Por Juan Yarur Ilustración Manuel Santelices
Sentarse a conversar con Adriana Elias es un tremendo lujo: ella es una persona muy inteligente e infinitamente educada, que tiene tanto que enseñar y dar. Yo, cuando he podido estar con ella y hablar, siento que es una suerte. Y me siento muy honrado de que haya querido hacer esta entrevista, porque es algo que a ella no le gusta para nada: solo ha dado una en su vida, y fue para el famoso diseñador francés Hubert de Givenchy (1927-2018).
“No me gusta mucho hablar de mí misma, pero en la revista House & Garden le habían encargado a Hubert de Givenchy que editara una edición y él pidió que me incluyeran”, cuenta Adriana en una mezcla de español e inglés, mientras conversa conmigo por Facetime desde su casa en Mónaco, donde vive desde hace décadas.
Adriana viene de una familia de coleccionistas de arte y filántropos. Vivió en Brasil, de adolescente llegó a Inglaterra, se fue a estudiar a Boston y hoy está instalada en Montecarlo. La conocí cuando fui a esa ciudad a ver a su hija Lily, quien es muy amiga mía, y me quedé en su casa. Fue una experiencia alucinante. Me sorprendió lo cariñosa y detallista que fue: sabía que me gustaban los macarrones y cuando llegué me estaba esperando con un montón de ellos, además de una champagne especial, y eso que no me conocía personalmente.
En ese viaje aprovechamos de pasar a conocer su tienda de decoración, que se llama Czarina, y me enamoré. Pero así heavy. Ahora es mi tienda fetiche, por lejos. La abrió en 1994, muy cerca del casino, y hoy tiene también un local frente al mar. ¿Qué hay en ellos? Una ecléctica mezcla de antigüedades y objetos y muebles nuevos; un mix vintage y moderno donde también están las joyas que diseña mi amiga. Pero la gracia está en que las cosas son tan originales, tan diferentes, tan lindas, y están puestas de una manera tan especial, que sientes que lo quieres todo. Solo en su tienda me pasa que quiero meterme a buscar y buscar, porque encuentro cosas que no sabía ni que existían y después siento que no puedo vivir sin ellas. Como un porta-baguette de plata que no me logro sacar de la cabeza desde que lo vi, hace como cuatro años.
–¿Cómo lo hace para encontrar y escoger estos tesoros?
–No busco marcas, busco looks. Todo lo que compro tiene que tener algo especial y ser de calidad. Tienes que ser muy abierto de mente y buscar buenos artesanos, personas que tengan la capacidad de interpretar de buena manera lo que para ti se siente bien. Compro por todos lados pero bastante en Estados Unidos: ahí puedes encontrar muchos creadores que tienen un twist, porque su crianza es futurista, no están atados a la tradición. Se permiten volverse un poco locos, si entiendes lo que quiero decir, porque no tienen miedo del cambio. Lo importante no es la marca ni el precio, sino el look. A veces, cosas muy baratas, si las pones bien, se ven muy sofisticadas.
–¿Por qué la tienda se llama Czarina?
–Czarina (la mujer del zar, en ruso) alude a algo sofisticado y especial. Los rusos, especialmente a comienzos del siglo XX o incluso antes, no tenían miedo a usar el color en sus casas porque todo afuera era gris; usaban el color para dar alegría a sus espacios interiores.
Para Adriana, contará después, el uso del color no es tema. Especialmente el verde, que para ella es un básico.
–Es como blanco. No sé si es así para todo el mundo, pero lo es para mí. Las plantas son verdes, y cuando las ves dentro de una casa, ves que combinan con todo. El verde es así: un neutro que siempre combina bien. Pero no mucha gente se atreve a usarlo.
–¿Qué diferencias y similitudes hay entre vender joyas y muebles u objetos de decoración?
–Con las joyas te decoras a ti mismo. Por lo tanto, es lo mismo: tienes que entender qué te gusta, qué usarás. Así como todo lo que tienes en tu casa debiera representar quién eres, las joyas que escojas también.
–¿No le cuesta a veces vender ciertas cosas?
