Al término del rodaje de Los Otros, Nicole Kidman volvería a casa y firmaría su divorcio con Tom Cruise. La película de Alejandro Amenábar se sumaría a la trilogía de la ruptura y éxito de la actriz australiana. Ojos bien cerrados, Moulin Rouge! y Los Otros, (y eso que no contamos Las Horas), marcan una época bastante bipolar para la actriz: un arco temporal y fílmico que dibuja un periodo de crisis personal y de esplendor creativo, que la convirtió en la figura cinematográfica que es hoy. La vida te da y te quita, dicen por ahí.
En septiembre de 2001, cuando la ola de Scream y todas esas sagas de asesinos en serie de adolescentes había bajado (entiéndase Sé lo que hicieron el verano pasado, Destino final, Leyenda urbana y más) y que sirvieron de falso semillero para tantos ídolos cinematográficos que poca trascendencia tuvieron, y antes de los remakes de películas de terror japonesas tipo El Aro, o de esas sagas escatológicas y excesivas como Saw y Hostel, se estrenó una película, en apariencia bastante quitada de bulla, cuya trama se centra en una mansión embrujada. Una historia a todas luces clásica, a la antigua, acerca de un lugar donde vivos y muertos conviven. Lo fascinante es que como público, no sabíamos quién era quien.
En su momento fue injustamente comparada con El sexto sentido de M.Night Shyamalan. Y digo injustamente, porque si bien tienen un hilo conductor “en común” sobre un niño que ve gente muerta, la trampa en la película de Shyamalan es muchísimo más evidente y avisada, que el trabajo sofisticado y sutil que realiza Amenábar, con esto que resuena más a la novela de Henry James Otra vuelta de tuerca, o a La mansión de Hill House, basada en una historia de Shirley Jackson y llevada hace relativamente poco tiempo en formato miniserie vía Netflix.
De hecho el guion de Los Otros, Amenábar lo llevaba trabajando cuatro años antes que el de El sexto sentido, comenzándolo a escribir durante su época de estudiante universitario. Recién a los 29 años pudo estrenar esta historia, que lo llevó a ganarse el Goya a Mejor Película del año, un premio inédito entregado al cine español pero por primera vez otorgado a una película hablada enteramente en inglés, en una historia que bebe del relato gótico tradicional, llena de elementos que ya habíamos visto antes pero contados de distinta manera. Y con una Nicole Kidman en estado de gracia, que nos hace recordar a Ingrid Bergman, construyendo a una anti heroína que se mueve entre la soledad y el pavor, junto a dos hijos pequeños, en una casa señorial supuestamente ubicada en Jersey, la más grande de las islas del Canal Inglés, durante 1945, al final de la 2da Guerra Mundial, pero ella no sabe nada de su marido perdido en algún campo de batalla.
En realidad, la película se filmó en la ciudad española de Santander, Cantabria. Y Alejandro Amenábar construye un relato de luces y sombras, a partir del pie forzado que cuenta: los dos pequeños hijos con los que vive Grace (Kidman) sufren de fotofobia, por tanto está totalmente prohibido iluminar la casa y menos dejar entrar la luz del sol. Esta será la excusa perfecta para echar a andar todos los miedos y temores, sumados a un trío de sirvientes de extraña apariencia y personalidad. Y esta mujer interpretada por Nicole Kidman, con evidente desorden emocional y con una ansiedad por sus hijos que ellos mismos le llegan a temer, sumado a unos ruidos, gritos, susurros, todo muy sutil pero a la vez perturbador, que estos personajes comienzan a sentir y a convencerse de que existe una presencia extraña en la casa.
Alejandro Amenábar, con recursos tan delicados como elegantes, nos hace pisar el palito. Un giro en la trama que es maestría en estado puro nos hace saltar del asiento. Un engaño maravilloso, sorpresivo y aterrador que, con la parsimonia y hasta cierta ternura que nos produce el relato, nunca vemos venir. Un susto que, como aquellos con los que antaño provocaba el maestro Alfred Hitchcock con su cine, no olvidaríamos más.
Con una actuación monumental y con una estatura de diva clásica: pétrea, contenida y cautivadora, Nicole Kidman se consolida acá como una gran intérprete. Aunque había coqueteado con el thriller con la inquietante To die for de 1995, no es hasta The Others que la actriz no se sumergía con total autoridad con el cine de terror más clásico. Tres años después, incursionaría en otra obra maestra: Birth de Jonathan Glazer, ganándose también bastantes alabanzas.
Alejandro Amenábar, por su parte, venía de sumergirnos en realidades paralelas con Penélope Cruz de protagonista en Abre los ojos, la que incluso tuvo su remake con Tom Cruise y la propia Penélope en la fallida Vanilla Sky, pero que con Los Otros se consolida como el realizador más prometedor de España en el mercado anglo después de Pedro Almodóvar. Este año se cumplen 20 años de esta historia de fantasmas, un cruce entre el melodrama y el horror, una fábula de encierro familiar pavorosamente tierna con una justificación bastante macabra. La gracia de Amenábar en Los Otros es que todo esto se nos revela en completa quietud, con un entero control del relato, una mano en la dirección que siente total confianza y paciencia con la historia que está contando. Los Otros no necesita atropellarnos a golpes de efectos, quizás sea un notable ejemplo de lo que el cine de terror debiera ser.