El lunes de Pascua, el mundo despertó con la noticia que marcará un antes y un después en la historia reciente de la Iglesia Católica: la muerte del Papa Francisco a los 88 años.
A las afueras del Vaticano, miles de fieles rezan y esperan. Pero al interior, las puertas se cierran y comienzan los ritos más antiguos, solemnes y secretos del catolicismo. Porque cuando muere un Papa: se detiene un sistema y renace otro.
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Entre los protocolos más simbólicos está la destrucción del Anillo del Pescador, la joya que por siglos ha sellado cartas, documentos y devociones. Así, un martillo será utilizado para destruir el anillo del papa Francisco, y hay una razón de peso detrás de este gesto.
La ceremonia, íntima y cargada de simbolismo, estará a cargo del Camarlengo, el cardenal Kevin Joseph Farrell, nombrado por el propio Francisco. Hijo de una familia trabajadora irlandesa, Farrell ha llegado a ser una de las figuras más influyentes del Vaticano.
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El anillo papal, diseñado por orfebres del Gremio Romano de Orfebres, es una pieza única, imposible de replicar. La joya se lleva tradicionalmente en la mano derecha del pontífice, en el dedo anular, y era frecuentemente besada por los fieles que tenían la oportunidad de encontrarse con él.
Sin embargo, tras la muerte del Papa, se destruye con un martillo y se deposita en el ataúd, junto a un rosario. La razón es tan práctica como poderosa: evitar falsificaciones. Históricamente el anillo se usaba para sellar cartas con cera y marcar documentos con el sello oficial del Papa, por lo que su destrucción evita cualquier intento de falsificación.
Otro detalle que no pasa desapercibido es el protocolo funerario. Aunque la tradición dicta que los papas deben ser sepultados en tres ataúdes: uno de madera, otro de plomo y un tercero también de madera.
Sin embargo, el Papa Francisco, fiel a su estilo austero, pidió que se utilizara solo uno: un sencillo ataúd de madera, forrado en zinc y sellado por varios oficiales del Vaticano.
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Antes de cerrarlo, se cubrirá su rostro con un paño blanco. Y se incluirán una bolsa de monedas acuñadas y una página que resume su pontificado. Como cierre espiritual, se entona el Salmo 42: “Como la cierva sedienta busca el agua de los ríos, así mi alma te busca a ti, Dios mío”.
Pero no todo termina con el funeral. Tras él, se inicia el período conocido como sede vacante, un limbo entre dos pontífices que debe resolverse en no más de 20 días. Durante este tiempo, el mundo observará con atención los movimientos de los 120 cardenales que participarán del cónclave, el encuentro que decidirá al nuevo líder espiritual de más de mil millones de fieles.