Muchos jóvenes acaban de empezar su vida universitaria, después de sobrevivir a un año intenso de preparación y ensayos para llegar a la educación superior. Por eso, seguramente en estos días también cumplen mandas tras encomendarse a todos los santos para que la PAES los encontrara iluminados. ¡Qué estrés!
Es tan así el panorama que el otro día una dermatóloga me comentó que en diciembre llegó a su consulta una gran cantidad de pacientes jóvenes con brotes de acné debido a la angustia en que estaban. Salir del colegio y enfrentarse al futuro no es un proceso fácil. Una presión que se mantiene en la universidad.
Para mí también fue un sufrimiento, me hubiera encantado tener un orientador vocacional. Era la más chica de mi generación, inmadura y con mil intereses, todos muy diferentes entre sí. Una de las carreras que más me gustaba era Psicología, pero mi mamá me dijo: “Vas a vivir en paro, tus compañeros van a ser hippies y comunistas, verás a puros locos”, entre otras cosas… Así que esa opción quedó descartada, más por obligación que por convicción.
¿Una carrera técnica? No era alternativa, ¡menos tomarme un año para “pensar”! Ir a la universidad (y no a cualquiera) era la única opción.
Y como no tenía idea qué estudiar, finalmente primó la opinión (y preferencia) de mis papás: “Ingeniería Comercial te va a servir para todo”. Era cierto, pero es una carrera tan fome y, además, me costaba un montón, ¿por qué? Simplemente, porque no me gustaba.
Es una verdad que para la sociedad existen carreras más importantes que otras, aunque todas tengan una importancia clave en el desarrollo de la sociedad.
Medicina se mantiene como la más postulada, pero tiene tan pocos cupos que, finalmente, las más demandada son todas las ingenierías con cerca de un 60% en las postulaciones totales.
Hoy, a diferencia de mi generación, los jóvenes eligen qué estudiar guiados por especialistas, tienen la oportunidad de recorridos a las universidades, analizan las mallas curriculares y piden feedback a alumnos y a egresados para decidir con más información.
Tener la vocación clara es un lujo. Pese a las herramientas actuales, veo a tanto adolescente perdido que termina matriculándose en College o Bachillerato sólo porque no tienen idea de algo tan simple y medular: saber qué le gusta, en qué se proyecta.
Yo ingresé a una carrera para la que no tenía vocación (ni dotes matemáticas), pero había que elegir. La vocación no es un camino recto, con los años creces, maduras, evolucionas y cambias tus gustos.
Por eso me encanta la capacidad de reinventarse que existe en Estados Unidos. Las personas estudian más de una carrera, incluso, cambian rotundamente de profesión y no es cuestionado ni considerado como un fracaso por el entorno.
Es más, hoy los títulos individualizados son la última moda. El “Construye tu propia carrera” es una respuesta lógica a un mercado que da prioridad al emprendimiento, la invención y –¿por qué no?– a la reinvención.
En los 90 nadie hablaba de ser “emprendedor”. Hoy, en cambio, ya no estudian sólo para ser empleados, quieren crear sus propias empresas. Y las universidades se han sumado a esta tendencia y crean carreras y mallas curriculares que apuntan en esa dirección.
Ante el estrés –que aún se siente reciente– de la PAES y, esta temporada, el ingreso de muchos desorientados a la educación superior, les recuerdo a mis hijos que elijan lo que los haga felices. Haciendo las cosas bien y motivados de todas maneras serán personas plenas y exitosas.
Cuando mi hija decidió estudiar Pedagogía le decían: “Estás desperdiciando tu puntaje” o “Es una profesión mal pagada”. Comentarios ante los que salí insistiéndole que no escuchara a nadie porque si quiere y se lo propone puede llegar, incluso, a convertirse en la próxima ministra de Educación.
Quizá si yo hubiera sido psicóloga hoy no escribiría esta columna, sería hippie (¡jajaja!) y seguramente hasta tendría otro marido (con el mío éramos compañeros en la U), quién sabe.
Volvemos a que el camino no es recto, ya que al ver mi vida no me arrepiento de titularme de Comercial porque, de verdad, he hecho mil cosas distintas: trabajé en un banco, tuve una pyme de cosas para la casa, hice clases en un colegio y hoy soy socia en una oficina de asesoría, gestión y corretaje inmobiliario, además de colaborar en esta revista.
En la pandemia me cuestioné volver a la universidad para estudiar Psicología, pero lo repensé. Compatibilizar trabajo, llevar una casa con cuatro niños y estudiar (con TDA incluido) era fracaso seguro. Igual la inquietud sigue y no he cerrado esa puerta.
No poder hacer algo ahora no quiere decir que no se pueda realizar nunca. Estoy abierta a que la vida me sorprenda y quedan muchos años entretenidos por delante.