Soy como un sabueso, tengo mucho más agudizado el sentido del olfato que el de la vista o el oído. Soy volada, muchas veces no veo ni oigo lo qué pasa a mi alrededor, pero mi nariz jamás me traiciona.
Puedo saber lo que comió o tomó alguien con sólo acercarme. Como distingo un olor camuflado, mis hijos ni con chicle de menta me pueden engañar si llegan con una piscola en el cuerpo. Con mi memoria olfativa hasta reconozco a una persona o un lugar a ojos cerrados. Así tal cual: “Dime cómo hueles y te diré quién eres”.
El sentido del olfato es el más primitivo, desconocido y probablemente el menos valorado de todos. La pandemia hizo que muchos recién le dieran importancia, ya que hasta un 88% de las personas que tuvo Covid-19, en más o menos medida, lo perdió.
Mi abuela tenía muchísimos perfumes y yo me pasaba horas inhalándolos, lograba reconocerlos y clasificarlos en dulces, cítricos, florales, amaderados o frutales. Desde muy chica me los regaló, y mientras mis amigas usaban Coral, Jean le Pins o Natalie, yo me turnaba entre el Anaïs Anaïs, el Lou Lou de Cacharel, el último de Kenzo y un Giorgio Armani.
Junto con mi gusto por las fragancias, también siempre me encantó cocinar y eso significó estar en contacto con hierbas aromáticas, especias y esencias. Así que durante mi vida he ido entrenando y refinando mi nariz. Es un don, una cualidad, aunque muchas veces es un gran problema.
Si bien la personalidad, el sentido del humor, los valores y el físico son factores importantes en un hombre, para mí un olor puede provocar mucha más atracción. Este sentido, para mí, es el más emocional y juega un papel fundamental en el enamoramiento.
Así como existe el amor a primera vista, puedo afirmar que lo mío fue amor a primer olor.
Suena casi animal, pero de mi marido lo primero que me atrajo fue cómo olía, no por un perfume en particular, sino que pude distinguir en él esa combinación de aroma a limpio y ropa recién lavada que tanto me gusta. Otro punto a favor de él fue que no fuma, ¡nada peor que el aliento a cigarro!
Yo estoy segura de que ese factor invisible, irracional e involuntario fue el que me sedujo. Hace por lo menos 20 años que usa el mismo perfume, sabe que innovar o cambiar podría ser muy ‘riesgoso’.
Detesto el olor a humedad en la ropa, las personas con olor a ajo, el olor del pelo sucio-pata-ala… Un hombre puede ser un Adonis con six pack, pero si está pasado a Axe o a pachulí me arranco (aunque sea el mismísimo Brad Pitt o David Beckham).
Ventilo mi casa aunque afuera la temperatura sea de -10°C. Me carga entrar a un ambiente pasado a encierro o comida. Trabajé varios años en corretaje y mi consejo a quien quiere vender su propiedad es que huela bien, por lo menos, durante las visitas. Tener hirviendo agua con canela y vainilla puede hacer que se mire un lugar con otros ojos.
Para mí, la combinación perfecta en una casa es orden-limpieza- buen olor. Un ‘combo’ infalible para transformar un espacio.
Es como un TOC, en mi departamento hay por todos lados velas, flores, difusores, home spray. Y no los tengo sólo como objetos decorativos ni “para las visitas”. Adoro llegar y sentir su aroma tan característico. Lo mismo me pasa con mi oficina y auto.
Lograr que un ambiente sea agradable, acogedor y cautivante no tiene por qué ser caro. Adoro el olor a guagua, a canela, a pan o a un queque recién hecho, a naranja, a pasto recién cortado, a mar, a café recién molido y a la crema Nivea. Todo BBB o gratuito.
Lo admito, soy mañosa, pero muy fácil y económica de sorprender… y conquistar.