Qué nostalgia pensar que, años atrás, podía bajar varios kilos sólo dejando el pan. ¡Eso era juventud! El metabolismo, el colágeno, la vista, la elasticidad, el pelo, la memoria y la paciencia nos va abandonando. perdemos de todo menos grasa, la que se mantiene totalmente fiel.
Chile fue pionero en el desarrollo de los sellos de advertencia obligatorios. Si bien logró una importante baja en compras poco saludables, por otro lado, llevó a empresas a cambiar la composición de muchos productos, aumentando sus precios. Definitivamente, comer sano es caro.
La prevalencia de obesidad en el mundo se ha triplicado en los últimos 50 años. Chile, en 2022 fue es el país de la OCDE con la mayor tasa de sobrepeso, con un 74% de su población adulta: la mujer y el hombre promedio chileno han subido entre 8,5 y 9,4 kilos en las pasadas cuatro décadas.
Casi todos, alguna vez, hemos estado a dieta. No la hacemos porque nos guste, sino porque sentimos –o nos han dicho– que TENEMOS que hacerla. Para adelgazar la naturaleza no ofrece igualdad de género, porque ellos cuentan con un metabolismo entre un 3 y 10 por ciento más acelerado que el de nosotras. Y a eso, más encima, las mujeres suman la peri y menopausia, que sólo dificulta las cosas. Injusto.
¿Cuándo la tecnología y la medicina lograrán que podamos comer sin engordar?
“El lunes parto la dieta”, “Mañana voy al gimnasio”, “En la noche no como”, “Igual queda harto para el verano…”. ¡Ay! Tanta declaración de intenciones que he repetido una y mil veces, pero mi voluntad es débil.
Me baja la nostalgia al recordar que años atrás podía bajar varios kilos sólo dejando el pan. ¡Eso no era dieta, era mi juventud! El metabolismo, el colágeno, la vista, la elasticidad, el pelo, la memoria y la paciencia nos va abandonando de a poco. Perdemos de todo menos grasa, la que se mantiene firme y totalmente fiel.
No existe dieta keto, detox ni ayuno intermitente que nos salve. Siento que con los años se engorda de puro mirar. Me encantaría ser más fan del deporte, unirme al grupo de las que aman transpirar y necesitan esas endorfinas que les genera el esfuerzo físico.
He probado de todo –step, spinning, zumba, trx, crossfit, box, yoga– y sólo me gusta el pilates. Obviamente, preferiría ser flaca y tonificada sin moverme de mi cama, pero “para ser bella hay que ver estrellas”. Por suerte, y gracias a mi madre, tengo muy buena genética, lo que no me exime de cuidarme cada vez más.
En esos periodos ‘poco fit’ de mi vida, más de una vez, me dieron ganas de tomar las famosas pastillas con la estrella verde. Ahora parece que la ‘moda’ está en los remedios destinados a la diabetes, como la Metformina, Fentermina o pincharse el famoso Ozempic. Y aunque suene a ironía, eso es “pan para hoy y hambre para mañana” por el efecto rebote.
Soy de la generación que hacía bullying a la “gordita” y, desgraciadamente, esas mujeres quedaron afectadas de por vida: disconformes con sus cuerpos, siempre soñando con la delgadez.
Esa marca toma otro giro, como cuentan varios estudios, con la tecnología y las redes sociales. La pantalla influye en que haya mayor insatisfacción corporal, nos llevan a comparar y cuestionar nuestro aspecto físico con algunos inalcanzables de influencers.
Por suerte, las nuevas generaciones de mujeres, gracias al rol que han jugado los procesos del feminismo, han reaccionado a detener ese impacto. Aunque falta mucho por avanzar, sobre todo, si sigue la moda de los crop top, los cut out y esos pan- talones a la cadera que invitan a estar flacas.
Aplaudo el auge del “body positive”, y también que, por fin, los cuerpos plus size encuentren su lugar en los medios, la moda y las redes sociales.
Y aunque vemos avances de la ciencia y nuevas tendencias culturales, si se aspira a obtener un cuerpo escultural, la fórmula es la misma de hace muchos años. No existen milagros. Hay que comer sano, hacer deporte, tener fuerza de voluntad e, idealmente, heredar una genética específica. Como diría mi mamá: “Al que quiera celeste que le cueste”.