Por Juan Yarur
Contactar a Anne Geddes fue mucho más fácil de lo que yo imaginaba: por la Fundación AMA, me ha tocado trabajar con otros fotógrafos que también son famosos y muchas veces ha sido una lata. En cambio, con ella fue atómico, muy simple todo. Es encantadora. Cuando estuvimos con Felipe y Cora en su estudio en Nueva York para hacer fotos todo fluyó muy fácilmente; tuvimos muy buena onda. Lo mismo pasó al hacer esta entrevista. Ella es súper sencilla y cercana.
Para muchos en mi generación, verla –sobre todo, ver su trabajo– es como volver a esa época en la que sus famosas fotos estaban en las tarjetas que vendían en Village. Me pareció que entrevistarla era como volver a ser niños.
Al otro lado de la cámara, de sweater negro, con un cintillo trenzado sobre su frente, el pelo castaño tomado y un maquillaje muy natural, comenzó por contarme sus inicios, para nada planificados, en el mundo de la fotografía. “Empecé tarde en la vida: recién a los 25 tomé en mis manos una cámara profesional”, cuenta.
Anne nació en 1956 en el campo, en Australia. De chica estaba suscrita a la revista Life, porque le fascinaba la manera en la que contaba historias a través de imagen. No sabía que se dedicaría a las fotos, pero tenía una cosa clara: que ella podía hacer una diferencia. No sería del montón.
“Recuerdo perfectamente el momento en el que me di cuenta de eso”, dice. “Debo haber tenido unos 8 años, estaba en el jardín, hacía mucho calor, mi mamá estaba colgando ropa al sol y le dije: necesito decirte algo, pero no sé bien qué es. Esa sensación la volví a tener muchas veces cuando era niña y después, de adolescente; también cuando era una adulta joven. Pero las puertas a veces no se abren cuando uno cree que lo van a hacer”, agrega.
En su caso, ese chispazo, esa sensación de “esto es”, le llegó cuando ya estaba casada y vivía con su marido, Kel, en Hong Kong: él estaba en esa ciudad a cargo del lanzamiento de un nuevo canal de televisión. Un día tomó la cámara de Kel y se decidió a fotografiar niños en sus casas, en sus jardines. El trabajo de estudio llegó después.
“Lo más importante para desarrollarte como artista es encontrar una manera propia y original de contar una historia. Durante los primeros años, miraba mis fotos y pensaba: están lindas, pero no es lo que yo quiero decir”, confiesa.
–¿Y qué es lo que quieres contar a través de tus fotos?
–A veces no sabes lo que quieres decir, pero lo vas buscando. Te puedo decir el momento exacto en el que lo encontré: ya habíamos regresado de Hong Kong, estábamos viviendo en Melbourne, y estaba embarazada de Kelly, nuestra segunda hija; Stephanie debe haber tenido unos dos años. Una tarde, mientras miraba una revista, me quedé pegada mirando una foto en blanco y negro de una niña de unos 5 o 7 años, tomada en un estudio, con un fondo muy simple. Pensé que era una imagen maravillosa, que realmente me decía algo. Y decidí ofrecerme para trabajar gratis como asistente de la fotógrafa que tomó esa captura. Apenas puse un pie en su estudio, pensé: si, esto es; necesito un vehículo para contar historias, y este es. Amo esa sensación de entrar un estudio y crear algo que antes no existía.
–No hay otro referente como tú en fotografías de guaguas. Ni un solo otro nombre. ¿Qué te hizo optar específicamente por ellas?
–No fue algo consciente; jamás me dije: desde ahora voy a fotografiar guaguas. En el fondo, lo que hago es retratar la confianza, porque la gente me confía lo más preciado que tiene: sus hijos, en su momento de mayor fragilidad. También creo que, en algún punto, mi trabajo tiene que ver con que no tengo imágenes de mí misma siendo una guagua. Ni una sola. Antes nadie era filmado y fotografiado a horas de nacer. Tal vez he querido revisitar mi propia época de bebé, a través de otros.
Anne recién había comenzado este camino cuando, en una entrevista a su marido, alto ejecutivo de los medios en Australia, le preguntaron qué hacía su mujer. Ella aprovechó de enviar algunas imágenes. A la editora le gustaron tanto que publicó a página completa la imagen de una niña con un tutú y flores en la mano. Después de eso, mucha gente comenzó a llamarla para que tomara retratos de sus hijos.
