El 8 de septiembre de 2022 el mundo despidió a la reina Isabel II, la monarca más longeva de la historia británica. Tres años después, su ausencia sigue sintiéndose en la política, en la cultura popular y también en la moda. Porque Isabel no solo fue jefa de Estado durante siete décadas, también creó un lenguaje visual inconfundible: un estilo que se convirtió en sinónimo de tradición, constancia y modernidad a su manera.
Más que tendencias, la reina cultivó una estética propia. Sus elecciones no buscaban sorprender, sino comunicar: visibilidad, cercanía y coherencia. En tiempos donde la moda se acelera, su closet nos recuerda que el verdadero estilo está en la consistencia.
Su teoría era simple: “Debo ser vista para ser creíble”. Por eso sus abrigos y vestidos en tonos fucsia, verde limón o azul eléctrico la hacían destacar en cualquier multitud. El vestuario se transformaba en herramienta diplomática.
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No solo eran colores fuertes, sino un uso impecable del monocromo. Abrigo, sombrero, guantes y cartera en el mismo tono, generando una silueta pulida y coherente que se volvió su sello.
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El collar de tres vueltas de perlas fue quizás su accesorio más constante. Lo llevaba tanto en actos oficiales como en momentos más íntimos, proyectando sobriedad y elegancia atemporal.
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Cada aparición pública estaba acompañada de un sombrero perfectamente coordinado, muchas veces con flores o detalles geométricos. Eran pieza clave de su comunicación visual.
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Desde la amapola del Remembrance Day hasta joyas con historia familiar, los broches no eran solo adornos: hablaban de memoria, afectos y diplomacia silenciosa.
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La pequeña cartera de la marca británica Launer fue inseparable de su imagen. No era solo accesorio: la usaba incluso como “código secreto” para su equipo (si cambiaba el bolso de mano, significaba que quería terminar la conversación).
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Isabel II nunca fue una “fashionista” en el sentido moderno, pero entendió mejor que nadie el poder de la imagen. Su closet fue uniforme y armadura, pero también un gesto de cercanía. Hoy, tres años después de su partida, su estilo sigue vivo: replicado en pasarelas, estudiado en series como The Crown y recordado por generaciones que vieron en ella mucho más que una reina: un ícono cultural eterno.