En plena pandemia, la serie de Netflix Emily en Paris se convirtió en motivo de evasión y escapismo para millones de personas y elevó a su protagonista al estrellato mundial. El rostro de Lily Collins entró en casi 60 millones de hogares de todo el mundo en uno de los peores momentos de la pandemia. Estamos hablando de octubre de 2020.
Quizás para los más serios, sintieron que esta nueva creación televisiva era de una superficialidad supina, frívola y estereotipada al extremo, pero lo cierto es que Darren Star, creador de este éxito como también lo fue de Sex and the City, y que narra las andanzas de una veinteañera norteamericana ejecutiva de marketing inserta en la capital francesa, logró convertir a esta ficción en un éxito astronómico, y que de paso convirtió a Lily Collins en un ícono pop y fashion instantáneo.
Denominado placer culpable -aunque ya no estemos para culpabilidades- la clave del éxito según Lily fue justamente su falta de pretensiones. Emily in Paris no refleja la realidad, ni lo intenta ni lo promete. De hecho, ni siquiera se menciona al COVID-19 en la historia. “La serie te permite sentir que estás viajando y compartir la experiencia de vivir en Francia con la protagonista. Es divertida, pop y te ayuda a evadirte. Ese es el tipo de contenido que a todo el mundo le gusta ver”, resume la actriz.
Hoy Lily no está en París. Está en su casa en Los Ángeles, sin maquillaje, probablemente con el pelo suelto y sin los elaborados outfits que luce en la serie. Un personaje que ha logrado construir a punta de clichés: boinas, labios rojos y con un croissant bajo el brazo. Pero que no por eso la hace menos encantadora.
Y es que Lily al igual que Emily también padeció las complicaciones de vivir en un país extranjero. Aunque nació en el Reino Unido, se mudó con cinco años a California y su capacidad para saltar del acento británico al estadounidense, ha sido determinante para construir una carrera a ambos lados del Atlántico.
Sus raíces europeas, sin embargo, no han hecho que los viajes a París sean un evento simple. Sobre todo en plena pandemia y teniendo que organizar una boda a 9 mil kilómetros de distancia, como la que celebró el 4 de septiembre de 2020 con Charlie McDowell, hijo del actor británico Malcolm McDowell.
En la ocasión, Lily vistió un modelo Ralph Lauren que mezclaba la estética victoriana con aires del lejano oeste norteamericano. Cuenta que en plenas grabaciones en París: “hacía Zoom con la wedding planner a horas extrañísimas y entre medio de los descansos de la filmación. Tomaba el teléfono e intentaba escoger servilletas o detalles así. Era raro, pero me ayudó a combatir el estrés de grabar en plena pandemia”, cuenta.
No es la primera vez que Collins tenía la cabeza en Los Ángeles y los pies en París. Durante el rodaje de la primera temporada de la serie, la actriz viajó un par de veces de ida y vuelta a la costa este norteamericana por menos de 24 horas. La excusa merecía la pena: participar en los ensayos y pruebas de vestuario de Mank, la película dirigida por David Fincher y en la que, finalmente, compartió pantalla con Gary Oldman, alguien que conocía de hace mucho tiempo. “Gary me conoce desde la grabación de Drácula cuando yo tenía dos años”, recuerda.
El padre de la actriz, el músico Phil Collins, participaba en Hook, que se rodaba en los mismos estudios. Años después, en 2018, volverían a encontrarse en la gala del MET. “Me acerqué y le dije que le admiraba mucho. Y finalmente terminé interpretando a una mujer que admira y respeta al personaje que él interpreta. Así que fue genial tener esta historia en común. Solo sentarme y verle actuar o recibir las indicaciones de Fincher fue como una clase magistral de interpretación”, confiesa.
Antes de Emily in Paris, Lily había interpretado a la trágica Fantine en la adaptación de Los Miserables que produjo la BBC en 2018. “Mis amigos siempre bromeaban diciéndome: Por favor, ¿puedes hacer algo divertido de ver?. Y la verdad es que soy muy introspectiva y me encanta estudiar la psicología humana y el comportamiento de las personas especialmente emocionales, así que para mí siempre han resultado muy interesantes los personajes que se enfrentan a grandes luchas y exploran el equilibrio de fuerza y vulnerabilidad”, explica Collins.
También participó en Hasta los huesos, que narra la historia de una joven que sufre anorexia, una enfermedad que Collins sufrió y sobre la que escribió abiertamente en una antología de ensayos publicada en Unfiltered: No Shame, No Regrets, Just Me. Donde la actriz cuenta cómo la separación de su padre, el cantante Phil Collins, de su entonces madrastra le hizo sentir que perdía el control de su vida teniendo solo 16 años.
En esa misma época, Collins —que escribía para Teen Vogue y Elle Girl— coordinaba sus estudios con dos carreras paralelas en las que el físico resulta esencial: modelo y conductora de televisión; la hoy actriz fue notera del canal Nickelodeon, donde cubrió las elecciones presidenciales de 2008. Los desórdenes alimenticios siguieron hasta que era veinteañera.
“Escribir el libro fue algo terapéutico y formó parte de un proceso de curación, pero también fue una oportunidad para animar a otra gente a hablar de su problema. Y me siento muy orgullosa cuando alguien, como me sucedió en París durante este último rodaje, se acerca y me cuenta que, gracias a él, ha reunido el valor para pedir ayuda. Cuando eres adolescente, sientes que estás solo y que a nadie le pasa lo mismo que a ti, por eso es importante normalizar la conversación sobre los desórdenes alimenticios. Además, este libro es también un recordatorio constante de que no estoy sola, que no estamos solos”, cuenta.
“Las redes sociales son hoy, en su opinión, un arma de doble filo en ese juego de espejos entre la imagen proyectada y la autopercepción. Es divertido usar filtros y mostrar las cosas bonitas, pero esto genera unas expectativas muchas veces inalcanzables. Personalmente, estoy muy agradecida de haber podido crecer y equivocarme sin miedo a ser grabada y posteada, y de que las redes sociales llegasen a mi vida cuando estaba segura de mí misma y consciente de mis límites. Por un lado, soy una persona muy abierta a la que le encanta compartir cosas, y, por otro, doy mucho valor a la privacidad”, dice la actriz a modo de declaración de principios y contando con 24 millones de seguidores en Instagram.
La actriz asegura que la fama no le impide hacer una vida normal. Aprendió a gestionarla observando a su padre, Phil Collins, el músico británico que ha vendido más de 150 millones de discos, poseedor de un Oscar y de siete premios Grammy. “Me enseñó que puedes tener una gran crítica y después cinco meses de malas reseñas, pero que debes confiar en ti, ser honesto y tener el valor de salir ahí fuera y exponer tu trabajo encontrando el equilibrio entre las subidas y las bajadas, los pros y los contras, tu dimensión como figura pública y tu vida privada”.
Hoy, todos los ojos están encima de ella. El éxito de Emily in Paris la ha llevado a convertirse en embajadora de dos grandes marcas como Lancôme y Cartier. Acaba de terminar de filmar Gilded Rage a las órdenes de su marido, con un elenco donde comparte roles con Jake Gyllenhaal, Christoph Waltz y Bill Skarsgård. Cuenta que actualmente está concentrada en la renovación y la decoración de su casa y que está probando en la producción audiovisual. Mientras muestra uno de los mensajes de sus tatuajes que la dibuja ciento por ciento: “True delicacy is not a fragile thing” (la verdadera delicadeza no es una cosa frágil).