Reportajes

La hija de Gisèle Pelicot saca la voz

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La hija de Gisèle Pelicot saca la voz

POR equipo velvet | 17 marzo 2025

Por Camila Bustamante Fotos Grosby Group

“Y dejé de llamarte papá” es un revelador testimonio sobre el caso francés que conmocionó al mundo. En él, Caroline cuenta cómo enfrentó el descubrir que su padre sometió a su esposa a la sumisión química por años, para que desconocidos abusaran de ella. Todo, mientras la familia vivía una vida ordinaria sin sospechar lo que ocurría en la intimidad.

“Nadie mide el precio de lo banal hasta que lo pierde”. Con estas palabras Caroline Darian (seudónimo de Caroline Peyronnet), hija de Gisèle Pelicot, comienza parte del relato que devela cómo fue enterarse de que su padre drogaba a su madre para que otros hombres abusaran sexualmente de ella.

El caso que conmocionó al mundo contado desde el testimonio de la hija de la víctima y el abusador, llega a librerías chilenas y nos posiciona en un lugar íntimo y privilegiado para conocer esta historia desgarradora.

El libro “Y dejé de llamarte papá” −publicado en francés en 2022− comienza con el descubrimiento de los hechos en noviembre de 2020 y abarca hasta fines de 2021, cuando se estaba preparando la causa. En diciembre de 2024, Dominique Pelicot fue condenado a 20 años de cárcel.

LA LLAMADA

Un día como cualquier otro, Caroline Darian recuerda que recibe una llamada con una noticia que estalla como una bomba. Su padre había quedado bajo custodia policial luego de ser descubierto grabando bajo las faldas de unas mujeres en el supermercado. Comienza a ser investigado por la policía y se descubre que, a lo largo de una década, ha drogado y promovido que decenas de hombres violaran a su madre mientras él filmaba las agresiones. Durante la investigación, la protagonista se entera, además, que también ella podría haber sido víctima de su padre.

Caroline Darian cuenta que el punto de inflexión fue tan violento, que solo pudo percibir los reflejos “como una piedra afilada”, con fragmentos que arañaron su conciencia sin darse cuenta del alcance de su destrucción.

A través de su relato vemos cómo la vida puede cambiar de un momento a otro y que el abuso puede estar más cerca de lo que pensamos. En nuestra propia casa.

“El abuso sexual es una bomba atómica en las familias donde se cometen”, indica José Andrés Murillo, director de Fundación para la Confianza.

El experto explica que las víctimas sufren doblemente el peso de haber sido víctimas al tener que hablar, develar y generar un relato en contra de quienes han estado a su cargo. “Incluso puede haber cariño, puede haber respeto, puede haber amor hacia la figura agresora”, postula.

Esto es precisamente lo que vivió Caroline.

El domingo 1 de noviembre de 2020, Caroline publicó una foto de su hijo en Facebook. El abuelo, Dominique, respondió cariñosamente. Este fue el último contacto que la protagonista tuvo con su padre. Sin existir amenaza alguna, al día siguiente todo cambió.

A las 20.25 del 2 de noviembre de 2020 la hija de Pelicot recibió el llamado de su madre: “Caro, tu padre está en prisión preventiva desde esta mañana, y no podrá volver a salir. Lo van a encarcelar”.

El padre y abuelo cariñoso perdió ese título para siempre. “Tu padre me drogaba con somníferos y ansiolíticos”, le explicó Gisèle Pelicot a su hija. “Y eso no es todo. Tu padre también invitaba a hombres a casa cuando yo estaba inconsciente en nuestro dormitorio. He visto varias fotos mías. Dormida, tumbada boca abajo y en mi cama, con hombres diferentes cada vez, todos desconocidos”.

En pocos párrafos, Caroline Darian logra traspasar la desesperación de ese momento. La pérdida de control. La ironía. Ese abuelo que horas antes dejaba un mensaje cariñoso ahora era un desconocido que divaga en recuerdos de infancia.

