A principios de este mes se cumplieron tres décadas desde aquel trágico accidente que cambiaría la vida de Carolina de Mónaco para siempre. El 3 de octubre de 1990 el empresario italiano murió en Saint-Jean-Cap-Ferrat, la península situada entre Cannes, Montecarlo y Niza, donde defendía su título de campeón mundial de la fórmula 1 del mar. Casiraghi, a sus 30 años, murió casi al instante, y Carolina se encontraba en París.
Ese día, tres niños perdieron a su padre, y una esposa perdió al que aseguran fue “el amor de su vida”, y para muchos, también perdió el brillo en sus ojos. La tragedia golpeaba una vez más la vida de la princesa, quien años atrás había sufrido la pérdida de su madre Grace Kelly, en un accidente automovilístico. En ese momento, Carolina se repuso y apoyó a su padre en el duro momento familiar. El día que murió Stéfano, los papeles se invirtieron y fue el príncipe Rainiero quien sostuvo a su desolada hija y tuvo que explicarle a sus nietos lo ocurrido con su padre.
Stéfano Casiraghi trajo a la tranquilidad a la vida de la hija de Grace Kelly, dejando atrás la rebeldía y un frustrado (y corto) primer matrimonio. Se conocieron en 1983, un año después de la muerte de su madre y tres desde su divorcio de Philippe Junot y uno tras la muerte de su madre. Dicen que fue amor a primera vista, y no tardaron en organizar la boda que llegaría tan solo seis meses después y con Carolina embarazada de su primer hijo.
Cualquier duda que hubiese existido ante la rapidez del compromiso, quedó en el olvido tras la felicidad de la pareja y la familia que confirmaron junto a sus tres hijos: Andrea, Charlotte y Pierre. Sus cercanos lo describen como un hombre muy culto y elegante, pero divertido y generoso a la vez. Y para quien la familia era un valor esencial en la vida. Stéfano se ganó la confianza de los Grimaldi, algo que no era una tarea fácil.
A sus 30 años, el italiano era un aficionado por los deportas, y al día de su muerte había ganado 12 de las 80 carreras de offshore (fórmula 1 del mar) en las que participó. E incluso ganó el campeonato del mundo en Atlantic City en 1989.
En junio de 1984 llegaría su primer hijo, Andrea, y dos años más tarde legaría Charlotte. En 1987 nació Pierre, el pequeño que disfrutó tan solo un par de años a su padre, y el que guarda el mayor parecido. Padre e hijo comparten rasgos físicos, una elegancia innata e incluso su estilo a la hora de vestir. Pero el paralelismo va más allá, Pierre y Stefano tienen en común los estudios, la profesión y el amor por el mar.
Luego de su muerte, la alegría que se había vuelto la estampa de la pequeña familia se esfumó rápidamente. Carolina de Mónaco se centró en sus hijos y se recluyó en Saint-Remy, en la Provenza. Y desde entonces los medios comenzaron a hablar de la bella princesa sin brillo en los ojos. Un gran amor que la vida le arrebató y que le costó años de una profunda tristeza.
Más tarde tendría un romance con el actor Vincent Lindon y años después se volvió a casar con el príncipe Ernesto de Hannover, con quien tuvo a su cuarta hija, Alexandra. Más, esa historia tampoco sería definitiva, y más allá de lo que digan los papales, dicho matrimonio se acabó en 2009.
Poco antes de morir, Stéfano Casiraghi le confesó al periodista italiano Franco Bartolini que pensaba retirarse de las carreras. “En el momento del accidente iba muy rápido, y creo que era porque quería ganar una última vez”, aseguró Bartolini tras la tragedia.
Un gran amor, con un trágico final.