Por Leonor Varela
Me ha tocado habitar mi cuerpo de otra manera durante esta cuarentena. El estrés de todos los cambios mundiales e internos, y el hecho de estar siempre en casa con mi hija cocinando más de lo habitual, hace que tenga encima un par
de kilos extras. Hasta mi perro Vito está más gordito. Pero estoy segura de que él no se lo recrimina.
He estado prestando mucha atención a la calidad de ese diálogo interno: por un lado, es verdad que me importa un pito tener un par de kilos por encima de mi peso normal ¡Me siento bien! Hago ejercicio en casa y tengo hábitos súper sanos, pues son los que les estoy modelando a mi hija. Pero, por otro lado, también es verdad que algunas veces surge en mí un verdugo interno: un crítico álgido que me hace sentir insegura, me hace perder el valor de lo que realmente soy, e irracionalmente culposa de disfrutar el pan que acabo de amasar con tanto amor. Estoy mil por ciento segura que no aceptaría ese trato de nadie. Entonces… ¿por qué permito que existan esos pensamientos y emociones dentro de mí?
Creo que la respuesta es que han sido demasiados años de condicionamiento por una cultura que me enseñó a comparar- me, a querer ser aceptada por un canon de belleza externo que no es el mío. Pero los tiempos están cambiando: Ashley Graham está hoy en la portada de Vogue con sus curvas voluptuosas y bellas. Veo más diversidad de formas, colores y tipos de belleza. Veo cuerpos sin retocar en Instagram, cuentas de mujeres que quiebran los mitos sobre esos inalcanzables cánones de perfección, y derrumban las cárceles de vergüenza donde nos encerrábamos voluntariamente por nuestra celulitis. No más. ¿Será que puedo llegar a querer mis rollitos?
Gran parte de mi consciencia de ese “verdugo interno” está sucediendo ahora porque mi foco se ha redefinido de forma radical. Esta pandemia me recuerda mi fragilidad humana, y mi cohabitación constante con una muerte potencial. Por ende, al menos para mí, está más presente también que soy un ser eterno. Y que este cuerpo es sólo mi “traje terrestre” y que esa parte infinita de mí es mucho más que lo que percibo con mis cinco sentidos. Eso me ayuda a sentirme libre y feliz.
La ciencia me apoya comprobando que una autoestima sana (en este caso, mi diálogo interno con mi cuerpo—o sea mis pensamientos y emociones) fortalece el sistema inmune (y aumentan mis posibilidades de mejorarme si me enfermo).
Por ende, una autoestima alta no es solo salud mental, sino que es también salud física.
La ciencia quántica nos ha demostrado que la atención e intención cambian profundamente la existencia misma de lo que estamos observando (la objetividad es un concepto utópico. ¡Gracias papá por tu legado!). Y que donde pongo mi atención, crece. Por ende, mi diálogo interno con mi cuerpo literalmente va a afectar como mi cuerpo ES. Así de simple. Entonces repitan conmigo: tengo un cuerpo hermoso. Mi cuerpo es perfecto para mí. Soy fuerte. Soy resiliente. Y creo en mí. Y si no lo crees del todo al decirlo, fíngelo hasta que lo consigas. Ya te lo vas a creer.