Fue una raza extraña que apareció con el nacimiento de los tabloides. Esos diarios de dudosa reputación, con información a medias, muchas de ellas aumentada, que hablaban de conspiraciones, secretos, engaños, la nueva ruptura o romance. Nunca los paparazzis fueron ni serán bien ponderados. Tuvieron fama de sanguijuelas, de pulgas en el oído, de acosadores.
Esos que reproducen una foto en el momento menos esperado. No importando si luces respetablemente o si haces una mueca que te beneficie en lo más mínimo. Ese es el objetivo de los paparazzis: congelar un movimiento y al hacerlo, capturar el verdadero carácter de la celebrity.
Quizás el hito que marca el odio parido de la opinión pública hacia los que practican este oficio sea el suceso que le causó la muerte a la ex Princesa Diana de Gales en un accidente automovilístico bajo el Puente del Alma en París en agosto de 1997.
Al momento de estrellarse el auto en que la princesa iba junto a Dodi Al-Fayed, un grupo de estos fotógrafos la perseguían en autos y motos con el único objetivo de capturar un instantánea. Y así sumar antecedentes que reafirmaran la relación que la madre de William y Harry de Inglaterra tenía con el hijo del dueño de los almacenes Harrods.
Pero si vamos a hablar de paparazzis, hablemos del más célebre de todos: Ron Galella. Hasta sus 91 años, Galella vivió alejado del trajín de antaño en su hogar en New Jersey, una enorme mansión que en su momento fue la locación perfecta para situar el imperio de Tony Soprano y su familia mafiosa en la inolvidable Los Sopranos, transmitida por HBO.
La casa era su museo, en los muros estaban enmarcadas todas las imágenes que capturó Galella durante su carrera. Fueron años en que pasaba horas escondido detrás de los arbustos o en el guardarropa de cualquier restaurante de moda. Un tiempo en los que dormía todo incómodo en el asiento trasero de su auto o en el hall del hotel. Eran días de coqueteos con las sirvientas o entrega de propinas a cambio de información. Todo valía, todo servía. Ron Galella demandó y fue demandado en los tribunales. Incluso más de una vez se fue de combos con sus fotografiados.
Galella ayudó a promover la cultura de mirar a los famosos tal y como son. La espontaneidad de sus imágenes, incluso el hecho de que los fotografiados bajen la guardia en un instante de sus vidas y que ese segundo haya sido registrado, las hace eternas y, por tanto, actuales.
Raquel Welch saliendo de un restaurante o Robert Redford haciendo parar a un taxi. No había tiempo para posar y jamás le pedía autorización a ningún agente. El objetivo de Galella era perseguir la emoción auténtica y la reacción genuina, esa que sólo se ven en las fotos que nunca se publican.
Betty era la esposa de Ron. Lo conoció en 1978 después de más de dos años de conversaciones telefónicas negociando la venta de sus fotografías para una revista en la que ella colaboraba en Washington. No se casó sino hasta los 48 años. Antes fue imposible encontrar a alguien que lograra congeniar con el nivel de vida que llevaba. Sin embargo, la mujer más importante en la vida de Ron Galella antes de Betty fue Jacqueline Bouvier Kennedy Onassis.
Entre 1969 y 1971, Galella dedicó la mitad de su tiempo a seguir atentamente el paradero de Jackie Onassis. Irónicamente, las mismas fotos a las que se oponía la señora Onassis fueron luego las que la definieron como ícono y celebridad para el resto de la historia. Fueron esas tomas en blanco y negro, sacadas con teleobjetivo, las que convirtieron a Jacqueline Kennedy en la misteriosa Jackie O. Fue por ella que Galella apareció en la portada de la revista Life y se hizo conocido. Se convirtió en el famoso que sacaba fotos a los famosos.
En el documental Smash his camera, que durante algún tiempo estuvo disponible en Netflix y que esperemos ahora a causa de su deceso lo vuelvan a poner disponible, el afamado paparazzi reconoce que su instante favorito se llama “Jackie en el viento”.
Una fotografía que tiene a la ex primera dama y luego esposa del gran millonario de esos años, saliendo de su casa en Nueva York cruzando la avenida hacia Central Park: “Creo que no supo que era yo, por eso sonrió un poco”, dice Galella sobre la imagen en la que se ve a ella con el pelo desordenado por el viento, llevando un jeans ajustado y una polera manga larga.
Y aunque podía moverse al Studio 54 para fotografiar a Brooke Shields, a Farrah Fawcett, y al otro día a Cher, a Liza Minelli y siempre a Bianca Jagger, lo cierto es que su obsesión y su objetivo favorito era Jackie O. La madre de John y Caroline Kennedy, cansada de tanta persecución, presentó una demanda por acoso en su contra que le impidió a Ron acercarse a menos de 45 metros de distancia de ella y sus hijos. Esta resolución judicial convirtió a Galella en el paparazzi más célebre y controvertido del mundo.
Durante su carrera, Galella fue amenazado por Richard Burton, Ryan O’Neal, desató la rabia de Sean Penn, Liz Taylor y Doris Day. Galella llegó incluso a perder cuatro dientes después de recibir unos combos de parte de Marlon Brando.
Usando su irónico humor, en el siguiente encuentro con el protagonista de “Nido de Ratas”, tuvo el arrojo y la prevención de llevar puesto un casco de baseball, evitando cualquier otro arrebato violento del actor.
Pero ya nada es como antes. “Un paparazzi ya no tiene el mismo acceso a los personajes. Hay mucha seguridad alrededor de las estrellas, ya no puedes acercarte a ellas”, confesó en su momento. Por otro lado está internet donde una foto se reproduce idéntica en todas partes. Las propias estrellas están más cercanas y despreocupadas de que las vean tal cual son. Si a eso le sumamos los agentes, los encargados de Relaciones Públicas, el control policial, todo deja de ser interesante.
Durante mucho tiempo, la fotografía de Ron Galella fue considerada de clase B, menospreciada en los últimos peldaños de la cultura popular. Durante los últimos años, Galella recopiló su trabajo en libros como No Pictures, con introducciones de gente como Diane Keaton, y expuso en museos como el MoMA o galerías especializadas como la Stanley Wise Gallery en Nueva York. A la altura de los grandes y su obra, tratada y valorada como arte.
Hoy hablar de paparazzis suena a época pasada. A modo de anécdota, su validación pública y artística comienza con la aparición que tienen en La Dolce Vita de Fellini. El flash desnudo de Galella convierten a su oficio en algo casi extinto y a sus retratados en reliquias inmortales dueñas de un tiempo que jamás volverá.