El 29 de julio, Diana y el príncipe Carlos dieron el sí en una boda de cuento de hadas. Literalmente, un príncipe buscaba una princesa o como diría Luis Miguel, “un hombre busca a una mujer”.
Y es que aún cuando su tío, Lord Mountbatten, le aconsejaba “echar todas las canas al aire que pueda antes de sentar cabeza”, cuando el hijo de la reina Isabel II cumplió 30, encontrar a la esposa adecuada se convirtió en una presión. Además, no era una tarea fácil, ya que debía ser “perfecta” para ser reina.
Fue entonces cuando apareció Diana. Una profesora infantil amorosa, rubia, de ojos azules, con linaje respetable y un expediente intachable. Una candidata sorpresiva, pero ideal, con ese toque a Cenicienta. Esto, no solo porque su hermana mayor había tenida una relación con Carlos años antes, sino también porque Diana había pasado tres años trabajando de empleada en la casa de Sarah, donde limpiaba pisos y platos, además de lavar la ropa por 1,3 euros la hora.
Todo parecía sacado de una película, incluso su historia como pareja. Diana confesó que solo había visto a Carlos 13 veces desde que empezó el cortejo hasta su boda en 1981. Pero la futura princesa supo sortear todas las pruebas y obstáculos que aparecieron en su camino al altar.
El 29 de julio de 1981, con una boda vista por 750 millones de personas, Diana y Carlos ponían el broche final al cuento de hadas. A sus 20 años recién cumplidos, Diana escogió a los diseñadores emergentes David y Elizabeth Emanuel para vestirla el día de su boda y diseñar el vestido de princesa perfecto para la época. Y fue ella quien insistió en las mangas voluminosas, sedas flotantes, una cola de tafetán de casi 8 metros, cintura ceñida y el encaje bordado con perlas y lentejuelas. Es más, David contaría mucho después que Diana y él buscaban reventar el récord preexistente de cola más larga en una boda de la realeza. La princesa pasó tanto estrés durante los preparativos que perdió hasta 13 centímetros de cintura.
Décadas después, ya en tierra derecha al divorcio, Diana calificaría ese 29 de julio de 1981 como “el peor día de mi vida2 , revelando que se sentía “un cordero rumbo al matadero”.
Rompiendo tradiciones
Diana y Carlos fueron los primeros royals británicos en abandonar la anticuada promesa de “obedecer” en sus votos. Además, se casaron en St Paul’s Cathedral, Londres, en vez de la más tradicional Abadía de Westminster. Y aunque Carlos se olvidó de sellar sus votos con un beso, el príncipe lo compensaría después con una nueva tradición: besarse en público desde el balcón del Palacio de Buckingham.
Camilla Parker Bowles
Tina Brown, exdirectora de Vanity Fair y biógrafa de Diana, contaba que Diana sabía perfectamente los sentimientos que Carlos tenía por Camilla. Y antes de la boda, descubrió una pulsera en la que Carlos había encargado una inscripción para Camilla, lo que le rompió el corazón. Carlos la invitó a la boda, sin embargo, Diana la restringió del desayuno nupcial celebrado en el palacio de Buckingham.
Errores o señales
El maquillador de Diana reveló años después que la princesa roció accidentalmente el vestido con perfume, dejando una mancha que la novia tapó con la mano durante la ceremonia. Al pronunciar los votos, Diana cambió el orden del nombre del novio, y dijo “Felipe Carlos”, en vez de “Carlos Felipe”. Pero el príncipe también fue víctima de los nervios y Carlos en vez de ofrecerle “mis bienes materiales”, le ofreció “tus bienes”.
Seguridad excesiva
Según el New York Times, la operación para garantizar la seguridad antes de la boda real, incluyó desde el registro de las alcantarillas y llenar la ciudad con perros, hasta francotiradores en los techos. Algo que le costó millones de euros y que incrementó bastante la cuenta final del matrimonio del siglo.