Cinco días, 13 personas con diabetes 1, más de 50 kilómetros de trekking y el valle de Cochamó como escenario. En este viaje, no sólo recorrimos uno de los rincones del sur de Chile conocido como el Yosemite de Sudamérica, sino que también vivimos la experiencia desde la diabetes. Hacer deporte es el mejor aliado de cualquier persona, y en el que caso de alguien con esta condición, un gran desafío.
La Junta, en el valle de Cochamó, se ha convertido en un destino emblemático para escaladores de todo el mundo. Un tesoro resguardado entre sus inmensas paredes de granito, conocido por sus toboganes naturales y al que sólo se puede llegar a través de un sendero de 12 kilómetros. Hay camping y un refugio, pero no se recomienda ir por el día.
Sin señal, y a horas de cualquier tipo de civilización, nos esperaba un destino único, tanto para los fanáticos de la naturaleza como para D’Experiencie, una iniciativa internacional, realizada por primera vez en Latinoamérica, que busca demostrar que esta enfermedad crónica no es impedimento de nada.
Hacer deporte y tener diabetes es compatible, pero una travesía de 50 kms tiene un check list muy diferente al de una persona sin DM1. Mientras mi mochila del día incluía abrigo, snacks, linterna frontal, agua y unos fósforos, el daypack de una persona con diabetes pesa algo más.
“La Diabetes tipo 1 es una enfermedad que actualmente no tiene cura y no se puede prevenir. A las personas con esta condición, no les dio diabetes por comer mucho azúcar, por ser obesos o sendentarios. Ocurre cuando el sistema inmune destruye las células beta del páncreas, que producen insulina. Es por esto que a las personas que se les diagnostica deben inyectarse insulina para vivir”, explica María Teresa Onetto, nutricionista especialista en diabetes.
En el viaje participamos seis personas sin DM1, entre ellos dos doctores y Runology Project (quienes organizaron el trekking). Nos pusieron un sensor para medir la glicemia (cantidad de azúcar en la sangre), conectado a una aplicación que nos daba los niveles cada cinco minutos y que exigía muestras de sangre cada ciertas horas. Tal como lo haría alguien con diabetes.
Desde Puerto Varas a Cochamó hay algo menos de dos horas, y la única forma de llegar al valle de La Junta es a pie o a caballo. En este caso, caminamos con lo necesario para el día, y el resto de las cosas, fueron tarea de los caballos y sus pilcheros. Antes de partir, cada uno mide su glicemia y chequea su bomba de insulina. Quién está ‘bajo’ (hipoglicemia) la sube con pastillas de glucosa y un snack rápido.
Tras un largo día de caminata, el valle nos recibió en el Refugio Cochamó. Entre árboles y carpas, aparecen los escaladores a ver quién llega de visita, si miras hacia arriba, puedes ver las cordadas y sus líneas en la piedra. Muchos pasan la noche en vivac (dormir a la intemperie) a los pies de las paredes, o bien, colgando de ellas. Nuestro objetivo no era la escalada, pero sí subir a algunos de los cerros del valle, que son El Anfiteatro, el Arcoíris, La Paloma y Trinidad
El Anfiteatro y el Cerro Trinidad fueron los elegidos, planificados junto al equipo médico en cuanto a duración, dificultad, comidas, etc. No importa la dirección que tomes en La Junta, cada sendero comienza cerca del río Cochamó junto por frondosos bosques nativos y siempre cuesta arriba. A medida que te acercas al objetivo, el tupido verde se abre al cielo azul y a la inmensidad del granito. Miras hacia atrás, y la profundidad del valle te encanta con su silencio abismal. El premio en la montaña siempre será llegar a la cima, y en Cochamó, siempre subirás.
En La Junta no hay señal, ideal para desconectarse, pero también un problema en caso de emergencia. Por lo mismo, un helicóptero dispuesto por Barraco Air esperaba con todo lo necesario en caso de algún accidente o complicación. Además, se tomaron las medidas de seguridad necesarias, como tener a mano todos los implementos médicos.
Si bien los trekkings son aptos para todos, algunos son de gran dificultad. Los senderos del lugar han sido desarrollados por las mismas personas que viven ahí, por lo que son rústicos, y en su mayoría están marcados con cintas en los árboles. Es muy fácil perder la huella.
“Para quien padece diabetes tipo 1 hacer deporte implica considerar el tipo de ejercicio, duración, cantidad de carbohidratos y las dosis de insulina que inyectar”, explica la experta. No se trata de no comer ciertos alimentos, sino de preparar al organismo. Bajo ese escenario, la rutina del día estaba marcada por el ‘conteo’ de carbohidratos desde el desayuno, hasta la última comida. “Datos que son ingresados en las bombas de insulina, la que calcula la cantidad de insulina que deben inyectarse”, agrega. Mientras uno se levanta y sale a correr con un café en el cuerpo, las personas con diabetes deben considerar algo más de alimentos antes y durante el ejercicio.
Cada kilómetro es un desafío para su cuerpo y la bomba de insulina, con el sensor que les mide la glicemia, es la mejor guía para hacerlo de forma correcta y saludable. Pueden tener una excelente condición física, pero deben aprender a hacer ejercicio y, a la vez, controlar su diabetes.
En La Junta, el tiempo se detiene y el cansancio es la mejor prueba de la experiencia. No se extrañan la señal ni la civilización, y, en este viaje, el azúcar no fue impedimento alguno. Las personas con DM1, muchos diagnosticados desde muy niños, están tan acostumbrados a su forma de vida, que quienes no tenemos diabetes fuimos los que más aprendimos. Tener un sensor en el brazo por cinco días genera conciencia de lo que ellos viven a diario, un tratamiento que no tiene fecha de término, pero no por eso dejan de llevar una vida normal.
*Fotos: WUDMEDIA