Por Luis Miranda
Luis Andrés Miranda
Abogado y Consultor empresarial de moda
La primera vez que cubrí una pasarela internacional fue en Brasil. Obnubilado por las luces del São Paulo Fashion Week y el profesionalismos de las pasarelas más espectaculares que había visto hasta ese momento, casi no reparé en que, en un país donde prácticamente la mitad de su población tiene raíces afro descendientes, esa proporción no se reflejaba en las modelos que desfilaban las creaciones de los más connotados diseñadores brasileños. De hecho, el prototipo caucásico era el dominante, en desmedro de las modelos de color.
Para esa versión, la organización de la que en ese momento era la quinta semana de la moda más importante del mundo y la más relevante del Hemisferio Sur, invitó a Wayne Sterling, un emprendedor afro descendiente fundador de models.com, fue él quien me hizo caer en cuenta de la mala señal que eso significaba y que había que hacer algo al respecto. “Ojalá que podamos darnos cuenta que no es un solo tipo de belleza el que vende”, me dijo en una entrevista que fue publicada en la plataforma para la que trabajaba en ese entonces.
De eso, han pasado más de 8 años y la industria del modelaje se ha diversificado a niveles que nunca antes se habían visto. Hoy las modelos plus size, las asiáticas, las exóticas, las de mayor edad, las y los trans tienen cabida en campañas, desfiles y lookbooks de variadas etiquetas, sin embargo aún se siente una deuda con las maniquíes de color.
A nivel local, las agencias han incorporado a su catálogo a modelos afro descendientes empujadas por los movimientos migratorios que acontecieron en Chile antes de la crisis. Las audiencias comenzaron a mudar, se necesitaban modelos negras que se ajustaran a las demandas de identificación de los nuevos consumidores inmigrantes; ergo, las agencias fueron abriendo espacio a las afro descendientes.
Es ahí donde está la deuda con las modelos de color: su aparición más marcada se debe principalmente a cuestiones comerciales, antes que a un ejercicio espontáneo de apertura e inclusión. Una modelo de color, proveniente de economías menos desarrolladas que la nuestra, puede ganar menos por el mismo trabajo que una modelo caucásica, biotipo preferido de las agencias y clientes locales; algo que a todas luces representa una injusticia que debe acabar.
La moda es un fenómeno cultural, que muda de acuerdo a cómo avanzan las sociedades. El racismo en esta industria no es tan burdo y asfixiante como la rodilla de un oficial de policía en el cuello, pero no por eso menos dañino.
Es deber de quienes trabajamos en moda el abrir espacios de inclusión honestos y constantes. El brand manager tiene que entender lo que decía Sterling: “no es solo un tipo de belleza el que vende”, el publicista debe educar a su cliente en ese sentido; los medios, dar cabida y resaltar el trabajo de las modelos afro descendientes a través de las diferentes secciones editoriales. Por último, el ciudadano de a pie, el consumidor, debe entender que nuestra nueva realidad es una diversa, donde convivimos con personas de distintas razas y culturas y que la moda, como reflejo de la sociedad, tiene que necesariamente representar ese macro contexto.