“Te recuerdo al volante del Renault 25 negro, demasiado cargado, cuando nos íbamos de vacaciones. Contabas chistes, ponías a Barry White y marcabas el compás del estribillo con la cabeza, tan excitado como nosotros, los niños, que íbamos apretujados atrás. Esa imagen feliz acaba de hacerse añicos. A partir de ahora eres un organizador de orgías, además de un terrible mentiroso”, relata la protagonista en su libro.

Luego del shock vino la incertidumbre. La impotencia por no haber hecho nada por la mamá. “Yo no vi nada, no sospeché nada. Ni ella tampoco. Ni rastro, ni el más mínimo atisbo”, indica Caroline.

Las únicas señales que tuvo la familia fueron los constantes episodios de desorientación de Gisèle. Quizás fueron suficientes, pero es que esta posibilidad no estaba en la cabeza de nadie.

“Recuerdo nuestras conversaciones telefónicas, cuando mi madre estaba desorientada o parecía divagar. Sus ausencias nos preocupaban. Nosotros, sus tres hijos, vivimos a más de setecientos kilómetros de ella. Incluso habíamos pensado en un principio de Alzhéimer. Mi padre le restaba importancia. Solía decir: ‘Vuestra madre no sabe cuidarse, siempre está de aquí para allá, es hiperactiva, es su forma de gestionar el estrés’”, recuerda la protagonista.

A medida que pasaba el tiempo, los síntomas se multiplicaron e hicieron que Gisèle fuera perdiendo autonomía. Vivía con miedo a sufrir un derrame cerebral. Pero nadie se dio cuenta que había algo más. Ni siquiera los tantos médicos que la trataron.

Si a Dominique Pelicot no lo hubiesen pillado infraganti, nadie hubiese llegado al material que lo delataba. Porque los recuerdos de Gisèle estaban totalmente bloqueados. Y esto, que para muchos puede ser cuestionable, los expertos coinciden en que es más común de lo que parece y ocurre con eventos traumáticos como el abuso sexual.

LA VERGÜENZA CAMBIA DE BANDO

“Durante mucho tiempo las víctimas han cargado el peso de la vergüenza, del silenciamiento, de la injusticia con rostro de justicia procesal, donde es difícil probar, hablar, donde incluso el juicio está centrado en la responsabilidad del agresor y la víctima para eso es un medio de prueba”, explica José Andrés Murillo.

En ese sentido, Gisèle Pelicot ha despertado admiración en todo el mundo al optar por un juicio público. Un juicio en el que su hija Caroline testificó y con el que ambas han contribuido a que la vergüenza ya no caiga del lado de las víctimas, sino que, al fin, se dirija hacia los agresores.

El pararse frente al estrado y enfrentar al agresor implica una fuerza indescriptible. Según José Andrés Murillo, cuando se presenta abuso en el ámbito familiar, muchas veces las víctimas sienten que si hablan, el agresor va a verse perjudicado, y eso genera culpa y vergüenza.

“Hay muchas razones para que las víctimas se silencien en casos de vulneración en la esfera de la sexualidad. Que la sociedad empiece a abrir un poco la mente y darse cuenta de que estas cosas ocurren ya es un paso. A las víctimas a veces se les cree y a veces no se les cree, no dependiendo de la experiencia, sino dependiendo del poder del agresor”, comenta el director de Fundación Para la Confianza.

Caroline Darian es una víctima que decidió sacar la voz. De cierta manera, toda la familia terminó convirtiéndose en víctima de Dominique, pero al mismo tiempo, en el pilar que impulsó a la autora a poner luz sobre la realidad de la sumisión química en el ámbito doméstico. Por lo mismo fundó la asociación #MendorsPas: Stop à la soumission chimique («#NomeDuermas: Stop a la sumisión química») para luchar por un mejor apoyo integral a las víctimas y la formación sistemática de todos los profesionales implicados.

De acuerdo a Murillo, una de las condiciones más importantes para prevenir, detectar, intervenir y acompañar es saber que la realidad que se está abordando existe. Y la forma en que se hace es hablando. Bajo esta lógica, este libro es un aporte. Y a pesar de ser estremecedor, es de lectura rápida y digerible para el lector. Es valiente. Imperdible. Y un deber para la sociedad.

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