Desde hace años que la bioquímica húngara trabaja en el ARN mensajero, el que ha hecho posibles las vacunas de Pfizer y Moderna contra el Covid-19. Como inmigrante, dicha obsesión, no solo puso en peligro su puesto de profesora en la Universidad de Pensilvania, sino también, puso en peligro su visa de residente en Estados Unidos. Hoy su nombre recorre el mundo entero, pero Kariko lleva cuarenta años trabajando en favor de la ciencia.
A sus 65 años es la personas tras la vacuna más esperada, pero sus primeros pasos en la ciencia comenzaron cuando tenía apenas 23 años en el Centro de Investigaciones Biológicas de la Universidad de Szeged. Y pasó gran parte de la década de los 90 buscando fondos para su investigación sobre el ARN, precisamente.
¿Por qué la doctora le daba tanta importancia? La investigadora creía que el ARN mensajero podría ser la clave en el tratamiento de enfermedades como, por ejemplo, el tejido cerebral después de haber sufrido un accidente cerebrovascular. Esto debido a la capacidad de estas moléculas de dar a las células instrucciones para fabricar, por sí mismas, proteínas terapéuticas. Esto evita la modificación del genoma de las células.
Sin embargo, solo recibía rechazo ante sus solicitudes.Además, en ese tiempo la bioquímica Katalin Karikó no tenía visa de residente y necesitaba un trabajo para permanecer en Estados Unidos. Aún así continuó con su investigación, pero los problemas económicos no eran los únicos. El estudio en sí provocaba fuertes reacciones inflamatorias, ya que el sistema inmunológico lo consideraba un intruso.
Ya en 2005 su nombre, y el de su socio Drew Weissman, comenzó a hacerse conocido. Y con pequeños cambios lograron hacer el ARN mensajero más “amigable” para el organismo. Pero los resultados de su investigación no se hicieron públicos sino hasta el 2015. Y cinco años después su obsesión con el ARN fue clave para una pandemia inesperada dando esperanza a la humanidad.
El día que se confirmó la eficacia de la vacuna de los laboratorios Pfizer y BioNTech, su trabajo de años cobró sentido real y esencial.
“¡Redención!, pensé, y empecé a respirar muy fuerte. Estaba tan emocionada que sentí que me iba a morir”, comentó la bioquímica a The Telegraph.
Pasó casi cuarenta años investigando en las sombras y con escasos recursos, arriesgando incluso su residencia, pero hoy hay quienes ya hablan de la próxima premio Nobel de Bioquímica.