–Te desapegas de algo cuando ves que hace a otra persona feliz; eso convierte al objeto en algo mucho más especial para mí, porque
me permitió a mí sentir la alegría que yo sentí al comprarlo. Lo bonito de todo esto es que conoces mucha gente y terminas entendiéndola. Te compran una cosa y ya sabes cuál es su gusto. Entonces, cuando com- pro algo para mi tienda, pienso en un cliente y muchas veces ese objeto termina en la casa de ese cliente, sin que yo haya hecho algo en especial para eso. Sintonizas con ellos.
–Todo un arte…
–Es asombroso, y a veces yo misma me sorprendo. Supongo que es porque llevo haciendo esto por más de 20 años, entonces ya entiendo que esta es una concept store.
–Perdón, pero para mi gusto es más que una concept store, es como una bóveda de maravillas…
–Bueno, eso es lo que decía Givenchy: que la tienda es como un cofre de tesoros.
PENSAR FUERA DE LA CAJA
Czarina tiene el orgullo de contar con la Royal Warrant, una especie de “sello” que reconoce a la tienda como proveedora oficial del Príncipe Alberto II de Mónaco y es como una garantía de calidad y estilo. Por eso, los Grimaldi suelen escoger ahí cosas para su casa y también para regalar. Según la revista Departures, “se ha sabido de algunos royals que han decorado yates enteros con sus linos y porcelanas”.
Pero para ella son solo un cliente más.
–¿Puede contarnos cómo es la realeza?
–(Ríe) Bueno al final a todos nos gustan las mismas cosas. Somos todos humanos. No es el título el que hace a la persona, es la persona la que hace el título.
–¡Wow! ¡Amo esta respuesta! Contesta la pregunta más corroncha que hay de la manera más elegante que se puede…
–Es que soy diplomática.
–No, no es diplomacia, va más allá de eso. El título de esta entrevista va a tener que ser: Adriana Elía, la esencia del chic. Hablemos entonces del gusto. ¿Qué define el buen gusto? Pienso en esa frase de Diana Vreeland, la famosa editora de moda: “Tener demasiado buen gusto puede ser aburrido”.
–Todo es relativo. Porque lo que es buen gusto para mí puede ser mal gusto para ti.
–No. Lo que es buen gusto para usted, es buen gusto. Punto.
–¡No! De verdad, todo es relativo. Ahora, todo lo que es exagerado, lógicamente para mí es una falta de gusto. Como ir y comprar todo de una misma marca, solo porque es conocida. Eso me parece que es de mal gusto, porque uno tiene que ser ecléctico; tienes que tener una mezcla que sea única para ti. Eso demuestra cuando una persona se respeta a si misma y respeta el modo en el que los objetos que la rodean la interpretan. No puede ser todo igual, y no puede ser todo perfecto. Tiene que haber algo de imperfección, para que sea perfecto.
Para Adriana, es importante desafiarse a la hora de decorar. Y ser abierto.
“Tienes que pensar fuera de la caja”, acota.
“El miedo a dar ese salto”, explica, “es lo que hace que muchas personas sientan que necesitan el respaldo de una marca a la hora de comprar”. En los casi 30 años que lleva con su tienda, ha visto que esto es algo que pasa cada vez más. En el mundo, y por supuesto también en Mónaco: “Cuando llegué, había mucha gente mayor, muy pocas familias con niños pequeños. Hoy Mónaco es más accesible para las generaciones jóvenes, y ellas tienen más recursos. Llegan aquí porque es seguro, porque tiene buena calidad de vida y porque dentro de Europa es muy central. Antes eran familias viejas, probablemente con vieja riqueza, ahora hay mucho dinero nuevo, muchos asiáticos, árabes, rusos y europeos del Este. Todo gira mucho más en torno a las marcas y hay harto showing off, harta ostentación”.
–¿Cómo se siente en ese entorno? Porque su tienda es justamente lo opuesto, y sin embargo se está expandiendo.
–Es que la gente que viene a mi tienda sabe lo que quiere, no necesita una marca ni andar mostrando lo que tiene para sentirse segura.