En tiempos donde los algoritmos también intentan emparejar corazones, Amor a ciegas, la versión chilena del exitoso formato internacional First Dates, se abre paso con una promesa clara: devolverle al amor en televisión un aire de verdad, diversidad y emoción.
El proyecto, emitido por Chilevisión, no nació al azar. Su génesis incluyó un viaje clave del equipo de producción a Madrid, donde el programa original ya lleva nueve temporadas conquistando al público español. ¿El objetivo? Observar, aprender y absorber la esencia del formato, con énfasis en su pieza más crítica: el casting.
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“Queríamos entender en profundidad cómo funcionaba el proceso de selección, porque es ahí donde se juega gran parte del éxito del programa”, explicó a The Clinic, Claudia Olea, productora ejecutiva del espacio.
Según detalla, no existe un estándar universal para elegir a los participantes, pero sí una sofisticada herramienta digital que permite afinar coincidencias y elevar las probabilidades de conexión entre quienes buscan el amor.
“La gente llena un formulario con muchas preguntas y el software te ayuda a afinar la búsqueda. Por ejemplo, si a alguien le gustan las películas de terror y los chicos morenos de más de 1,75 m, el sistema te ayuda a hacer el primer ‘match’ con personas afines. Luego, ya con ese filtro hecho, nosotros afinábamos y armábamos las parejas“, explicó.
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El proceso de selección, sin embargo, va más allá del algoritmo. La intención fue clara desde el inicio: representar la diversidad de la sociedad chilena en su amplitud. Así, por el set han desfilado desde jóvenes de 18 años hasta adultos mayores de más de 70, todos con algo en común: la búsqueda honesta de una conexión real.
Para mantener la autenticidad de las reacciones, los participantes no reciben preparación previa ni guiones ensayados. El único contacto antes del rodaje era una entrevista por Zoom. El resto, sucedía literalmente en la mesa.
“Queríamos que se sintiera que eran personas reales. Que uno viera el programa y pensara: ‘Este gallo puede ser mi compañero de trabajo’ o ‘yo actúo igual frente a una situación así’“, comentó Olea.
Y aunque muchas de las cenas devienen en momentos dulces o entrañables, no todas transcurren con suavidad. En algunas, las diferencias afloran desde el primer minuto. “Hubo una en la que los participantes se enfrentaron desde el comienzo, intercambiando comentarios tensos durante toda la comida“, cuenta Olea.
Pero el programa también ha dado espacio a escenas profundamente conmovedoras. Una de las más recordadas fue la de Maxime, un joven francés que, en medio de una cita, compartió su historia personal marcada por la violencia familiar. “Fue muy real. Eso me gusta: no está editado ni exagerado. Es auténtico. Y eso, en la televisión abierta, es valioso”, concluyó la productora.