió varios restaurantes, incluyendo Cicciolina, el más emblemático y reconocido de la ciudad, con un estilo mediterráneo aderezado de influencia andina. “Estuve viajando por Sudamérica. Me quedé en Bolivia por tres meses, luego fui al Lago Titicaca y de ahí tomé un bus nocturno a Cusco. Llegué a la plaza de armas al amanecer. Abrí la cortina y al ver el cielo azul eléctrico dije: ‘Este es el lugar. Aquí es donde voy a vivir’”, recuerda Tammy. “Han pasado 28 años. Tengo toda una vida aquí.
En ese tiempo, Cusco era un lugar de mochileros, con muchas oportunidades en el turismo. Con solo 23 años, abrí mi primer negocio: un bar con vinos, piqueos y buen servicio. Nada lujoso, pero bien hecho. Se llamaba Los Perros.
Cinco años después, Cusco comenzó a cambiar y abrimos Cicciolina”, cuenta, junto a su esposo peruano, José Francisco Giraldo, y el chef argentino Luis Alberto Sacilotto.
Pero también hay cusqueños notables y pujantes, de diversas generaciones, que decidieron quedarse en su lugar de origen y apostar por proyectos únicos y reconocidos.
Está Carolina Peralta, propietaria de Florencia y Fortunata, un café de especialidad, premiado y reconocido, que visibiliza el rol de la mujer en la industria del café –desde las productoras hasta las baristas– y que abrió en una casona colonial donde, posteriormente, habitó la primera abogada que se graduó en la ciudad.
Está Patricio Zucconi Astete, descendiente de italianos y cusqueños, quien encabeza una selecta cadena de hoteles boutique, también en Lima y Arequipa, incluyendo Palacio Manco Cápac situada en Qolqampata, una soberana casona republicana erigida sobre muros incas de lo que, presumiblemente, fue el palacio de Manco Cápac, el mítico fundador de la dinastía inca, y desde donde se tiene una vista privilegiada de la ciudad.
O Nilda Callañaupa, una tejedora nacida en Chinchero, quien a los 18 años decidió emprender la búsqueda y rescate de las antiguas técnicas de sus antepasados, para posteriormente fundar el Centro de Textiles Tradicionales del Cusco, en 1996. Además de haber enseñado en la Universidad de Cornell y la Smithsonian Institution, Nilda está asociada a la National Geographic Society desde hace décadas.
Machu Picchu es sin duda una visita maravillosa e ineludible, pero también vale la pena acercarse a exploradores, artistas y restauranteros que tienen relatos para compartir sobre Cusco; historias vividas en primera persona que convierten el viaje en una experiencia única. Y así como se emocionó Neruda, hace más de 80 años, sentirse no solo chileno, sino peruano, americano y universal.
¡Sean todos bienvenidos!