“Terminé haciendo dos tomas al día, cinco días a la semana. Trabajaba tanto en eso que en un minuto me dije: para mantener mi sanidad mental y poder controlar mi narrativa, tengo que hacer un trabajo propio. Y así comenzaron a surgir las fotos que me hicieron conocida, como las de guaguas en hojas de repollo, o de un bebé que está dentro de una tela que cuelga de un gancho. Cuando vi la impresión de esa imagen en particular, pensé: ¡esto de verdad me gusta! Y no importa si no le gusta a nadie más. Como artista, eso es algo muy importante: no debes crear para agradar a otros, debes crear para contar una historia”.
Después vinieron los calendarios, las tarjetas de saludo y varios libros de fotos, entre ellos, El jardín encantado (1996), con la célebre imagen de una guagua-mariposa; Until now (1998); Pure (2002) y Miracle (2004), que realizó en colaboración con la cantante Celine Dion.
–¿Cómo saltaste a hacerte famosa a nivel mundial?
–Al principio me sorprendí de estar en todo Australia, y de pronto estaba en todo el mundo. Supongo que es porque las guaguas son un lenguaje universal. Mira tus fotos con Cora, y mira las fotos en mis libros: esos niños pueden ser de cualquier parte del mundo.
–Se cumplen 30 años de tu primer calendario. ¿Piensas celebrarlo de alguna manera?
–Bueno, hoy es muy difícil crear nuevas imágenes para un calendario. No es barato, y es mucho el trabajo que se va en la preproducción, en el shooting y en la postproducción. No tengo ganas de hacer ese esfuerzo, porque a minutos de que salga el calendario, ya estará gratuitamente para todos en Internet. Es una situación triste y frustrante, que está afectando a todos los artistas. Pienso que el mundo del arte tiene un gran hoyo negro, un vacío en su creatividad, porque los artistas ya no pueden crear de la manera en la que lo hacían.
CONTRA EL ABUSO
Junto con su trabajo personal, Anne lleva años trabajando en apoyo de diferentes causas. Por ejemplo, en 2011 participó con la ONU en la campaña Every Woman, Every Child, con imágenes que buscaban visibilizar la falta de equidad en el acceso a la salud. “Cada 90 segundos, una mujer en mundo muere durante su embarazo o el parto; en el 90 por ciento de los casos, el problema era previsible”, dijo entonces. Además, en los últimos años ha trabajado con Novartis Vaccines y la Confederación de Organizaciones de Meningitis (CoMO) en una iniciativa global sobre la importancia de prevenir la enfermedad meningocócica. Son fotos fuertes, de niños que han perdido brazos y piernas.
“Para mí es muy gratificante hacer este tipo de trabajos. Cuando comencé me sentí un poco insegura de exponerlos, es algo muy emocional. Pero sentí con mucha fuerza la confianza que sus padres depositaban en mí, y la importancia de levantar una mayor conciencia sobre esta enfermedad. Sigo en contacto con esas familias, que me transportaron a otro mundo, un mundo que no conocía”.
–Es bonito lo que resultó con esas fotos. Son lindas, y también poderosas.
–Gracias. Lo que quise hacer fue fotografiar esos niños de tal modo que se vieran bellos y valientes; que la gente primero dijera “qué lindos” y después “qué pasó”. Y también que esos niños se sintieran bien consigo mismos.
La afinidad de Anne con diferentes causas relacionadas con los niños comenzó mucho antes de que se hiciera famosa: en 1992, junto con la salida de su primer calendario, creó The Anne Geddes Philanthropic Trust, fundación que visibiliza el abuso infantil. Algo que, en esos años, todavía se metía debajo de la alfombra. La idea nació luego de conocer a una mujer que hacía mucho trabajo social en Nueva Zelanda y que, al tratar de conseguir fondos para esta causa en particular, se encontraba con puertas cerradas. Las personas y empresas, cuenta Anne, no querían donar fondos para causas que los vincularan con algo que les parecía “engorroso”.
“Un par de años después”, continúa, “supe que una de mis hermanas había sido abusada por un profesor durante dos años, cuando tenía 8 y 9 años. Yo no tenía idea de esto, pero al parecer le contó a mi mamá y ella la calló por completo, diciéndole que si volvía a mencionar algo le contaría todo a mi papá. Eso fue suficiente para que no hablara durante los 30 años siguientes. Me impactó tanto que algo así sucediera tan cerca de mí. Finalmente le hicimos un juicio y ese profesor terminó preso”.
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