Por Claudia Paz González
Cada vez surge más evidencia científica del impacto en el sistema neuroendocrino de estos residuos que contienen símiles del estrógeno: baja fertilidad en humanos y transexualidad en peces ya han sido estudiados.
Corría el año 1997, cuando la vida del oceanógrafo y capitán Charles Moore cambió para siempre. Por casualidad, durante un viaje hacia Hawái desde San Francisco, Estados Unidos, descubrió en las aguas una masa enorme de plástico que con el tiempo sería conocida como el “gran parche de basura del Pacífico”. El hallazgo significó un punto de inflexión para el mundo científico que, hasta ese momento, poco se había interesado en estudiar el impacto de este tipo de residuos. Para él, en cambio, fue el inició de una cruzada para visibilizar el avance de la invasión de la contaminación plástica que, asegura, nos dejará viviendo en auténticos vertederos y tomando sol en playas de plástico.
En su peregrinaje por los mares del mundo para concientizar a la población, hace unos seis años llegó a Chile para investigar el Pacífico Sur y así descubrió una nueva zona donde se acumulan residuos plásticos en un perímetro de más de 1.000 millas náuticas de largo y 300 de ancho: entre el Archipiélago de Juan Fernández y la Isla de Pascua. Ahí, los desechos se suman con otros escombros que son empujados por vientos, corrientes y mareas a un sector donde se produce un giro oceánico que explica por qué Rapa Nui recibe hasta 50 veces más microplásticos que las costas del del continente.
“La civilización moderna tiene un problema muy serio. A pesar de que tiene una tecnología increíble para producir, carece de un plan de manejo para sus desechos. Hace cincuenta años, cuando empezamos a tirar satélites al espacio, había espacio en la órbita, pero actualmente no. Cada año un satélite es destruido por colisiones con otros pedazos de basura que vuelan muy alto y se fragmentan rápidamente de manera sorprendente”, reflexionó, durante su exposición en la Cumbre de Líderes del Pacífico por la protección de los Océanos y el Desafío de la Contaminación del Plástico y Microplásticos, organizada en Rapa Nui en abril pasado y que es fue el primer paso para un tratado que limite la producción del plástico a nivel global.
Ahí, el científico que fundó Algalita, una ONG dedicada al análisis y la conservación de las aguas costeras, y que lidera de la Charles Moore Fundation, sacó aplausos en la audiencia al afirmar que “hay que ser realistas: la contaminación plástica no va a desaparecer como dicen algunos y los gobiernos no van a accionar, somos los ciudadanos los que tenemos que hacerlo. Si nos unimos en un movimiento de Residuos Cero, junto al movimiento Cero Carbono, tendremos una oportunidad. Pero necesitamos entender que no podemos tener el uno sin el otro”.
No hay duda de que vivimos la era del plástico, afirma Moore, quien advierte que pese a las campañas de los últimos años lo seguimos usando, más que en ningún otro elemento, por su bajo precio. “La gente se preocupa por los plásticos que consume a través de los productos del mar, pero más peligroso es lo que está en el aire. Respiramos más de estos residuos de los que comemos y eso explica el aumento de bronquitis, neumonía y los problemas con la sangre que ya sabemos incluye nanoplásticos. El plástico se degrada, pero no desaparece; por el contrario, lo vemos aparecer por todas partes. Si ahora están haciendo hasta bolsitas de té de plástico, sin contar la cantidad de estrógenos que nos están metiendo. Este estilo de vida nos está matando”, argumenta.
Los estudios en los efectos neuroendocrinos de la contaminación plástica de la última década avalan sus palabras. En los años setenta, las cifras oficiales hablaban de que por cada mililitro de semen habían cerca de 101 millones de espermatozoides. Hoy, los científicos aseguran que apenas se pueden encontrar entre 15 millones, un número inferior a los 20 millones que la Organización Mundial de la Salud (OMS) considera adecuado para mantener la capacidad reproductiva.
En el caso de las mujeres, la explicación de la baja sostenida en la tasa de fecundación y el empeoramiento de la calidad ovular está el bisfenol A (BPA) que se desprende no sólo de los plásticos de policarbonato, como el utilizado para almacenar alimentos y bebidas, sino que, además, de las resinas utilizadas en cañerías y en el revestimiento de productos de metal, como latas y distintos tipos de tapas.
El bisfenol A (BPA) fue diseñado en los años 30 con fines médicos para reemplazar a la hormona femenina estrógeno, pero luego se desechó por compuestos más seguros. Sí quedó comprobado su efecto en el sistema endocrino.
De no mediar cambios sustantivos del panorama actual que vayan más allá de las declaraciones de buenas intenciones, los pronósticos para las próximas décadas son alarmantes: una gran mayoría de las parejas que busque tener hijos deberá someterse a tratamientos de fertilización asistida.
Como bien dice el capitán Moore, ya no se trata sólo de lo que uno consume porque los microplásticos están en todas partes. Y es que desde el plástico comenzó a ser utilizado como envoltorio después de la Segunda Guerra Mundial, su uso no ha conocido límites. Si hasta existen estudios que recomiendan no utilizar productos de higiene aromatizados debido a que contendrían químicos derivados de este elemento.
Hoy, las investigaciones han comprobado que los microplásticos y nanoplásticos, producidos por los efectos de la fotodegradación (exposición a la luz solar), penetran en el cuerpo humano mayoritariamente a través de la inhalación y el contacto dérmico. Hígado, corazón, pulmones, riñones y cerebro… no hay ni un órgano que se salve del impacto del plástico y sus derivados. Incluso hay un estudio realizado por el Instituto Tecnológico Danés que determinó que hasta los juguetes eróticos que contienen ftalatos (sustancias químicas de los plásticos de PVC) tendrían un impacto en las funciones sexuales. De acuerdo a los científicos de Dinamarca, las mujeres con los niveles más altos de ftalatos en su cuerpo “tienen 2.5 veces más probabilidades de mostrar una falta de interés en la actividad sexual”.
Otra alerta sobre los efectos de los microplásticos se ha estudiado en los peces que lo consumen en flotación dentro del plancton marino. Investigaciones han encontrado peces masculinos feminizados en todos los continentes, excepto en la Antártica. Durante 25 años un equipo de la Universidad de Exeter tomó muestras de peces en alrededor de 50 sitios en toda Inglaterra. Encontraron que los estrógenos miméticos –el BPA– presentes en las aguas ejercían efectos en los peces machos como el desarrollo de tejido ovárico funcional. “No sólo se afecta la reproducción y la inducción transgénero. También pueden afectarse la forma en que se comportan los peces, el sistema inmunológico y el desarrollo óseo de los peces”, dijo Charles Tyler de la Universidad de Exeter. Entre sus hallazgos se cuentan que algunos peces machos han reducido la calidad de los espermatozoides y han mostrado un comportamiento menos agresivo y competitivo, generalmente asociado con la atracción de hembras de la especie, lo que hace que sean menos propensos a reproducirse con éxito.
Los efectos en la especie humana, que consume esos peces, es aún una frontera sin explorar.