De un tiempo a esta parte es común ver en la ficción, tanto televisiva como cinematográfica, una suerte de gran fresco acerca de cómo viven las clases altas. No se podría hablar de lo conocido como “el secreto encanto de la burguesía”, porque en todos estas historias, encanto hay poco. Quizás podríamos titular esta nota como “Los ricos también lloran” (y sufren, y lo pasan mal porque se-lo-tienen-merecido-por-ser-ricos, podrían decir los guionistas de estas series y películas). Algo de eso hubo en Big Little Lies, es central en The White Lotus, por cierto lo vimos en la ganadora del Oscar, la coreana Parasite y es el leit motiv de la mejor serie de los últimos años: Succession; podemos incluso verlo en Bad Sisters y recientemente en la secuela de Knives Out, Onion Glass en Netflix.
Ruben Östlund es un cineasta sueco que ha hecho de la provocación su arma de batalla dentro de la industria del séptimo arte, Fuerza Mayor fue un drama muy premiado en 2015 y con The Square, haciendo una ácida crítica al mundo del arte, se hizo de un polémico premio mayor en la versión del Festival de Cannes en 2017. Este año, el jurado del festival de la costa francesa más reputado del mundo le volvió a conferir el premio mayor, esta vez por El Triángulo de la Tristeza. La película que hoy nos convoca.
¿Y por qué estamos hablando de ella y nos debería importar? Porque en una curiosa e inusual jugada, esta película protagonizada por Woody Harrelson y un grupo de actores europeos, se logró meter entre las 10 nominadas a Mejor Película en los próximos Oscar que se celebrarán el 12 de marzo. Y no solo en una, sino en tres categorías: Mejor Director y Mejor Guión Original, ni más ni menos fueron las otras dos por las que está en competencia. Y se sabe que lo de Cannes no siempre dialoga bien con la Academia de Hollywood, pero acá sucedió la excepción y El Triángulo de la Tristeza se suma a esta ola de productos audiovisuales que colocan a las élites y a la burguesía, como la causa de todos los males. Los descuera, los mira con recelo y los humilla. Todo eso y más hace esta película a lo largo de sus dos horas y media de duración.
El filme se divide en tres actos. El primero es, de partida, desopilante. Se encuentra un grupo de modelos con el torso descubierto esperando por un casting y hay un coordinador con ellos que se divierte con ellos y los manda a poner cara seria o cara sonriente, dependiendo de la marca o casa de modas a la que posarían. La alta costura te exige un rictus serio, casi agresivo. Las marcas de ropa fast fashion, con los consabidos hashtags a favor del cambio climático, suelen pedirle a sus modelos una sonrisa. Como ya se puede ver, desde el primer momento hay ironía y crítica a la cultura de la moda. Y es que los dos personajes principales de este filme son una pareja de modelos, ella bastante más exitosa que él, que se lo pasan haciendo selfies de comida pero no comen nada, que discuten por cuál de los dos paga la cuenta y que en su calidad de influencers son invitados a un viaje de lujo junto a millonarios que han hecho su fortuna en causas no muy enaltecedoras y ahí es donde ocurrirá el segundo acto.
Juntar a este grupo de personajes en una embarcación será la excusa para diseccionar, mofarse e humillar a este grupo que hace todo el mérito para que eso ocurra. Hay conversaciones y deseos expresados de lo más extravagantes. Ruben Östlund busca y consigue ridiculizar a toda esta casta de personas aburridas, snobs, muchas con plata pero con muy poca clase, y lo hace con situaciones de humor negro, extremadamente ácidas a ratos, pero que en la suma comienzan a sentirse como ideas repetitivas y de tan explícitas, terminan siendo de grueso calibre. El clímax de este segundo acto es el claro ejemplo de esto. Una comida en honor al capitán del barco, todo dentro de una tormenta, el barco se mueve de manera furiosa y esta gente come platos sofisticados y que, como podemos imaginar, terminan de la peor manera posible. Una secuencia de vómitos y excrementos excesiva, delirante y por momentos, innecesaria.
Llama la atención que una película de este tipo haya sido contemplada dentro de las mejores del año por la Academia. Quizás había que cumplir con la cuota de cine-de-calidad-europeo, para dejar en evidencia que contemplan las producciones de todas partes del globo. Y es que aunque sea una película fácil de ver y de seguir, su resultado final es bastante irregular y queda expresado en un tercer acto donde nuestros protagonistas, o los que van quedando, terminan varados en una isla desierta, donde tienen que sobrevivir y, paradójicamente, estar a las órdenes de una persona absolutamente a la inversa en la línea de mando que este tipo de gente en el mundo real suele escuchar, mirar y menos reconocer. Todo este pedazo del filme, que cubre fácilmente su última hora, se vuelve extenso y sin una brújula tan clara.
Con sus excesos e irregularidades, El Triángulo de la Tristeza es una película que tiene su valor. Hay una crítica, un humor, un desparpajo y un riesgo que no vemos usualmente en la gran pantalla. Pudo ser más sofisticada y aguda en su crítica y en su humor, sí. ¿Merece estar en el grupo de las mejores para el Oscar? Eso lo dejamos a la opinión de cada uno.
El Triángulo de la Tristeza se estrena el próximo jueves 23 de febrero en salas de cine y tendrá este fin de semana unas funciones de preestreno en la cadena Cineplanet.